miércoles, 20 de enero de 2010

capitulo 27 "Thanatos"

**Los personajes e historia son obra y creación única de Stephenie Meyer -ya lo sabemos, gracias, continuen leyendo- la fuente mágica de los deseos es la única culpable de que yo reconstruya una historia alterna. FIN.**

Nota 27: Recomendaciones de la musa rockera, Lose Control, con String Quartet y Struggle de Apocalyptica.

Lectoras hermosas, les recomiendo que fijen su atención en al apellido de Bella para cuando dice desde qué punto de vista estoy narrando. Nos vemos al final.

¡Qué comience la magia!


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Bella Swan Pictures, Images and Photos

Thánatos

“Los placeres violentos terminan en la violencia,

y tienen en su triunfo la propia muerte”

Shakespeare. Romeo y Julieta.

Bella Swan POV

Desperté con lentitud, pero desperté tras un exceso de tos que, aparte, me causaba un dolor insoportable en la cabeza. Las punzadas colapsaron cualquier movimiento que estaba planeando, a tal grado de tener que sosegar la tos, porque percaté lo engarrotado de mi cuerpo y con cada movimiento de los músculos me lastimaba como si me estuviese golpeando con algo.

El más miserable frío, que jamás hubiese sentido, cubrió mis sentidos, dejándome sólo el dolor y la sensación gélida para mis terminales nerviosas. El sitio donde me hallaba, al parecer, era una nevera o estaba muy cerca de serlo.

¿En dónde me encontraba?

Intenté enfocar correctamente, mas noté la oscuridad que reinaba a mi alrededor y fue imposible observar vestigio alguno. Comencé a hacer uso de mis sentidos, para orientarme. El tacto me dijo que estaba sobre una superficie suave, ¿una cama?, quizá sí. Apreté con una mano un pedazo de la superficie y corroboré mi hipótesis. Agudicé mi olfato y percibí el olor a… ¿madera?, y nieve, mucha nieve, pues era intenso y sofocante ese aroma.

Un desagradable cosquilleo en mi garganta, debido al aire helado que entró a mis pulmones al percatar los olores, le siguió a la lista de malestares haciéndome retorcerme nuevamente por la tos.

Como por acto reflejo a los espasmos, me incorporé. Dolió tanto, que casi sentía que perdería una extremidad con lo congelado que estaba mi cuerpo. No podía dejar de toser y si por el contrario sentía el frío arañar mi espalda, agregándole otra razón más a mi cuerpo enfermo para toser.

Estaba intentando calmarme, cuando la jaqueca irrumpió con agresividad, tumbándome en la cama despiadadamente. Solté un quejido ahogado, eran estremecedoras las punzadas ahí adentro de mi cabeza.

Tengo que levantarme –pensé asustada mientras sufría aquel tormento—. Tengo que salir de aquí.

Con mucho más esfuerzo del imaginado, me volví a incorporar y observé la cama donde me hallaba acostada, un colchón cualquiera pegado a una pared de madera. Levanté el rostro para mirar lo demás y me encontré con una ventana, justo a un costado de la cama, sin cortinas, ni el atisbo de que alguna vez hubiera habido unas. Detrás de la ventana empañada por la escarcha se vislumbraba un oscuro bosque.

¿Dónde diablos estoy? –replanté, pues en La Push no había este tipo de paisajes cerca, y la reserva de Forks no tenía un arboleda como la que veían, con escaso poder, mis ojos.

Suspiré y observé como el humo de mi respiración salía de mi boca, eso era muy malo, pues quería decir que el clima era excesivamente gélido. Ni siquiera Forks, con su peor nevada, tenía la capacidad de hacerme temblar sin parar y castañear los dientes sin premeditación, como lo estaba haciendo ahora.

Calma, control –me insistí antes de mandar la precaria orden de ponerme en pie. Deseaba que la cabeza se me congelara con el frío para no sentir este malestar tan horrendo.

Estar desorientada, perdida, adolorida y además angustiada era la peor mezcla de emociones que un ser humano podía experimentar… Y justamente yo tenía que vivirlo.

Cerré los ojos, no me quedó otra, necesitaba recordar lo más que pudiera de mi insospechado secuestro, sólo así encontraría la solución a mis interrogantes.

La primera imagen que sobrevino a mi desesperación fue indudablemente la de Edward. Seguramente estaría rumbo a América, pues la voz de Jacob cuando me quitó el celular de las manos lo habría puesto en alerta y conociendo un poco su personalidad, no se quedaría con los Vulturis aunque le costara la existencia.

Los Cullen, como por analogía, se presentaron en mi mente, ellos con más razón ya estarían enterados y quizá me estarían buscando, puesto que el clima y la poca luz del ambiente me llevó al cálculo de estar viviendo en horas de la madrugada. Lo que me trasladaba a una última pregunta: ¿Cuánto tiempo transcurrió? ¿Era de madrugada o de noche? ¿De qué noche?

¡Maldición!

Respiré tres veces antes de pararme, pero mis temblores me propiciaban tambalearme, así que aferré mis manos al borde del colchón. Cuando puse los pies en el suelo, aún tiritando, me impulsé para levantarme y al primer paso que quise dar todo sucumbió.

--¿Ya eres un vampiro? –escuché la voz grave de Jacob sacarme de mi concentración.

No paso mucho tiempo antes de que varios sentimientos negativos se apoderaran de mi persona: el rencor y la rabia contenida se presentaron cuando lo oí.

Al no visualizarlo por ningún lado y querer moverme con agilidad para conocer de dónde provenía su voz, me caí, pues mis pies y piernas estaban muy entumidos y con el sobresalto perdí el equilibrio completamente.

¡Rayos!

--J –J-Ja-Jacobbb –tartamudeé una vez que me sentí tumbada y desprotegida en el suelo.

Con la terrible jaqueca me sentía impotente para defenderme, mi don estaba a kilómetros de mi alcance y mi agresor a metros. Sin embargo, el odio hacia él pronto lo destaparía, con o sin jaqueca… o eso esperaba.

--Supongo que no, eres tan torpe aún –traté de hallarlo en la espesura de la oscuridad—. ¿Tienes frío neverita? –inquirió sarcástico.

¡Estúpido!, pensé y puse mala cara. Por supuesto que tenía frío, como él poseía toda una carga genética de tipo caldera no percibía que estábamos varios grados bajo cero. Por otra parte, ¿por qué me había dicho neverita? Indudablemente era una de esas formas peyorativas con las que se le ocurría nombrar a las personas, pero ¿neverita? ¿Dónde estaba el majadero chiste?

--¿N-n-ne-nev-neverita? –cuestioné con un tono de molesta superior al normal.

La cabeza estaba matándome.

--¿Acaso no te has convertido en la neverita de los Cullen? –preguntó todavía más sarcástico que la última vez.

¡Así que eso era! Me bautizaba como nevera porque el imbécil pensaba que se alimentaban de mí los Cullen, como si yo fuera un refrigerador que guardaba la reserva de alimento, ¡qué idiota! ¡Cómo si no le hubiese contado alguna vez!, o él no supiera la verdad por las leyendas; ellos no bebían sangre humana. A menos que…

--¡N-No-no seas tont-t-to! –De la ira pude articular casi todo el enunciado siguiente sin cortar la voz—Él jamás me mordió.

Después del ataque, él debió de haber deducido que me había mordido Edward en aquella semana de ausencia, pues los Cullen no habían sido capaces de transformarme por completo.

--No te creo más Bella –enunció y de una zancada salió de entre las sombras, quedando enfrente de mí—Tú me atacaste. Yo vi en lo que te estás convirtiendo y eso, Bella, no se consigue por abrir una caja de cereal. ¿Qué mentira me vas a intentar vender ahora?

En sus ojos resplandecía la furia, sin embargo, le sostuve la mirada para mostrarle que no me intimidaba, a pesar de que podría estar frente al preámbulo de mi muerte. Ya una vez estuvo muy cerca de matarme, sin saber nada más que la supuesta infidelidad.

¿Qué es peor, serte fiel a ti mismo y dañar a terceros o engañarte por perdurarle una estabilidad simulada a tu pareja?

En mi caso, durante mucho tiempo había vivido condescendiente a los demás, bajo la batuta de la segunda opción, dándoles atenciones que ni siquiera yo me proporcionaba, pensando siempre en lo que la demás gente quería. Y cuando por fin aparece Edward, lo único que realmente deseé, ¿por qué prohibírmelo? Si lo anhelaba.

No estaba casada con Jacob, era una relación de noviazgo lo que nos unía. Y así hubiera tenido el nombre de Edward o Ángel, tarde o temprano, hubiera caído en brazos de una persona diferente a Jacob. Y la razón ahora me parecía tan simple: Jacob jamás debió de haber dejado de ser mi mejor amigo.

Algunas veces, hay relaciones que no deben de cambiar y una de ellas es la amistad, pues cuando se confunde con amor, normalmente, todo, termina apestando.

Apreté mi mandíbula para no tiritar más por el frío.

--¿S s- s-sabes q-qué Jac-c-cob? –Contuve un escalofrío bárbaro, para poder continuar—S- s- sí, te men-t-t-tí, lo ac-c-cepto, pero fue en un de-débil intento por ahorrarnos enf-f-frent-t-tamientos –hablaba con dificultad, mas eso no impedía que mi tono le diera a entender mi enojo—, nunc-c-ca planeé encontrarme c-c-con él –tirité y pausé el diálogo para sofocar el dolor de todo mi cuerpo—y m-mu-mucho menos que pasara todo lo demás.

No sé qué habrá pensado, pues de repente se volteó y volví a perderlo en las sombras de aquel oscuro y helado cuarto.

La jaqueca se incorporó a mis sensaciones como si tuviera interruptor; me oprimí las sienes y cerré mis ojos para intentar sosegar el dolor que se acrecentaba a cada minuto.

En instantes, Jacob, regresó y me aventó de la manera más grosera que pudo planear un cobertor, éste se estampó en mi pecho y me hizo tambalearme, además de propiciarme un ataque al corazón que mi cabeza reclamó. Lo volteé a ver con el semblante de hastío que mejor me salió. Si no iba a dar las cosas de buena forma, no era necesario haberse tomado la molestia.

Al sentir su afelpada textura y la temperatura que ésta causaba en mi piel sin meditarlo más la tomé con urgencia y me cubrí el cuerpo.

--Pero pasó y tú lo permitiste estando comprometida conmigo –arremetió sin quitar el hosco gesto.

El confort del cobertor no me quitó por completo el frío del cuerpo, pues el piso estaba helado, pero ¿qué cosa de ahí no estaba en esas condiciones? Hasta nuestros corazones estaban en pleno Polo Antártico, sólo que en extremos diferentes.

--Es que… —vacilé para verificar que pudiera controlar la voz; y efectivamente lo había logrado— Contéstame Jacob: ¿de qué servía estar a tu lado si me había dado cuenta que amaba a otro?—apretaba la mandíbula constantemente para retener el frío, casi no articulaba las palabras de forma adecuada—. Y además tú lo intuiste todo el tiempo, me lo dijiste una noche antes de que huyera de casa, ¿no te cuerdas? Nadie te mintió, tú decidiste creer en la mentira, que es muy diferente.

--Mentira que tú misma diste riendas para edificarla. ¿O qué… yo te exigí entregarte aquella noche de nuestro aniversario? ¿No dijiste también que me amabas?

Rodé mis ojos y bufé. No le veía ningún sentido platicar sobre esa noche, ni siquiera por el motivo por el que él había sacado el tema. Ya no nos amábamos y esa era una realidad.

--Jacob, ¿a dónde vamos a llegar con esta discusión? –Inquirí grosera— ¡Yo no te amo! –enfaticé con severidad la exclamación.

Me dolía bastante el cuerpo y la cabeza como para pelearme por el pasado, pero no para estar de un humor de los mil demonios.

Su rostro se turbó de emociones negativas tras mi declaración y agachó la mirada, apretando fuertemente los puños.

--¡Qué curioso!, ¿no? –Levantó los ojos y los posó sobre los míos—, por fin sentimos lo mismo el uno por el otro y con la misma envenenada intensidad –hizo una pausa breve y continuó—. Te odio Bella. Y te odio todavía más por jugar conmigo.

Inhalé profundo y desvié mi vista de él para evadir un poco el coraje que me sobrevenía.

--Si eso quieres creer es tu problema, no el mío –pausé para toser—. Además, yo tampoco pienso que me hayas amado realmente, pues de haberlo hecho, hubieras deseado que fuera feliz –retorné mi mirada a él—. ¡Destruiste mi vida!, cínico.

--¿Tu vida? –Soltó una carcajada—No –movió su cabeza para hacer rotunda su negación—. Eso lo hizo el malnacido de la sanguijuela con quien te revolcaste. Él sí está acabando con tu vida.

Estrangulé, por decir algo, el cobertor con mis manos, deseaba tanto írmele encima y arañarle la boca con toda mi fuerza, mientras le propiciaba la más espantosa de las locuras.

--¡Malnacido tú! –Grité iracunda—, a Edward no lo llames así, porque tú sí mataste a un ser inocente y con vida.

--No me provoques neverita –declaró enfadado y vi que se metía algo a la boca abruptamente y tiraba un frasco al suelo, tras un espasmo de su cuerpo—. Esa cosa iba a ser un demonio al igual que el desgraciado de su padre. No te engañes.

¿”Esa cosa”? ¡Desdichado!, como ansiaba que mi cólera se apoderara de mi cerebro para convertirlo en puré de perro en un dos por tres. Maldita la hora en que supe que mi bebé lo quería.

Mi concentración en la rabia que inundaba mi corazón fue interrumpida por el frasco que rodó hasta mis rodillas. Bajé la mirada y observé la etiqueta, decía: Diazepam, en letras medianamente grandes, lo tomé para verificar que la oscuridad no estuviera engañándome.

--¿¡Te estás drogando!? –cuestioné con más repudio que interrogación.

--¿Cómo si te importara en realidad? Además si lo estoy haciendo es cosa mía.

--Por supuesto, pero cada vez caes más bajo –declaré mordaz.

Intempestivamente corrió hasta mí y asió mis hombros con sus enormes manos. Me paró de un jalón, acomodándome frente a él. Me estaba volviendo a lastimar físicamente, pues percibí el escozor de su apretón. Podía ver, por fin, su cara, sus ojos endiablados, su ira; excelentes incentivos para agilizar a mi don y que saliera a flote. Ya no me causaba miedo.

--No sé cómo lo logras, pero tienes una capacidad extraordinaria para irritarme –dijo casi gritándome—. Esto no lo haría si no estuviera frente a ti, zorra –finalizó dándole énfasis al ofensivo sustantivo y me aventó con agresividad hacia la cama.

Del impulso con el que me envió, reboté y me pegué en la espalda con la gélida pared. El sonido del golpe resonó, el impacto era peor de lo que de momento había sentido. Rodé sobre mí misma, a través del colchón después de sentir a mi columna retorcerse por el acto violento, pude percatarme de las terminales nerviosas que se entretejían en ella, incluso las que no conocía, porque el dolor se volvió intenso, todo mi cuerpo se contorsionó por el sufrimiento. Me quejé agudamente, era como mil agujas de canevá calientes perforando mi piel y ensartándose en mi espalda. El frío convertía ese golpe en un calvario.

Un minuto después, tras controlar parte de mi dolor y al intentar incorporarme, con mis brazos tambaleándose de lo débiles que se habían puesto por el golpazo, me arrojó el cobertor directo a la cara.

La violencia con que estaba tratándome me hirió profundamente, y no por él, sino porque jamás había experimentado un episodio así, ni aún con James, ya que esta violencia era verbal y física.

Evidentemente, se estaba saliendo de sus casillas y no podía frenarlo.

El llanto surgió como catarata, estaba tan enojada. Ambos teníamos la dosis perfecta para volvernos locos por la cólera. Quité de mi rostro la cobija con la furia dominando mis movimientos. Temblaba con más frenesí que cuando el despiadado frío me atenazaba.

-- Perro maldito –grité con todo el aire de mis pulmones--, ¿¡quién te dio derecho de tratarme así!?

Se rió malévolamente y movió su cabeza en negación.

--¿¡No te das cuenta!? ¿Por qué crees que te he traído aquí? –Se acercó peligrosamente a mí y cogió mi cara con su hirviente y pesada mano; lastimó sin remordimiento alguno mi quijada con el apretón—Tan egocéntrica, tan vanidosa, ¡tan estúpida! –Soltó mi rostro y lo ladeó al desengancharlo— ¿Tú crees que estás aquí porque yo quiero salvarte de los chupasangres? –Se incorporó con el torso erguido por la soberbia— ¿O porque intento recuperarte? –Se burló descaradamente—. ¿No me oíste o no me entendiste? Te odio con todo mi corazón Bella.

“Sólo estoy aquí para verte morir… O desmembrarte si te conviertes en una de ellos. Ahora sí, replantéate tu pregunta: ¿quién me da derecho a tratarte así?”.

--¡Maldito! Y te atreves a llamar demonios a los Cullen. ¡Bah! Tus erróneas conjeturas y tus cegadores celos harán que cargues con una segunda muerte. ¡Qué lástima me das!

“Los Cullen –me levanté del colchón y fui a pararme con el orgullo por delante casi enfrente de él—, o sanguijuelas como tú los llamas, podrán haber vivido muchos años con un demonio por dentro, sin embargo, asesino, ellos jamás han maltratado a un ser humano, como tú”.

En el instante en que mi boca dejó de emitir sonidos un cañonazo se estampó en mi mejilla doblándome la cara y haciéndola rebotar hacia atrás como reflejo por la fuerza con que el atacante me había abofeteado. Todo mi cuerpo perdió el equilibrio y sin poder meter mis manos, caí directo al suelo y con la cabeza por delante.

El estruendo tras mi caída fue grave, a tal grado que varias aves, que estaban dormidas, en el bosque, salieron despavoridas. Un revoloteó de alas y un piar exagerado se escuchó de manera tenebrosa.

El perro era diez mil veces más fuerte que yo y el trancazo venía cargado con toda su potencia.

La cachetada y el golpe ardían tanto, eran fogones encendidos en pleno desierto de nieve, ambas partes punzaban con tesón, a tal grado que la jaqueca pareció ser un simple malestar. Mis manos fueron directas a examinar los daños y ni siquiera con lo helado de éstas se pudo apagar el fuego.

Mientras me iba incorporando, me sentí mareada y comencé a mover la quijada para cerciorar cómo estaba después del mal. Al ir cerrando mi boca, no sólo percaté lo seca que la tenía por el susto, sino que me sabía a óxido, es decir, a sangre.

El corazón me gruñó, paralelamente a la respuesta de la violencia: el bastardo me había herido.

Con la lengua me revisé la cavidad bucal y hallé el lugar donde se abrió la piel. Con la bofetada debí haber presionado de forma estúpida mi labio, pues sangraba mucho. Succioné el líquido y, con todo y la aberración que sentía por el olor que se impregnaba en la garganta, tragué la sangre.

--No siento compasión por ti y si me provocas, me encuentras. Te lo dije –musitó con desdén, dándome la espalada. El maldito sentía vergüenza de su acto.

La conexión o la forma tan natural en la que nos entendíamos en tiempo pretérito, seguía dando resultados.

--¡Párate! –exigió, pero continuó dándome la espalda.

Lo escuché demandando mi acción, sin embargo un frenesí me envolvió en una absurda necesidad, mucho más allá de mi razón, de mi lógica y de mi instinto: la sangre. Su sabor había tomado otras dimensiones y en un microsegundo me espantó aquello, se aceleró mi corazón al reconocer la realidad que eso significaba. Ese saborcillo nubló cualquier pensamiento racional, hasta los miedos instintivos. Era como tomar agua helada en un sofocante día de verano, como degustar tu primer caramelo cuando eres niño, como probar la bebida caliente más exquisita en este congelado infierno… era la sed, el llamado del demonio.

Como si estuviera ansiosa, igual que un drogadicto a la cocaína frente a su piedra, empecé a temblar de la desbordante necesidad de consumir más… ya nada importaba, ni el múltiple dolor de mi cuerpo, el frío, la herida, el perro, la muerte, los Cullen, Edward, ¡NADA! Todo lo que importaba ahí, era beber más de mi sangre. ¡Sangre –por todos los cielos—, SANGRE!

Mis manos, sin yo concientizarlo, fueron a tapar mi boca de la posible mirada ajena. Algunos de mis dedos apretaron mi labio inferior con el objetivo de sangrarlo, de extraer la bendita droga. Al correr nuevamente el líquido tibio por mi boca, de repente me di cuenta que mis ojos ya no enfocaban un solo punto, se disparaban en direcciones muy diversas y opuestas a su vez, era ver cada detalle de mi alrededor, pero sin fijarme en un solo lugar, era como parpadear consecutivamente. No le hice mucho caso a los cambios de visión, sinceramente, pues de momento no tenía otra idea tan fuerte porqué preocuparme más que el sabor de la sangre.

Mi mente había entrado en receso y atendía cuestiones poderosas, muy poderosas.

Mi lengua empezó a lamer con frenesí el dichoso labio, mi corazón latía desaforado, había perdido el control de mí misma, mas no quería que parase, deseaba chupar más y más. Era tan dulce, tan delirante, tan exquisita. ¡Maldición, sabía a gloria!

Cuando sentí que estaba apunto de agotarse el elixir, por la angustia de ya no sentirlo calentando mi boca, con un canino rasguñé el labio y después hinqué el diente profundamente en la herida, desgarrando el músculo y propiciando que sangrara a chorros.

Estaba a punto de atragantarme, ya que no respiraba por beber con desesperación, cuando sentí zarandeando mi cuerpo.

--¡¿Qué estás haciendo?! ¡Maldición, estás sangrando! –reclamó al quitarme las manos de la boca.

Levanté la mirada, con estos ojos de mil perspectivas y, sin desearlo yo, le gruñí.

--Déjame Jacob, ¡lárgate! –exigí de mala gana y me zafé de sus manos.

No sé que habrá visto, ni me interesó, mas su rostro se contrajo.

--¿Qué diablos te hiciste? Tienes toda la mandíbula llena de sangre.

No me había dado cuenta del daño real que me había ocasionado hasta que vi mis manos bañadas en este líquido, aunque como salivaba por el ansia de la sangre en ese momento, gran parte del caudal estaba mezclado con mi saliva.

--¡Quítate! –grité y lo empujé para que me dejara el camino libre y poderme parar— ¡Me heriste imbécil! –reclamé mientras me escabullía a gatas del horrendo espacio.

Si él no había percatado aquello, bien le podía ocultar el motivo de este penoso momento en que ni siquiera yo estaba participando racionalmente.

¡Diablos!, es decir ¿¡cuándo me había gustado la sangre!?

Inhalé hondamente, pues me hacia falta respirar y entonces el olor penetrante del óxido cubrió mis fosas nasales y mi faringe; no me mareó, no me causó nauseas… al contrario, me llenaba de una fuerza inusual. Ya no supe si exhalé, si estaba a punto de toparme con una pared o con la misma puerta, no supe nada. El aroma era mi universo.

--Detente –arremetió y asió uno de mis piernas con su mano y me arrastró hasta donde él estaba, fue entonces cuando observé, en un abrir y cerrar de ojos, que estaba enfrente de la puerta.

Al tenerme cerca, me acomodó debajo de él y se sentó en mi pecho. Con sus rodillas inmovilizó mis brazos a la altura de mis codos. Pesaba mil toneladas.

Ladeé mi rostro incontable número de veces para desviar sus manos, las cuales intentaban encarcelar mi cara. La primera vez que lo logró, lo mordí con ahínco y retiró su extremidad. La segunda ocasión no pude hacer nada, aplastó mi frente y presionó mi cabeza al suelo, mientras que con la otra mano apachurraba mis mejillas para que mis labios se expusieran y buscara la herida.

--Explícame algo, ¿cómo soportas el olor a sangre sin estar desmayada?

“Ya no eres tú, ¿no es cierto? –Me miró con suspicacia— ¿Desde cuándo te gusta la sangre? ¡Desde cuándo nevera!

--¡Qué te importa! –declaré con furia.

Respiré y le escupí a su cara el resto de saliva ensangrentada que me quedaba en la boca.

--Quítate de encima –advertí enfurecida—Ya me cansé de ti y de tus tratos, estoy harta de escucharte, de sentirte… de verte –con su mano libre limpiaba lentamente su rostro.

Me observó con agresividad y tanteó mis expresiones cuando posó todo su peso en sus rodillas, estrangulándome terriblemente la circulación de mis brazos. Sentí que estallarían por la presión sanguínea. Chillé del dolor.

--Quiero que te duela. ¡Suplica para que lo detenga!

Mi corazón retumbaba por la agonía, apreté mis parpados y boca para acallar la expresión de dolor, pero no fue suficiente y grité como nunca antes en mi vida. Fuera de mi voz no hallaba otro sonido en el mundo. Agudizó el sufrimiento cuando movió sus rodillas en forma circular, machacando mis brazos por debajo.

--¡Súplica zorra!

Varias lágrimas salieron de mis ojos cerrados, no concebía martirio tan espantoso. Escocía en principio, luego congelaba y mataba al final.

--¡Habla! Platícame qué sentiste al revolcarte con un vampiro –oprimió nuevamente y yo grité con doble agonía—. ¿Sientes el frío, el dolor, la fuerza, la maldad? Gózalo nevera, revive tu infidelidad.

Por más que quería pronunciar las palabras para que parase no me era posible, el dolor me lo impedía.

Comencé a percibir en mi interior un naciente e inmenso odio por Jacob, prefiriendo incluso por encima a su lado lobuno. Mi sangre se calentó, tal vez por la taquicardia que inundaba mi motor o por el malévolo sentimiento.

Juró que abrí mis ojos después de aquellas emociones, sin embargo, de un momento a otro, todo se apagó. En la más tenebrosa oscuridad se crearon las tinieblas.

La fuerza, como toda energía, era la única guía que me decía que en algún lugar aún existía.

El pánico no llegó, la angustia tampoco…

A lo lejos escuché, muy a lo lejos, casi en sueños… como un susurro, mi voz.

--Suplica tú malnacido.

Y entonces lo entendí. Ella había tomado mi lugar y yo me encontraba protegida dentro de mi propia mente.

Bella Cullen POV

Abrí los ojos, envenenada de odio y con aquel incesante dolor en el cuerpo como incentivo.

Me doble cuanto pude y me fui encima de él con el poder de mi naturaleza. Cualquier parte de su cuerpo era propensa. Lo mordí, como era de esperarse, en su pierna izquierda con una temible fiereza. Hundí los dientes muy profundamente, incluso conociendo que era todavía una humana y no cesé hasta que la sangre empezó a brotar.

Escupí el líquido que se metió a mi boca; su sangre era extremadamente repugnante.

El ahora sorprendido metámorfo se tambaleó y cayó al piso. Liberó el cuerpo y a pesar de sentir los brazos con contracturas me levanté del suelo, como el Ave Fénix, resurgiendo de entre las cenizas… del infierno.

Salir de las tinieblas era magnánimo.

Estar presente en el mundo de los humanos era perfectamente perverso.

Tener en frente a mi próxima víctima… no tenía precio. ¡Era excitante!

Ambos nos vimos a los ojos, el horror de mi presa era desmedido.

Me reí malévola, oler sus emociones hacía regocijarme.

--Qué diablos… –cuestionó la víctima al percibir el cambio.

Con una mano, retiré el cabello del rostro y el indefenso cachorro optó por enterarse de la posesión.

--¡Mierda! –exclamó malamente sorprendido mientras se incorporaba un poco.

Acto seguido, eligió la peor opción: agredirme físicamente. Desprendió al instante una tarima del suelo y la lanzó.

Esquivé sin dificultad el objeto. Mi visión y mis movimientos eran un poco más hábiles y calculados, no los de mi especie, pero al menos no tan equívocos.

Gruñí.

--Suplica tú malnacido –musité con la elegancia del depredador.

El interpelado trató de levantarse, sin embargo los efectos de los calmantes que se había tragado tiempo atrás, para su desgracia, estaban en plena acción y el músculo que había dañado con la mordida le obstaculizó su plan.

--Mala suerte –susurré irónica y le lancé el pedazo de madera, con algo de problema, pero le pegué en su rostro, descontrolándolo de momento—Debiste ser inteligente y haberme matado antes.

Ipso facto, se levantó y vino tras de mí, no me moví de donde estaba, pues tenía controlados sus posibles ataques. La presa no se convertiría en lobo, estaba demasiado drogado.

De manera brusca me tomó por el cuello. Me levantó algunos metros arriba del suelo. El aire comenzó a ser menos fluido por la garganta, pero no me desconcentraba, no permitiría que le pasara algo a mi lado humano.

Al menos aún…

Actué sin consideración a los malestares del cuerpo: la garganta, las contracturas. Sencillamente le cogí por los cabellos con mis manos y, con la energía resguardada, enterré profundo y lastimeramente mis uñas para rasguñar su cráneo en lo que encontraba el equilibrio… y sus ojos; deslicé éstas a lo largo de su cabeza hasta llegar al cuello. Percibí cada centímetro que desgarré de su epidermis.

Se quejó la presa, mientras pequeños hilos de sangre le escurrían al pecho. Apretó más sus ardientes manos alrededor del cuello.

El cuerpo requería aire cuando antes.

Mi mirada no se movió de su sitio, a pesar del dolor, mi naturaleza no prestaba atención a esos inconvenientes, yo quería matar al metámorfo y ésa era mi prioridad. Estaba casi segura que el desgraciado pronto perdería el control de su evasiva. El dolor, en los humanos, era una primicia que atender; así que para agilizar el proceso hinqué mis uñas, de nueva cuenta, pero ahora en el final de su cuello.

El adversario era fuerte, pero no más que yo; no lograba ni paralizarme. Si el cuerpo sufría, todavía quedaba parte del poder de la mente con el cual sobrevivir.

Un hilo más denso de sangre se le escurrió e inevitablemente abandonó su tarea.

Caí al piso, sin perder el equilibrio.

Tosí. La necesidad era mucha, mas el agredido estaba doblándose del escozor; había ganado.

Se alejó unos metros de mí para recuperarse. El camino que tomó lo dejó marcado por su sangre. En mi fuero interno el frenesí crecía; la venganza era el más dulce platillo… el postre del infierno.

En su descuido, pretendí seguir tosiendo, mientras me acercaba como serpiente, sigilosa y peligrosamente llena de veneno. El odio hirviendo en el interior y la furia cosechando la fuerza para los movimientos hizo que el cuerpo tomase poder.

Ataqué intempestivamente, tomándolo por la cabeza mientras jalaba sus cabellos hacia mí. En una milésima de segundo, ya era mío. Sus enormes ojos, llenos de vida, se encontraron frente a mí.

--Mírame Jacob –insinué perversamente y clavé la mirada directo en sus pupilas—. Es hora de divertirnos.

***

Reí desquiciada–el éxito era envenénate—. Observar la perdición de mi víctima, sus contorciones debido al tormento mental que se estaba edificando en las tinieblas de su interior era la mejor cura a las dolencias de este cuerpo.

Sosegué el placer de ver sufrir al desgraciado metámorfo y me acerqué a su oído, para susurrarle lenta y maliciosamente:

--Suplícame que pare.

Sabía de antemano que no podría hacerlo jamás, esa idea intensificó mi regocijo y sonreí retorciendo un poco los labios.

Me alejé de la inerte presa y fui a abrir la puerta con el propósito de dejar escapar el olor de mi sangre.

La ventisca helada me molestó, bajó todavía más la presión sanguínea de las venas, pero no tenía otra opción viable, debía hacerlo para que el aire se llevara mi aroma. Ahora el objetivo era atraerlo… guiar a Edward hasta aquí.

Respiré para que el cuerpo no extrañara su elemento vital y supe que casi amanecería… sin embargo la mejor noticia fue percibir que Edward se hallaba ya muy cerca de mí.

Bella Swan POV

Volví a despertar… Tirité sin poder parar y tosí con el dolor en mis pulmones acrecentándose, el frío me estaba matando. Las contracturas inmovilizaron mis brazos completamente.

Me hallaba en el suelo, cerca de la estufa viviente, sin embargo su calor había disminuido notablemente. Rodé sobre mí misma con menos fuerza que nunca, quedé boca arriba, y antes de que me agotara y mis ojos comenzaran a cerrarse por inercia, observé el amanecer colarse por la ventana.

Tosí otra vez. Dolía inmensamente.

Mientras mis parpados caían pesados sobre mis ojos y la caricia del sol comenzaba a bendecir mi piel –tardamente—, conté el ritmo de los latidos de mi corazón… 1… 2… 3… 4… 5…

Demasiado lentos. Lo siento Charlie, Reneé… perdón –pensé al sentir que no los volvería a ver, no al menos con vida.

Con el último halo de energía de mi corazón pronuncié los dos sonidos más majestuosos de todo el universo entero.

--Te amo.

Y eso era lo único que sentía, mientras la imagen de Edward esperándome afuera de su Volvo, con esa sonrisa retorcida, que de verdad me enloquecía, me llevaba al País de nunca jamás.


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este capítulo tiene su doble personalidad, pero no por eso Bella es vampi... ¡no! es sólo ese demonio que dice Edward en Sol de Media Noche que comparte sensaciones con él -o al menos yo lo entendí de esa forma-. Asimismo con Bella, su demonio ya la está acompañándola y pues ¿cómo no ayudarla con semejante problema? Pero la linda y dulce Bella sigue siendo humana.

Y si creen que se libraron de escuchar el nombre de Jacob o del peyorativo: perro. Aún hay un poquito más, así que tampoco él se ha muerto -digo por si alguien tiene dudas-.

De todas maneras saben que respondo incógnitas o sugerencias vía mp.

Por ultimo: snif, snif, snif... ya se va a acabar la historia vampiresas... después de largos y arduos meses ya estamos a capítulos de finalizar :( Espero de corazón que les guste el final.

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