viernes, 8 de enero de 2010

capitulo 25 "Karma"

**Los personajes e historia son obra y creación única de Stephenie Meyer -ya lo sabemos, gracias, continuen leyendo- la fuente mágica de los deseos es la única culpable de que yo reconstruya una historia alterna. FIN.**

Nota 25: La canción que ayudó enormemente a terminar este capítulo es Sweet talk de The Killers. Ojalá les gusté. Y la musa Rockera recomienda Llévame de Satín dolls.

¡Qué comience la magia!


--------------------------------------------------------------------------------
Isabella Swan Pictures, Images and Photos
25. Karma

“Debía bastar la conciencia del sufrimiento

para suscitar el deseo de apagar el efímero goce…”

Ramón Méndez Estrada.

Bella POV

Dejé de escribir el diario tras declarar mi necesidad de ver a Carlisle, lo escondí debajo de la almohada tan pronto como mis movimientos me lo permitieron, mis ansias y mi miedo le ganaban por mucho a mi lógica. Veloz, me recogí el cabello en una coleta y antes de salir corriendo de la habitación rumbo a mi camioneta, revisé, frente al espejo, que Alice había acomodado para mí semanas atrás –cuando ni de chiste lo requería y por eso estaba cubierto con una sábana—, que mi piel efectivamente estuviera sana y no fuera producto de mi locura.

Si podía ser capaz de reproducir la voz de Edward cada madrugada, para arrullarme, ¿por qué no haría que mis ojos vieran maravillas?

Con las manos temblándome, jalé la sábana y descubrí la superficie del objeto. Cómo era de esperarse, verme, por primera vez después de un largo mes, en el que ni mi reflejo era agradable para mis ojos y lo rehuía con especial fijación, me hizo pasar una experiencia sorprendente que ahuyentó de momento el miedo, sin embargo no tardó en volverse en terror, pues si mi cuerpo me transmitía una alegría descomunal al verlo como lo recordaba, mi nueva piel me daba la impresión de estar gritándome los cambios que sigilosamente se mostraban como advertencia de mi naciente identidad vampírica.

¡No estaba alucinando! Mi piel era la replica exacta de la que tenía un mes atrás y creo que hasta un poco más hermosa...

¿Brillará bajo el sol?

Pensaba en la rara posibilidad de resplandecer mientras acariciaba mis brazos con la curiosidad de un instante de vínculo entre esto y yo; la sensación fue sublime, casi impactante y nostálgica… porque Edward estaba aquí, en mi piel… a través de una tersa y pulida capa. Realmente era verdad, estaba sana.

Un grito ahogado de asombro se escapó de mi pecho. Después de caer en la cuenta que los oídos de seis vampiros podrían ser participes de mi hallazgo, estampé mis manos en mi boca, para no dejar que otra expresión como la anterior se colará. Inhalé el aire suficiente para retener a mis pensamientos, pero una percepción, mucho mayor que cualquier otra, me llevó a angustiarme por algo que sí tenía relevancia.

Pom, pom, pom, pom, pom –escuchaban mis oídos. Era mi corazón acelerado.

Aguanta, por favor. Sigue latiendo. No podemos detenernos aún –me dije llevando una de mis manos a tocar aquel pequeño espacio donde vivía mi motor.

Al observar mi diestra, masajear mi corazón, y con ella mi brazo casi descubierto, recordé la cicatriz que me había dejado James…

¡Maldición! ¡No está! –pensé y retiré mis dos brazos del cuerpo para llevarlos a ejecutar otra acción muy distinta.

Sin ninguna lógica y casi desesperadamente, levanté las prendas que cubrían a mi pecho. Si la mordida de vampiro había desaparecido, ¿cuántas y cuáles de las horribles cicatrices por el lobo habrían desaparecido?

No puede ser… –pensé sorprendida al percatarme que solamente una, sólo una de entre las quince, que alguna ocasión conté con enorme asco, persistía.

La única que hubiese deseado que jamás hubiera existido fue la que no desapareció en la metamorfosis.

Larga y blanquecina, muy parecida a la media luna que había existido en mi brazo por el ataque de James, estaba la más dolorosa de mis heridas… tatuada… entre aquella piel de comercial, grabada en la parte baja de mi abdomen y con continuación hasta mi vientre; no había duda, esa era la zarpada que ocasionó la muerte de un ángel.

Con morbosidad o quizá con rencor, comencé a dejar fluir a mis dedos a lo largo de esta marca, la toqué desde su inicio hasta que desapareció. Con cada milímetro que acariciaba, un inusitado odio, que apareció en la boca de mi estómago y llegó hasta el pensamiento más recóndito de mi mente se despertó. Quemaba, no hay otra definición, carbonizaba directo a cualquier buen sentimiento que quisiera ser capaz de irrumpir en se preciso momento. Ni la compasión, mucho menos la lástima, fueron capaces de traspasar el odio inmenso que acunó a mi corazón.

¡Al diablo, con quién había sido antes y qué había hecho por mí! ¡Al demonio, con quién fue el primero en faltarle al respeto al otro! Nada importaba ya: el amor, la amistad, el cariño, NADA. Y a esta distancia; mucho menos.

Las evidencias eran el constante recordatorio del abismo entre nosotros.

Cerré los ojos y zarandeé mi cabeza con agresividad, pues en el mediocre intento por perdonar sus acciones se presentó en mi pensamiento las imágenes del pasado, instantes significativos, momentos de “salvación”; deseaba evadirme del resto de benevolencia que aún se hallaba dentro de mí, de ninguna manera le regalaría el perdón y menos después de su último e –mail tan arrogante.

NO, SIMPLEMENTE ¡NO! –Grité en mi fuero interno mientras estampaba mis manos en las sienes de mi cabeza – El pasado, ¡YA NO EXISTE!

Sentí correr con velocidad el veneno, intenso y poderoso, presto para convertir mi realidad en otro lapso de locura. Mi corazón se aceleró nuevamente, como era de costumbre antes de ser tragada por mi alucinación. Retumbaba de ansiedad. Los saltos entre una realidad y otra, que se presentaban en el momento de conectarme con mi don, eran los más difíciles, pues no los controlaba como antes, ahora, simplemente… me devoraban. Estos lapsos nunca fui capaz de escribirlos en mi diario, lo acepto, pero es que el temor a experimentar otra vez la locura me daba vértigo. Y siendo sincera, después de vivir en carne propia mis propias alucinaciones mortuorias, supe, por fin, por qué hay recuerdos que la mente olvida… o resguarda en el inconsciente.

Por eso, antes de que me viera envuelta en otra aterrorizante lección de “vida” –lo cual sólo era cuestión de microsegundos—tomé mi celular y corrí hacia a la puerta, para salir huyendo de la imagen detonadora de la catástrofe.

Una de las cuestiones más difíciles, de mis momentos de “vampiresa”, era soportar todo el pánico, dolor y desesperación en total silencio, pues si los Cullen habían sido participes de mi masacre, por mera casualidad del destino, no iba a permitir que se enteraran de la demás oscuridad que guardaba de mi pasado. Jamás dejaría ocurrir eso.

Empujé con fuerza la puerta del cuarto y atravesé el pasillo sin ningún obstáculo, hasta que me topé, a metros de las escaleras, con Alice.

--¿A dónde vamos? –dijo con tono amable.

--¿Vamos? – me paré en seco y musité con tono grosero y sin premeditación, no estaba en mi mejor momento.

Vamos Alice, quítate por el amor a… a Jasper ¡Aléjate!

--Sí, al parecer vas a algún lado –contestó como si nunca me hubiese oído ese tono descortés.

--Alice –cerré mis ojos y apreté con fuerza mis puños para controlar mi mente—, necesito espacio –bajé la mirada, si mi don se salía de control ella no debía de estar viéndome, o al menos eso había aprendido de la última ocasión que vi a…—. Debo irme.

Intenté esquivarla. No resultó y sí por el contrario me exasperó mucho más, pues el comentario que le prosiguió fue de lo más inconveniente, ya que como el ser omnipotente que era me detuvo con tan sólo una frase.

--Mmmm, ¿quieres ver a Carlisle? –Enunció dulzona—Él no está aquí, fue a visitar a un colega al hospital. Te podemos llevar, si gustas.

Respiré profundamente después de escucharla. ¿Cómo le explicas a las personas cuando estás indispuesta… y sumamente enfurecida?

Es decir, el odio no era cualquier sentimiento con el que se puede lidiar o hacer a un lado para contestar de manera prudente; además tenía la cabeza caliente y el corazón embravecido en ese momento y era justo cuando a Alice se le ocurría provocarme con lo que más odiaba de ella.

¡Con un carajo, no iba ir hacer nada malo! ¿¡Por qué diablos se entrometía en mi futuro!?

--Alice –dije con un resoplo de enojo en mi voz y todavía sin verle la cara—, muchas gracias por el ofrecimiento, pero iré sola.

Iba a esquivarla de nueva cuenta cuando sentí que se hacía a un lado, sin embargo no avancé más por una razón.

--Alice, quisiera pedirte algo –enuncié áspera y agresiva—, ¿puedes por este día dejar de enterarte de mi vida? Por favor.

Como era de esperarse, hizo un sonido sordo que interpreté como disgusto; la había ofendido.

¡Genial! –pensé sarcástica, ya tenía un problema más en mi vida.

Tragué saliva y cerré mis ojos para intentar guardar en mis adentros cualquier atisbo de mal humor. Alice no se merecía que le hablara así, ni aunque el demonio me estuviera provocando. Debía disculparme.

--Agradezco tu preocupación –dije seca, esperando que percibiera mi estado de ánimo—, sin embargo deseo hablar con Carlisle a solas. Tengo un asunto de suma importancia que tratar con él y si quisiera que todos ustedes se enteraran, esperaría a que llegara, pero no es así.

“Discúlpame, de antemano por hablarte de esta manera, sé que no te lo mereces, pero estoy a punto de volverme loca, ¿puedes darme un poco de espacio para que eso no suceda? –cuestioné tratando de contener la ira y al parecer entendió, sin más, el mensaje.

--Ok, cuídate… Vas muy mal y me dolería mucho que te pasara algo y yo no pueda auxiliarte a tiempo –contestó con la seriedad y preocupación fluyendo por su voz.

--Sí Alice, te lo prometo –declaré un poco más afable, pues quitarme el coraje de encima me era imposible.

Di la media vuelta y bajé las escaleras con rapidez.

--Ya tendrás la madrugada para matarme si gustas –expresé de forma absurda. Sabía perfectamente que me escucharía y no le daría nada de gracia.

Una vez frente de la puerta de salida, con una mano dándole vuelta al picaporte, apareció, de la nada, Esme, con su mano extendida y con ella las llaves de mi camioneta.

--Por favor, maneja con cuidado Bella –irresponsablemente la miré y el pánico invadió por segundos mi interior, mas al verle esos ojos extrañamente piadosos que tenía tras su inusual color ámbar supe que a ella no le pasaría nada—. Le hablaré a Carlisle para que te espere.

Asentí y, con la sensación de estar cometiendo un grave pecado, salí de de la casa.

***

La carretera que llevaba al pueblo desde la casa de los Cullen, estaba vacía, ni un alma se vislumbraba en el camino serpenteante. Todo alrededor era el piso cubierto de blanco, el cielo gris, los pedazos de carretera negra y las verdes hojas de los pinos y los cedros asomándose, tímidas, entre la escarcha. La paz que respiraba logró, con unos cuantos kilómetros de por medio, espantar el mal humor y los malos sentimientos contra el mundo que estaba disparando mi endemoniada personalidad. Afortunadamente para los demás conductores, la nieve que había caído en la madrugada, los había llevado a tomar la mejor decisión de toda su vida, apartándose de mi camino al menos por el tramo que ya había transitado.

Era extraño conducir por este sendero sin tener el dolor o la desesperación a punto de aflorar, pues aunque cada curva que dejaba atrás me evocaba mis irreales diecisiete años, a mi hermoso novio con su petulante Volvo plateado y a la familia más extravagante de Forks, las situaciones habían cambiado.

Al estar analizando y “preparando” lo que le diría a Carlisle cuando viera mi piel, me sorprendí de repente al percatarme de la inmensa paciencia con la que contaban los Cullen, ya que si eran capaces de aguantar a una humana como yo, ¿¡qué no podrían hacer!? Es decir, les mostré mi peor cara y aún así me siguieron cuidando… sí, me cuidaron, aunque suene como para una enferma o como a una mascota… bueno, sólo que la mascota podría haberles dado más señales de vida que yo. Durante un mes dos días me procuraron en todos los aspectos y sin ninguna retribución… ni siquiera de su “hermano”.

Suspiré profundamente.

¿Dónde estarás? –pensé melancólica.

Estaba tan inmersa en mi mente que el camino parecía tener su propia dinámica y una mágica atracción que permitía a mi camioneta avanzar a su destino por sí sola. Todas mis acciones estaban siendo conducidas por mi inconsciente. ¡Sorprendente! O… ¡Aterrorizante!

--Mejor me concentraré en otra cosa –dije en voz alta para mí misma.

Tal vez, cuando enunciamos algo al universo deberíamos pensarlo con más inteligencia, pues nunca sabemos cuándo nos asombremos de las respuestas extrañamente inmediatas.

--¡Aaah! –grité inesperadamente y di un brinco por el susto, llevándome un buen golpe en la pierna al chocar ésta contra el volante—¡Auch! ¡¿Qué quieren ahora?! –cuestioné disgustada mientras sobaba mi pierna.

Un sonido de la nada, tan estrepitoso como un cohete en plena madrugada, me alteró los nervios, a tal grado que casi descontrolo el volante de la camioneta, debido al golpe con mi pierna.

--¡Rayos! ¡Maldita cosa! –me quejé mientras lo buscaba en mi chamarra.

Estuve a punto de atraer una alta probabilidad de patinar sobre la carretera y sufrir un aparatoso choque y todo por ¡una maldita e inoportuna llamada! Si hubiera sufrido un accidente Alice me recordaría eternamente el día en que deseé que no mirara en mi futuro… ¡seguro! Y todo gracias al inoportuno… o inoportuna que se le ocurría marcar a las casi ocho de la mañana a mi celular.

¿Quién sería ahora? ¿A qué Cullen no le había quedado claro que no deseaba compañía? ¿O sería mi madre? ¡Quién más podría…!

El sonido no dejó de emitirse y la vibración del aparato me comenzó a cosquillear.

Veamos de una buena vez –pensé con el mal humor de vuelta a mis venas.

Saqué el celular por fin, sin dejar de tener la vista fija en la carretera. Le eché un vistazo antes de que fuera demasiado tarde y el imprudente colgara.

La dichosa llamada se registraba bajo un número privado.

¡Estupendo! –pensé con el sarcasmo a toda su máxima expresión.

A parte de los Cullen, mi padre y mi madre, ¿quién más tenía mi número? Todos mis contactos estaban registrados y era imposible que alguien más lo tuviera…

Una idea me alarmó intensamente: ¿Y si le había pasado algo a Reneé… o a Charlie?

¡!

Sin más análisis, viré la camioneta a un lado de la carretera y la estacioné justo entre unos pinos. Aunque me costó trabajo aparcar el automóvil, por lo resbaladizo del piso, agucé mis movimientos para alcanzar la llamada. Apagué el motor del vehículo como pude, repitiéndome una y otra vez: “Qué no sea verdad, que no sea verdad”. Tomé el aparato correctamente y pulsé el botón para contestar.

--HOLA –contesté angustiada, enojada y casi histérica a quien quiera que se estaba comunicando, pero con esta voz tan peculiar con la que hablaba desde hace dos días parecía estar empezando a recitar en vez de contestar.

-- Mmmm… ¿Bella?



Mis pupilas se dilataron.

¡Imposible!

Mi mundo se paralizó, incluso el sentido de rotación que me hacía estar despierta a estas horas y saber que esto no era un sueño, se detuvo para alargar el segundo en que el sonido de su voz se escapó por el auricular y se mezcló con el aire que yo necesitaba respirar y el cual, por cierto, se me había olvidado inhalar.

¡Cómo no reconocer a la única voz del universo entero que apreciaría hasta con millones de kilómetros de distancia! – Literalmente esto era cierto—, esa singular voz que me daba la pauta para desafiar las leyes de la naturaleza, para estar “cuerda”, para seguir esperando… aunque fuera eternamente.

Las manos me empezaron a sudar, el estómago a cosquillear y la sangre a correr más veloz.

¡Mi corazón por fin palpitaba de felicidad!

--¡EDWARD! –Grité eufórica-- ¡Dios! Pero… ¿cómo?, ¿dónde estás?

Mi cuerpo, cual si fuera vulnerable a su simple contacto se intoxicó de un extraño afrodisiaco, adormeciendo cada parte de éste de una manera indiscutiblemente agradable. La mano que sostenía el móvil ganó todo el sentido de mi vida. Mi corazón sonaba, retumbaba, palpitaba, ¡rugía de alegría!

Apreté con la mano que me quedaba libre a mi motor para cerciorarme de que no se fuera a salir de su lugar.

--¡Mi Vida! –Respondió embelesado—¿Estás bien? ¿Qué le ocurre a tu voz?

Omití su pregunta, era demasiada explicación para este instante de placer celestial.

--¡Oh Edward! Dime que ya estás en América, dime que ya te voy a ver, ¡dímelo!

Esperé a que me respondiera, pero no pasó. El siguiente lapso de silencio me cortó el alma, seguía en Italia.

--Lo siento. Sé que te dije que no me comunicaría contigo durante estos meses, pero es que nunca creí que fuera tan débil, necesitaba oírte, ya no lo soportaba un segundo más. ¿Me perdonarás por herirte?

Las lágrimas ya corrían por mis mejillas y se convertían en hielo al resbalarse al final de mi mentón cuando Edward me pedía que lo enmendara por su arrebato, ¡cómo si pudiera ser capaz de molestarme con él por este detalle!

--¡Por supuesto tonto! –solté una risita entre el llanto.

--No llores mi Bella, lo prometiste, ¿recuerdas? No estarías triste por mi culpa.

--Me haces tanta falta.

--Y tú a mí; hay veces en las que egoístamente estoy deseando que estés aquí conmigo. Quisiera que sintieras lo difícil que es para mí todo esto, tú tan siquiera sabes lidiar con las emociones humanas, yo... intento hacerlo.

Un nudo en la garganta atenazó mi voz por segundos.

Nuestra conexión… La había olvidado por completo. ¡Rayos!

--Edward… tú… –tragué saliva para deshacer el nudo y a parte normalizar mi voz— ¿tú sigues sintiendo mis emociones?

--Eso parece. Por cierto ¿por qué te inquieta que yo lo sepa?

No respondí. Tenía más razones para callarme que nunca antes. ¿Por qué siempre tenía la suerte de tomarme con la guardia baja?

--Mmmm… bueno, supongo por quien no quieres responder –musitó con tristeza.

--No, no, Edward, no malinterpretes mi silencio –arremetí al instante y con mi voz más clara.

--¡Tu voz! –Comentó rápido, pero intuí que lo hacía con el objetivo de desviar el tema, lo estaba lastimando— Se oye tan… diferente. ¿Qué le ha pasado?

--Cambio –contesté irónica. Era obvio—. Edward ¿no estarás inseguro del perro o si?

Soltó una risita irreconocible. Me hubiese gustado ver su sonrisa, pues sonaba realmente alegre.

--Tal vez sólo un poco –volvió a reír—. ¡Increíble! ¡El perro! –Continuó con su alegría—No hay duda, eres para mí. Te amo Bella.

Lo había olvidado… Edward era tan voluble.

--Eres extraño Edward Cullen –contesté un poco sentida.

--Lo sé. Mírame, enamorado de una frágil humana.

--¿Frágil? –cuestioné incrédula.

Si se hubiese imaginado lo que podía hacer enojada o por cuánto había sobrevivido el último mes, quizá la elección de concepto hubiera sido diferente.

--Te sorprendería darte cuenta de que no soy tan frágil como crees.

--Supongo que has omitido mi petición de no jugar con tu don, ¿o me equivoco? Tal vez por eso me lo dices… voz sexy –finalizó con un tono tan perturbador que juraría que mi temperatura corporal derritió toda la nieve que estaba alrededor de la camioneta.

¿Voz sexy?

¿A caso mi locura también se transmitía vía telefónica?

--No te apenes Bella –dijo burlón.

¡Diablos, estúpida conexión!—pensé mientras golpeaba mi frente al volante.

--Ya no me gustó compartir mis sentimientos contigo… ¡Devuélvemelos!

Soltó otra de sus hipnotizadoras risas y prosiguió.

--Entonces tú devuélveme la razón, porque desde que te conozco no hago otra cosa que pensar en ti.

--E…es… eso me parece… justo.

--Lo es –hizo una pausa—. Bella, tengo que irme, estoy poniéndonos en peligro por mi arrebato. Es sólo que realmente quería oír por un minuto tu voz. No olvides que eres Mi Vida.

--¡No lo olvido! Pero por favor apresúrate a regresar, tengo miedo de… dejar de serlo el día menos pensado.

¿Habría entendido la indirecta? ¿Cómo estar segura de si yo sobreviviría al cambio? Es decir, que si yo sería la misma que ocuparía mi cabeza una vez que abriera los ojos y su color fuera carmesí ¿Y si la vampiresa que vi aquel día iba a ser el demonio que se posesionara de mi cuerpo y yo dejaba de existir? Jamás había visto tan de cerca las posibilidades de ser como ellos, ¡vaya!, ni siquiera estaba preparada para casarme y ya me iba a convertir en una bebedora de sangre, incapaz de controlarse.

¡Dios, no!

--¡Edward no quiero morir sin volver a verte! –exclamé desesperada.

--Bella ¿qué cambios han sucedido? –apremió y se le notó la angustia aflorando en cada palabra.

--A parte de los que ya conoces, últimamente no duermo lo “normal”, mi piel... mi piel, digamos que, dio un cambio muy drástico, mi don está fuera de control y mis emociones… Aggh… – volví a pegar la frente al volante, ver mi vida tan cercana a la muerte me causó el más agudo de los vértigos— La estoy pasando mal Edward. Lo siento, pero no puedo con esto sola.

--¿Sola? Alice y mis hermanos ¿no están contigo? ¡Hasta cuando pensaban avisarme! ¿¡Cuándo estuvieras muriendo!? –reclamó molesto, con ese tono sobreprotector que me hacía temblar.

--Edward, nadie sabe de mis cambios—arremetí, con el propósito de salvar a su familia—Bueno, la voz es obvia, pero todos desconocen lo demás. Ni siquiera Carlisle está enterado.

--Tú crees eso, mas yo lo dudo. La situación está saliéndose de control Bella, tienes que decirle a Carlisle cuando antes, es el único en quién confío en caso de que…

Quizá intentaba encontrar las palabras más adecuadas para no referirse a lo inevitable de un amanera tajante, pero su pausa me puso los cabellos de punta.

--¿En caso de qué, Edward? –pregunté a pesar de inferir la respuesta.

Mi pulso se alteró a la par de que mi mente me susurraba: “Que tu corazón deje de latir”.

--Lo necesites –dijo sin más—. Bella discúlpame, no he hecho otra cosa que llenar tu vida de oscuridad des...

--¡Cállate Edward! No te atrevas a terminar –increpé en cuanto percibí ese tono masoquista en su voz—. La fuerza del destino te ganó, date cuenta, jamás has querido transformarme y eso es justamente lo que nos ha alejado una y otra y otra vez. ¡Rayos! Te he rogado desde que te conozco que me conviertas en alguien como tú y al parecer algo más fuerte te frenó… no quiero imaginar que sea por perder el olor a mi sangre; pero ya es muy tarde, ¡ey!, te tengo una noticia: ¡por fin pasó! Y si no fuera porque estás a miles de kilómetros lejos de mí, estaría festejando por esto. Así que no digas absolutamente nada en contra de mi transformación Edward Cullen. ¿Por qué te cuesta tanto entender que quiero pertenecerte en todos los sentidos? Y si eso incluye morir para renacer con tu esencia adentro, no me importa. Mis días como humana no han tenido valor desde que te conocí y eso es algo que nunca has percibido.

--Sí, tienes razón, me he obcecado en mantenerte viva, pero porque tú tampoco te has puesto en mis zapatos y has visualizado los motivos de mi “necedad” –pronunció la palabra con especial ironía—Bella, ¿cómo sabes que en diez años me vas a amar como ahora?, ¿o que en veinte no te vas a arrepentir de haberte congelado en el tiempo?

--¡Por que no puedo vivir sin ti! Eres una necesidad eterna, jamás me voy a hartar de ti. Más bien, tú dime, ¿no quieres que me convierta por el olor de mi sangre?

--No seas ridícula –contestó exaltado—. Si lo que me importara de ti fuera tu sangre, hace mucho que no existirías niña –el “niña” lo decía con esa denotación concreta de la diferencia entre él y yo, lo sentía—. Tu sangre, tu aroma, el sonido de tu corazón, tu suavidad y muchas otras características humanas que tienes pueden ser afrodisiacos que te hacen irresistible a mi demonio, pero qué no te das cuenta que me enamoré de ti, que más allá del monstruo que soy, has revivido al hombre que estaba enterrado en mi ser hace más de cien años; Isabella tu imagen ronda en mi cabeza sin tregua alguna y es insoportable existir en un mundo donde tú no estás; así que el olor de tu sangre es la cosa más ínfima dentro de todo lo que puedes significar para mí.

Levanté mi rostro del volante. Escuchar la declaración tan elocuente de Edward, me hizo sentirme segura de la metamorfosis que iba a afrontar. Exhalé profundamente y cerré mis ojos con una sonrisa tatuada en mi cara, el alivio de no ser sólo una atracción fatal por el olor de mi sangre me quitaba un peso de encima. De repente, y tras un estruendo acelerado, abrieron la puerta del copiloto y lo siguiente que vi fue al enorme de Jacob colarse adentro del vehículo, acorralándome sin salida en una de las esquinas del espacio.

Demasiado lenta, demasiado anestesiada para reaccionar ante el peligro. En dos segundos, un pañuelo cubrió en mi boca y mi nariz, deshabilitando mi fuerza y mi mente; ese olor tan penetrante me mareó hasta el punto de poner en el estado de inconsciencia más desesperante.

A lo lejos, pero aún en mi mano, escuchaba a Edward gritar mi nombre con premura desde el móvil, deseaba contestar el aparato con toda mi alma, sin embargo mi cuerpo no me respondía. Entonces, la mano de él tomo la mía y extrajo sin problemas el celular.

--Jamás te había oído tan romántico y tan misericordioso sanguijuela, que lástima que el karma sea un juego en que todavía estás invitado, ¿no? ¿Qué se siente estar del otro lado del teléfono, eh? –hablaba soberbio mientras me acunaba en sus brazos.

“¿Tú y cuántos más? –Soltó una carcajada irónica— ¿Deja recuerdo dónde estás chupasangre? ¡Claro, Europa! –enunció con esa altivez propia de su personalidad—. Suficiente tiempo para llevarme a Bella a un lugar donde nunca la encuentres.

¡Cierra la boca! Aquí el único que le hace daño eres tú imbécil...

He decidido que este celular ya no nos sirve, así que… te deseo una eternidad muy, muy amarga maldito” –le contestó iracundo y con lo poco que me quedaba de conciencia vi el movimiento de su mano dejando el móvil en el tablero,

--Es momento de irnos Bella --susurró.

Cual si fuera una muñeca de trapo, me cargó hasta sacarme de la camioneta, pues sentí el frío del ambiente herir mi cara con su gélido viento.

No sé cuanto tiempo estuve realmente en el suelo, pues sólo percibí hasta que el enorme lobo que me subió a su lomo sin premeditación alguna.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola oye q' pena por molestart pero q' paso con los capitulos de ayer y hoy? en serio sorry por la molestia.