jueves, 31 de diciembre de 2009

feliz año nuevo vampirico!!!!!

feliz año nuevo Pictures, Images and Photos

MUCHAS FELICIDADES A TODOS USTEDES PASANLA SUPER CON TODOS SUS AMIGOS Y FAMILIARES Y ESPERO QUE TODOS SUS DESEOAS SE LES CUMPLAN ASI QUE ESTE ES NUESTRO SIGUIENTE JUEGO CADA UNO VA A ESCRIBIR SU DESEO O DESEOS QUE TENGA PARA QUE TENGAMOS SUERTE ESTE AÑO Y SE NOS CUMPLAN JAJAJAJJA ASI QUE Y SABEN DEJENOS UN COMEN CON SU O SUS DESEO Y DE NUEVO MUCHAS FELICIDADES A TODOSSS BYEEEE BESITOS VAMPIRESCOS!!!

capitulo 23 "Odio"

Nota 23: Cuando escribía este capítulo la única melodía que me acompaño fue Flowers we are de Yiruma, melancólica y hasta un poco depresiva.

¡Qué comience la magia!


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CLARO QUE ANTES DE EMPEZAR PS YA SABEN HOY ES DIA DE FIESTA Y MAÑANA DE DESCANSO JAJAJAJAJJAJAJAA POR ESO ES QUE LES DEJO DOBLE CAPITULO DISFRUTENLOS Y ES SU REGALITO DE AÑO NUEVO JAJAJAJAJAJJAJAJAJA DE NUEVO GRACIAS MIELI POR TU GRAN OBRA MAESTRA JAJAJAJJAA QUE HARIAMOS SIN TU HISTORIA JAJAJAJJAA BUENO MUCHAS FELICIDADES A TODAS DISFRUTEN EL INICIO DE UN NUEVO AÑO VAMPIRESCO!!!!! BYE BESITOS VAMPIRESCOSq!!

23. Odio

"Después del amor, lo más dulce es el odio"

Henry Longfellow Wadsworth

Carlisle Cullen Pictures, Images and Photos

Bella POV

El odio es un sentimiento tan feroz, tan descomunal, tan intenso… Se percibe en las venas, corriendo, tibio y natural; se huele como el aire que te permite estar viva; se mira hasta en la total oscuridad de tu mente; se saborea caliente, cuando la sangre hierve, o frío, si viene acompañado de venganza.

Cuando sufres y estás tan asustada por tanto tiempo, el miedo y el dolor se vuelven odio y el odio empieza a cambiar al mundo.

***

Bella despierta –susurró la voz tierna y aterciopelada de Edward—Se fuerte; hazlo por Renesmee.

Enseguida levanté los parpados tras el mandato, engañándome por el impulso de la inercia, pues Edward no estaría allí, lo sabía, o ¿de qué otra forma podría haber dicho el nombre de nuestra hija? Ésa había sido mi mente refugiándome de los abismos de la evasión, de la caída constante y en picada al olvido.

Una vez enteramente consciente, y con las imágenes nítidas, empecé a percibir la luz del día, los sonidos impersonales del hospital, mi postura en esa cama, el helado clima, el olor a medicamento, todo, sin embargo permaneciendo estática. Ni siquiera viré la mirada, para tratar de hallar a alguien –además ¿a quién buscaría?, si el fantasma que me llevó a despertar estaba a miles de kilómetros y sin menospreciarlo, no querría que hubiese mirando mi deplorable estado—, así que sólo… abrí los ojos.

Respiré una, dos y tres veces hasta que mi pensamiento me llevó a inhalar profundamente con sollozos de por medio. Lo que mi cabeza cavilaba era diez veces peor que el dolor de mi cuerpo. No, no, no. No quiero.

A mi alrededor un sonido se produjo con más constancia, era el monitor que controlaba mis signos vitales y me cantaba la vida que tenía a cuestas, vida que me servía exclusivamente para sostener a la bebé que llevaba en mis entrañas, para la lucecita que me mantendría feliz a partir de que saliera de este hospital. Ya que… –exhalé despacio— me alejaría definitivamente de Edward y esta vez sí sería para siempre. ¡No, no es justo!

Tuve que tragar saliva para deshacer el nudo insoportable de la garganta.

¡Sí Isabella! ¿Cómo vas a permitir que te vea así? No seas ridícula –intentaba convencerme aún cuando el corazón se me partía en mil pedacitos—. Deja que te recuerde tal cual se enamoró de ti.

Tenía razón mi Yo interno, aunque costará llevar acabo la acción; las horrendas cicatrices de mi cuerpo jamás me dejarían volver a estar a gusto con él, jamás. ¿Con qué seguridad me quitaría la ropa?, y más después de verlo desnudo, ¿qué le ofrecería cuando deseara hacer el amor? ¡Un adefesio! Un amorfo cuerpo. ¡NUNCA! Él no se merecía quedarse conmigo por la culpa que lo invadiría, no, ni siquiera por el compromiso que nos uniría. Gracias a lo anterior, me desaparecería del universo –si era posible—, me cambiaría de nombre y apellidos, me iría al lugar más soleado e inhóspito y llegaría hasta el punto de comer ajos a diario con tal de que mi sangre cambiara de olor.

Nunca fui hermosa como para estar con él y ahora menos. Debo de alejarme; tener un poco de dignidad y no aferrarme a lo imposible –sollocé—. Él no se merece una persona repugnante a su lado… y menos eternamente. ¡Qué estúpida! ¿¡Cómo planeó convertirme en vampiro con tan desagradables cicatrices!? ¿Existir así para siempre? ¡No!

Debemos huir Reneesmee, irnos sin dejar rastro para que la familia de tu papá no nos encuentre –sentí una opresión en el corazón cuando vi la realidad de mi niña—. Lo siento nena, créeme, me duele separarte de él, deberías tener la oportunidad de conocerlo—tensé la mandíbula para contener el llanto—, es un excelente ser… es sólo que nadie puede saber a dónde vamos. Pero tranquila, mamá va cuidar muy bien de ti –paré en seco mi soliloquiocuando sentí que no resistiría el llanto.

Intenté pensar en algo agradable, pero ¿qué iba a pensar? Sólo Renesmee me podía dar fuerza para seguir adelante y pensar en ella era imaginarme a Edward. Intenté sentirla, para distraerme, mas no tuve éxito, pues al parecer en esos instantes mi cuerpo sufría el adormecimiento de los narcóticos, así que no la percibía en lo más mínimo, ni siquiera por estarle transmitiendo mis emociones más depresivas. Quise construirla en mi mente, tal cual me había descrito Alice que sería, sin embargo era una idea tan constante en mis pensamientos que no reaccionaba como necesitaba mi atormentado ser para olvidar la sensación del llanto. Creo que por analogía pensé rápidamente en Renée. Las madres casi siempre deberían de causar seguridad en sus hijos y eso era justamente lo que anhelaba: seguridad y con mucha más urgencia, antes de que me hundiera en el infierno.

Mi alocada madre también se había marchado del lado de Charlie cuando yo apenas era una bebé y si ella, con la inmadurez de su juventud, pudo conmigo, ¿por qué yo no?; además buscando más curiosidades en los esquemas inconscientes de la mente, ella también se había ido al otro extremo del país, a un lugar cuyas nubes no ensombrecieran su vida y la de su hija. Yo no me iría del lado de Edward por descontentos o peleas, como mis padres, sino para quitarle la carga de una atracción fingida y una culpa que destruiría nuestro amor. Debía de valer algo eso ¿no? De todos modos, algún día me encontraría, estoy segura, y entonces su hija conocería al maravilloso ser que es su padre. No se quedaría sola –si es que ella también heredaba algo de la naturaleza de Edward—.En mi cuenta de fondos para la universidad tenía ahorrado bastante dinero como para escapar del país y sobrevivir en cualquiera de los países latinoamericanos. ¡Rayos!, pensé al cruzar la imagen de una mujercita por mi mente: Alice, el único problema, sin duda. Suspiré contrariada, Alice me tenía acorralada. No podría dar un paso sin que ella supiera el siguiente y para mi mala suerte ya me habría visto tomar mi decisión, por lo cual los aeropuertos cercanos estarían rodeados de los Cullen. Ah… El suicidio no parece tan malo después de todo Edward, pensé irónica y cerré los ojos con el objetivo de desvanecer aquel pensamiento, porque mucho que yo lo deseara –o hasta su padre— esa no era la manera de transmitirle a nuestra amada hija la fragilidad de sus progenitores.

¿Por qué lo simple se complicaba tanto? Lo único que intentaba era hacerle la existencia más llevadera a su “hermano”.

Cálidas y a la vez devastadoras, dos lágrimas se escabulleron de mis ojos, una de cada lado y al rodar por mis mejillas mi corazón se incendió en miles de llamaradas, causando que el odio por el mundo se desatara sin censura y mi mente liberara a mi don del candado restrictivo.

¡Maldito Jacob, arruinaste mi vida!

Abrí de golpe los ojos cuando su imagen quiso presentarse en mi mente. Una ira descomunal invadió mi sangre al recordarlo y, como si fuera magia o algo verdaderamente real, observé con rapidez como mi mente comenzaba a incendiar el cuarto, atrayendo las ráfagas de fuego desde el suelo y subiéndolas con movimientos serpenteantes al techo; por un momento me sentí acalorada con todos esos colores carmesí combinados con delirantes tonos anaranjados y negros; las cortinas blancas que rodeaban a la cama y las de la ventana se levantaron por el aire que propiciaba la combustión y se fueron consumieron lentamente.

¡Te odio Jacob Balck, TE ODIO!

--Bella –una voz preciosamente masculina me asustó y desencajó todas mis emociones—, no hagas eso, no estás sola.

Por el espanto, quise girar para verle, mas fue imposible, hasta el momento no me había percatado que mis muñecas y mis tobillos estaban amarrados a la cama, justo como en las películas cuando inmovilizan a los locos… qué casualidades. Rodé mis ojos en la dirección de donde provenía la voz y lo vi, postrado a un lado de mí, observando mi espectáculo ilusionista.

¡Qué vergüenza!

Al clavar mis ojos con los de él, sentí toda la compasión que me faltaba, toda la paz que mi alma requería para sosegar el naciente odio por Jacob.

--¡Carlisle! –apenas pude articular cuando el verdadero llanto salió a la luz.

--Sí, aquí estamos.

Se acercó y como si fuera Edward me abrazó con ternura y consuelo.

Yo sabía que él no era padre de ninguno de los Cullen, un creador sí pero a mi concepción eso era exageradamente diferente, sin embargo fungía muy bien el rol de padre con esa personalidad tan protectora y serenada que emanaba al universo.

Su frío contacto en mi piel me ocasionó bienestar, no ardía más y mi mente fue desmantelando la ilusión conforme me fui relajando. He de ser sincera, de entre todos los seres de este planeta, incluyendo a Edward, nadie habría sido mejor, para mí, en este instante que Carlisle.

--¡Eso es! Apaga las llamas del infierno Bella, aún no es tiempo de que las conozcas, no seas tramposa –susurró con un tono bromista y se incorporó para desatar las correas que me encarcelaban.

Traté de reírme con él, pero lo único que logré fue sonreír medianamente mientras mis manos eran liberadas, por obviedad mi molestia residía en su cercanía a mi repugnante piel, pues ¿qué tanto estaría enterado de mi estado como para actuar con exagerada naturalidad? En cuanto las sentí sueltas las escondí, me apenaba tanto que las evaluara con sus ojos de vampiro. Recordar mi cuerpo era tremendamente traumático como para dejar que alguien más se expusiera a tan desagradable sorpresa. Carlisle debió percibir mi vergüenza y sin incomodarme más se dirigió a desatar mis tobillos, fue hasta entonces cuando lo miré con más detenimiento, detectando una particularidad demasiado significativa: llevaba la bata de médico.

¿Estaría trabajando nuevamente en este hospital? Y si era así, ¿de qué me había perdido? Si Carlisle estaba aquí era seguro que ya sabían los Cullen qué me había sucedido, sabrían mejor que otros, o quizá que cualquiera, qué me había atacado. ¡Oh, no! ¿Carlisle conocería lo de mi embarazo?, reflexioné y mi corazón se agitó, ¿cómo le explicaría este milagro?

Ni hablar… era abordar uno u otro tema.

--¿Ya viste lo que hizo conmigo? ¡Soy horrible!

Carlisle se puso a un costado mío y cerró sus ojos al ritmo que movió su cabeza de derecha a izquierda.

--Te curarás –dijo vehemente y clavó su mirada en mí.

--Pero las cicatrices…

--Tus heridas están sanando extremadamente rápido. Al cabo de tres semanas volverás tener el tono natural de tu piel y las cicatrices que queden las iremos eliminaremos con cirugía, de eso no te preocupes; la ciencia ha avanzado tanto.

Hablaba con tanta precisión, con demasiada tenacidad, me sentí esperanzada de sólo oírlo. ¿Si eso era verdad, mi horrendo aspecto se mejoraría? No lo podía creer… Lo cierto es que mi único referente había sido Emily y su espantosa cicatriz en la cara. Ella era humana por completo, yo ahora suponía ser un híbrido con capacidades de sanación mucho más potentes que las del humano promedio, quizá mis marcas no serían tan brutales entonces. Además Carlisle tenía razón, la cirugía me ayudaría a quitar aquellos rastros que el veneno vampírico no cubriera, el dilema era: ¿tendría el suficiente dinero para pagar esas intervenciones? Conté veloz cuánto invertiría… ¡Bah!

Me cansé de hacer cuentas… ¡a quién trataba de engañar! La mirada de Carlisle me dijo todo: ellos lo solventarían desde el momento en que dijo “las iremos eliminando con cirugía”. Respiré profundamente, jamás me había sentido a gusto con este tipo de situaciones, me prometí a mí misma algún día devolverles cada centavo, así me llevará la eternidad.

Rogué desde lo más profundo de mi alma por sanar completamente para el regreso de Edward.

--Carlisle –musité insegura—, ¿cómo están las cosas allá afuera? ¿Qué se les dijo a mis padres o a Edward?

--Tus padres tienen la idea de una agresión por parte de un oso, eso informaron al hospital tus verdaderos agresores cuando ingresaste –lo interrumpí.

--¿Agresores? No, no fueron varios, fue uno.

--Lo supongo, pero aquí llegó él y uno más –dijo sin despegar sus ojos de mi cara.

--¿Y ustedes se cruzaron cuando llegaron?

--Sí, aunque en realidad sólo vine yo, has de recordar que los demás no son muy tolerantes al olor de la sangre y este lugar es sin duda un buffet para ellos. Esme, Alice, Jasper, Emmett y Rosalie se quedaron afuera del hospital, esperando noticias y, por supuesto, cuidando que los lobos no se pusieran hostiles.

--Y luego…

--Entré y fui con mi colega y amigo, el doctor Bach, director del hospital, para que me fuera concedido el atenderte, me debía algunos favores… no pudo negarse –sonrió discretamente—. Alice me enteró previamente del asunto del embarazo, por ello has de entender que desde ese momento no había motivo más grande que lograr atenderte personalmente. Si ya era preocupante que otros médicos supervisaran tu curación inhumana, el embarazo pudo ser igual de impresionante –lo escuché atenta aunque me distrajo la conjugación del verbo en tiempo pretérito—. Subí hasta el piso indicado y cuando iba hacia la sala de cirugía en donde estabas… los hallé. El causante de tu infortunio se veía muy alterado y el otro joven, que lo acompañaba, intentaba reflexionar con él. No pudieron hacer más cuando por fin me percibieron, pues un pie lo tenía dentro del quirófano.

--Perdón por la interrupción Carlisle, ¿él sigue aquí? –pregunté con hastío en la voz.

--A veces… tus padres mandan llamarlo.

--¡Por qué! –me alteré, sólo eso faltaba: ¡mis padres necesitando el apoyo del verdugo de su hija!

--Bella…

Enunció despacio Carlisle mientras mi mente revolucionó en otra desagradable idea: ver a Edward sentado en un avión, en camino a América, con un odio peor que el mío y con esas ganas de pelearse a muerte con Jacob. Eso no lo permitiría. No le condescendería a Jacob Black tocar a Edward aunque fuera la punta de sus cabellos. ¡No!

--Carlisle ¿y Edward? ¿Donde está Edward? –cuestioné al borde de la histeria.

El interpelado contestó como si él también pudiera leer mentes y la mía no hubiera sido su excepción.

--Tranquila, no te alteres, él sigue en Italia, ignorando cuanto ha ocurrido aquí –tocó mi hombro con el propósito de sosegar mi angustia.

“Como imaginarás, Alice fue quien nos dio la terrible noticia que estabas gravemente herida y que nos necesitabas en Forks, sin embargo sólo lo hizo una vez que pudo volver a verte, es decir cuando fuiste internada y separada de esos seres; de otra forma nunca hubiera pasado, te lo puedo apostar. Pero ¿quién iba a saberlo? Las condiciones fueron adversas por donde hemos intentado analizarlas. Sabes… Alice sufre de extraños huecos en sus visiones cada que un licántropo está cerca, ¡vaya! ni siquiera me pudo ver a mí cuando estuvimos compartiendo el mismo espacio dentro del hospital. Y por si eso fuera poco, este joven no tenía la intención de dañarte, o al menos eso me dijo después –mis ojos se desorbitaron al comprender el significado de las palabras de Carlisle, ¡él ya había cruzado palabras con Jacob!

Esto te lo estoy contando porque tiene que ver con Edward –asentí y liberé mis emociones al escuchar el nombre del padre de Renesmee. Los vampiros eran tan perceptivos aun no teniendo dones—. En cuanto Alice me llamó, no dudé en comunicarme con Edward, estuviera o no en su casa a esas horas, en algún momento escucharía el mensaje. Me faltaron cuestión de segundos para decirle a Alice que colgáramos cuando literalmente me gritó –cerró los ojos y movió su cabeza en un signo de “no”— las razones por las que sería un error mi plan. De antemano imaginaba que los Vulturis lo acusarían de traición si se enteraban que tú conocías nuestro secreto, es decir salir abruptamente por la fragilidad tu familia inmortal es completamente incoherente. Sin embargo continuaba sin comprender la trascendencia ¡cómo para no avisarle!, de todos modos, tengo entendido que ya llegaron a un acuerdo para lograr transformarte en uno de nosotros, ¿no es así? –Respondí con un leve sonido de afirmación— A Aro le bastaría esa explicación para perdonarlo, estoy seguro.

Como sea, Alice no pudo sobrellevar mis preguntas y terminó soltando la terrible decisión que tomó Edward hace un tiempo, el trato por el cual se unió a los Vulturis… del que tú, ella y Jasper ya estaban enterados –dijo amedrentador y me otorgó una mirada acusadora, semejante a la de un amigo cuando te ha caído en una mentira piadosa—. No los culpo, quiero que quede claro, entiendo que Edward es exageradamente reservado, yo mejor que ustedes lo sé, y si Alice lo supo fue gracias a su don, Jasper porque no le queda de otra que seguir a su alocada pareja hasta el fin del mundo y a ti porque lo has de haber acorralado hasta el punto de no tener otra opción, ¿verdad? –le sonreí en respuesta mientras por mi cabeza pasaron las imágenes del momento tan tenso en que me dijo su acuerdo con la realeza vampírica para su suicidio.

Bella, siendo sincero contigo, conozco muy bien a los Vulturis, ellos no te harán nada, porque serás una de los nuestros. Edward está a salvo, además está haciendo un buen trabajo al disfrazar su cambio de parecer. Pero cuando Alice me recordó a qué se dedicaba con ellos, no pude más, me retracté de mi acción. Edward haría cualquier cosa por ti; se nubla su razón cuando tú vas por delante y no es que no lo valgas, no pretendo ser descortés, sólo que el mejor ejemplo de esto es llegar al punto de acabar con su existencia. Imaginemos que viene y se topa con Jacob…” –lo interrumpí ipso facto.

--¡NO! NO IMAGINEMOS NADA CARLISLE. ¡No quiero que le avisen, ni que se diga nada de mi accidente en caso de haber sanado para cuando él vuelva! Se los prohíbo –finalicé tajante y grosera a la vez—Ustedes creen conocer mejor que yo a Edward porque han permanecido casi un siglo con él, pero no lo conocen, él ha cambiado mucho y estoy segura de sus futuras acciones. No quiero una guerra mítica. Jacob también es muy fuerte –me desesperé— ¡Protege a tu hijo! ¡Protejan a su amigo! No le digan nada, ¡por favor! –mi voz ya era un tono apremiante de suplica.

--Bien, no temas, eso era justamente a lo que quería llegar. Es mejor que no esté enterado. Te doy mi palabra de que ninguno de los Cullen abrirá la boca… o su mente. Además olvidar el pasado será lo mejor para ti.

Un momento, ¿por qué había hecho énfasis en esas dos palabras? Ése “para ti” resonó de una forma muy peculiar, casi con un doble sentido. Imaginé de primera instancia que se referiría a mi apariencia, mas no quedé satisfecha con esa simpleza y en lo que intentaba encontrarle el sentido oculto a sus palabras, Carlisle dio el último touchè.

--Bella… hay algo más –musitó y tomó mi hombro. Mal augurio si me necesitaba dar seguridad con ese ademán.

--¿Qué pasa Carlisle? Es algo malo ¿no es así? –respondí sin mirar mi brazo, sólo dirigiendo mi mirada a sus hermosos ojos ámbar.

--Bella, tus padres también están molestos con Jacob –esperó a ver mi respuesta, la nada en mi rostro es buena explicación para el gesto que nunca apareció— y no porque sepan que él es el causante de tus heridas; si lo mandan llamar no es para verlo o para compartir su dolor con él...

Entendí porque Edward y él se llevaban tan bien… los dos les encantaba ponerse a filosofar en los peores momentos. ¡Vamos Carlisle, al grano!, pensé y después mi voz interior se hizo realidad.

--Carlisle, me estás asustando, quieres llegar al punto, te lo ruego –mi corazón se aceleró y esa mala sensación en el pecho me comenzó a quemar—Por favor, dímelo.

--Los golpes y las incisiones de las garras te lastimaron mucho. Te lo juro, traté por todos los medios de salvarla – ¿Había dicho “salvarla”? ¡No! no, no. Carlisle no se refería a mi lucecita, No, no, no a mí amada Renesmee— La bebé se aferró a ti cuanto pudo, pero el daño fue más… Ella no aguantó. Perdiste a la bebé de Edward.

“Ella se aferró a ti cuanto pudo… perdiste a la bebé” retumbaron las frases incesantes en el calor de ese sudor frío que recorre tu cuerpo cuando la peor noticia de tu vida llega sin previo aviso. ¿Quién nos prepara para esto? ¡Quién se atrevió a inventar la muerte para seres inocentes! ¡Era un angelito! ¡Mi angelito! Solté a un descontrolado berrido seguido de un llanto jamás saboreado, un llanto que cortaba los impulsos naturales como respirar o moverse.

Carlisle apretó mi hombro para que no me desvaneciera mientras yo me perdía en esos huecos sonidos.

--Fue necesario practicarte un aborto de emergencia. La placenta con la que la bebé sobrevivía era muy dura y romperla casi nos cuesta tu vida; fue entonces cuando se tuvo que informar a tus padres de la gravedad de tu estado, necesitaban firmar la responsiva en caso de que “fallecieras” en la intervención. Lo malo es que ahora piensan que el padre era Jacob, por lo avanzado del embarazo, la bebé parecía de tres meses. Él no ha dicho nada para desmentir… –lo interrumpí nuevamente para dilapidar esa mentira.

--No es cierto –negué vehemente.

--Bella, no te hagas más daño—rogó.

--No Carlisle, la bebé está viva, la siento dentro, efectivamente ella es fuerte… como Edward –se me cortó la voz al irme percatando de la soledad de mi vientre.

¡Por eso no la había sentido estremecerse! Nunca fueron los narcóticos. ¡Por eso no sufría más en mis entrañas! Mi bebé… Ni siquiera había podido despedirme de ella, de mi amada hija, de mi pedacito de Edward.

Deslicé mis manos entre las sábanas y alcancé mi vientre, lo toqué sin importarme las cicatrices existentes ahí, las manos me temblaban.

--Ya no hay nada –musité despacito—La maté por mis malas decisiones. Debí haberme callado –me regañé al recordar cómo le había escupido a Jacob que no lo amaba.

--No te culpes Bella, tú no la mataste –dijo seguro de sí mismo.

--Era mi deber cuidarla, ¡por Dios! ¿¡Qué hice!? –por primera vez saqué mis manos y cubrí con ellas mi cara.

¡Cómo no me había percatado de su ausencia!

Estabas inconsciente. Tienes que ser fuerte, susurró la aterciopelada voz de Edward, procurando consolarme, mas lo único que logró fue agudizar la culpa.

Sollocé por fin y Carlisle me abrazó sin premeditarlo.

--¿Le habrán dolido los golpes Carlisle? ¿Los arañazos? ¿Cuánto habrá sufrido mi bebé? Era una niña Carlisle, una hermosa niña… ¡Me lo dijo Alice! –solté todo lo que venía a mi mente sin prejuicio.

Como si fuera arte de magia, mi cabeza reprodujo ahora la voz de Alice tan nítida como la de Edward en su momento: “…te aseguro que esa linda niña es de Edward, tiene su cara y tus enormes ojos achocolatados”. La locura se empezaba adueñar de mí y la sentía cada vez más natural. Parecían inagotables los sonidos de esas palabras, repitiéndose una, dos y hasta cien veces, queriendo perdurar el tiempo para encontrarle algún sentido a mi oscura realidad.

--Tienes que irlo aceptando Bella. Tu mente es muy poderosa, no dejes que juegue contigo.

¿Cómo me pedía Carlisle asimilarlo, aceptarlo? ¡Cómo! La sola idea era cruel, era despiadado “aceptarlo”. ¿Cómo aceptas la muerte de alguien a quien amas? Aceptarlo era, para mí, como olvidarla y no deseaba hacerlo nunca, así mi existencia abarcara la misma eternidad.

Jamás te olvidaré nena. Discúlpame, no pude protegerte… discúlpame, pensé y elevé una plegaria al cielo, esperando no fuera demasiado tarde para que su alma la recibiera.

Te amaré eternamente Renesmee.

--¿La viste Carlisle? –dije llorando—¿Él la lastimo?

--Sí la vi y no, no la alcanzó a lastimar.

--Apenas tenía cuatro días con ella y ya la amaba más que mi vida misma Carlisle, ¡la sentía, por todos los cielos!, había percibido sus pequeños pataleos, su alegría y su tristeza… ¡Vaya, hasta su culpa! Porque sabes… mi bebé se apiadó del sufrimiento del bastardo de Jacob –se me fue el aire y con él el habla al pensar en esas últimas sensaciones de Renesmee en mi vientre—Era Edward y yo, en una sola persona, ¿me entiendes? ¡ERA NUESTRA HIJA!

De repente el odio que sentía por el mundo, aquel que desapareció cuando Carlisle me miró, regresó a mí tan rápido como un bumerán.

--Bella, llora cuanto necesites, pero no ensucies a tu corazón y a tu alma con odio.

--No puedo Carlisle, no puedo. Siento que me falta algo con que funcionar.

--Aún eres joven y podrás concebir otra criatura en cuanto lo desees–dijo muy solemne, mas eso me pareció irritante desde todos los sentidos posibles.

Me separé del abrazo y lo miré con incredulidad y furia.

--¡NO CARLISLE, NO! No quiero otro bebé cualquiera, ¡quiero uno de Edward!

¡Maldito Jacob Black! ¡Maldito el día en que te permití entrar en mi vida!, pensé con el rencor inundando mi corazón y oscureciéndolo con el odio.

--Bella, lo sé, pero te está matando en este momento esa idea; además nadie sabe, ni se imagina cómo pasó este suceso, puede que haya otro milagro. No pierdas la fe.

--Quiero morirme Carlisle y ¿tú me pedís que no pierda la fe? Odio al mundo, a los licántropos, a mí misma. Destruyo todo cuanto toco, ¿no te das cuenta? ¡Yo debí morir, no ella! –grité mientras las lágrimas saldas entraban a mi boca, para amargar más el momento.

--Bella te estás alterando excesivamente. Voy a tener que sedarte –se acercó y con un rápido movimiento vampírico me inyectó—No te perderemos a ti Bella.

Lo escuché huecamente mientras las imágenes se iban achicando en un pequeño círculo, escapándose con éste la última de mis nobles emociones, alrededor la oscuridad, el infierno.

Dicen que del amor al odio sólo hay un paso… y sí, es cierto, sólo uno e insignificantemente pequeño.

Si yo sufría, Jacob Black también lo haría.

Y así el odio empezó a cambiar el mundo… Mi mundo.


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Primero que nada... NO ME QUIERAN MATAR POR ASESINAR A NESSIE. El personaje estaba destinado en fic a morir desde que se me ocurrió la idea y para hacerlo todavía más dramático a manos de su perro. jajajajajaja. ¡Odien al perro!

capitulo 22 "Cicatrices"

Nota 22: Es un capítulo muy corto así que con O Fortuna de Carmina Burana es más que perfecto.

¡QUÉ COMIENCE LA ATERRADORA MAGIA!


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22. Cicatrices


"Las heridas lastiman, pero las cicatrices son el eterno recuerdo del dolor"

Elizabeth Fuentes

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Bella POV

¿Bella?... Bella –dijo una voz femenina a lo lejos.

Poco a poco fui recobrando el sentido, percibiéndome por demás extenuada y adolorida. No abría mis ojos, o quizá aún no podía; mi cerebro comenzaba a carburar lenta y pausadamente, como si fuera un lunes por la mañana, en esos lapsos en que el deber y el placer se discuten a muerte al ritmo del despertador y la suavidad de la cama, asimismo sentía el jalón de la realidad.

Los primeros horrorosos minutos en que me obligué a regresar al mundo la incomodidad me atenazó por completo, porque para empezar mi cabeza me punzó y en mis oídos escuchaban un zumbido parecido al de un centenar de enjambres y como era de esperarse mi cuerpo mandó miles de descargas dolorosas a mis terminales nerviosas cuando intenté moverme.

--Bella, no te agites. Tranquila, estás a salvo –declaró la voz.

¿A salvo?, pensé y, como si una ráfaga de luz cruzara por mi cerebro, todas las imágenes de mi último minuto de consciencia golpearon mi pasividad.

¡El lobo!, grité al borde de la histeria en mis adentros. MI pulso indiscutiblemente se alteró y algo muy cercano a mí comenzó a emanar ruidos cada vez más constantes.

Como si pesaran diez mil kilos mis parpados y sólo tuviera una oportunidad para lograr abrirlos me forcé a que sucediera el acto, además el miedo en mi interior inyectó la fuerza suficiente.

Al principio la reacción inmediata que tuvo dicha acción fue mandar más y más punzadas estremecedoras a mis sienes, la luz era insoportable. Aunque no lo hubiese querido tuve que achicar los ojos y mover mi cabeza para intentar deshacerme de la molestia, en seguida el cuello me ardió y me quejé en voz alta.

--¡Hija, no te muevas! –contestó la voz e inmediatamente supe que era Renee.

--Mamá… ¿dónde estoy?, ¡¿qué haces aquí?! –enuncié con una voz demasiado ronca, mas mi angustia se pudo percibir.

--Calma cariño, estás en el hospital de Forks, a salvo.

--¿Cómo me encontraron? ¿Quién me encontró? –cuestioné alarmada sin detenerme a pensar en el orden de las preguntas.

--Bella, tranquilízate. Iré por una enfermera.

Renee se separó de mí y con la impotencia y la curiosidad recorriendo mis venas la seguí con la escaza mirada que tenía en lo que ella caminó hacia la salida del cuarto.

--¡Mamá dime qué pasó! –exigí con severidad y la interpelada pareció ignorarme.

Sin importarme cuánto me doliera mi cuerpo, cuánto me ardieran las posibles heridas del ataque, me incorporé agresivamente quitándome de encima las sábanas que me cubrían el cuerpo y con ello también zafando lo que con seguridad sería el suero intravenoso acomodado en mi brazo; al salir la aguja de mi vena me causó una dolencia insoportable, tan intolerante que desvié mi atención por segundos para examinar el daño.

Jamás lo hubiera hecho.

--AAAAAAAAAAAAAAAAAh –grité, pero no del dolor, no del malestar, sino de algo mucho peor.

Cuando mis ojos observaron lo que parecía pertenecerle a mi cuerpo la verdadera desesperación invadió mi ser.

Puse inmediatamente mis dos brazos frente a mí para percatarme del monstruo en que me había convertido.

--AAAAAAAAAAAAAAAAAAh –grité con más fuerza, las lágrimas causadas por el horror se desbordaron.

Toda mi piel, o lo que era eso, estaba en color púrpura y negro con pedazos más sobresaltados que otros y con puntos por doquier; como Frankestein.

Mis brazos no eran mis brazos, sino una especie de extremidades deformes, llenas de manchas oscuras y de abultamientos asquerosos, con pedazos amorfos y rasguños profundos. Mis manos asemejaban un color rosado, ya que estaban libres de cualquier indicio de maldad, pero con la piel pudriéndose en el resto del brazo esas manos parecían estar cosidas en vez de haberme pertenecido desde siempre.

Con una fuerza descomunal extraída desde el interior de mi infierno, desgarré la bata azul que tapaba el resto de mi cuerpo. Cuando el ligero telón descubrió por completo el repugnante espectáculo, el grito se prolongo más agudo y más estremecedor.

Eso era yo, un adefesio.

Me había convertido en lo más espantoso del mundo, mi cuerpo no tenía forma, era piel sobrepuesta, rasguños, mordidas, huecos, manchas, cardenales… y toda en colores inhumanos.

La realidad comenzó a caer vertiginosamente en mi vida. Repasé, como si lo estuviera volviendo a vivir los hirientes recuerdos del lobo cortando y desgarrando mi piel…

Mis manos se fueron a estampar tras el horror, y al unísono de mi grito, contra mi cara; éstas buscaron morbosamente el irreversible daño en ella para completar el círculo del pánico.

No, no, no, no, no, esto no puede estar sucediendo, me dije a mí misma mientras hurgaba con ansiedad mi cara.

--¡UN ESPEJO! ¡Quiero un espejo! –gritaba frenética mientras dos enfermeras y un médico entraban a la habitación.

Me fui corriendo al fondo del cuarto para que no me tocaran; bastante repugnancia me causaba yo misma para ver que otros sintieran el aborrecimiento al tocar mi piel. Toda mi fisonomía, o al menos del cuello para abajo, era una asco.

Hallé, en mi huida, la ventana y antes de que me atraparan, retiré las cortinas blancas para que los cristales me permitieran observar qué había sido de mi rostro, sólo eso pedía… verme antes de ser sedada.

La imagen de la ventana no fue muy nítida, mas con la oscuridad reinando en el exterior y la luz de adentro el reflejo se ocasionó automático.

--Mi cara… –toqué lo más que pude de ella para verificar la veracidad de la imagen.

Un malestar extravagante se acunó en mi interior conforme iba descendiendo mi mano; tenía ganas morir, de nunca haber recobrado el conocimiento, de que ésa no fuera yo. Me odié, me detesté, sentí aversión por lo que la ventana reflejaba. Allí enfrente de mí, estaba mi cara, mis ojos, mi boca, mis pómulos, mi nariz, todos intactos y tan pálidos como siempre, sin embargo desde el final del cuello hasta donde alcanzaba a dibujar la ventana sólo encontré destrucción.

Supongo que mi mente se colapsó al decodificar las sensaciones que mi mano le enviaba con cada cicatriz y herida que pasaba, sí, quizá fue eso… ya que lo último que mis ojos divisaron, antes de caer rendidos en un nuevo letargo, del cual no quería volver a despertar si me era posible, fue a mi madre llorando desconsolada mientras las enfermeras me inyectaban el tan esperado sedante.


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miércoles, 30 de diciembre de 2009

Twilight Vs. Vampire Diaries

Y DIGANOS CHICAS Y CHICOS A QUIEN LE VAN???? DEBO DE SER SINCERA QUE LA TRAMA QUE PRESENTA LA SERIE TELEVISIVA DE VAMPIRE DIARIES ME TIENEN ENCANTADA PERO NO PUEDO DEJAR ATRAS A LA FANTASTICA SAGA DE NUESTRA AUTORA FAVORITA MEYER jajajajajja Y DIGANME USTEDES QUE LES PARECE???? COMENTEN CUAL ES SU RFAVORITO Y SUS PUNTOS A FAVOR Y EN CONTRA DE CADA UNO CLARO QUE NOS ENCANTARIA SABER QUE ES LO QUE PIENSAN BYEEEEEE BESITOS VAMPIRESCOS!!

THE VAMPIRE DIARIES RESUMEN




TWILIGHT RESUMEN

capitulo 21 "destruccion"

**Los personajes e historia son obra y creación única de Stephenie Meyer -ya lo sabemos, gracias, continuen leyendo- la fuente mágica de los deseos es la única culpable de que yo reconstruya una historia alterna. FIN.**

Nota 21: La musa rockera recomienda Tú me matas de Anabantha y Stay whit me de Clint Mansell.

¡QUÉ COMIENCE LA MAGIA!


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Jacob Black Pictures, Images and Photos

21. Destrucción

“Pido a tu lecho el pesado sueño sin fantasmas
deslizándose a través de las cortinas ignoradas del remordimiento,
que tú puedes saborear después de tus negras mentiras.
Tú que sobre la nada sabes más que los muertos”

Stéphan Mellarmé (Angustias).

Bella POV

Jacob…

El pulso detuvo momentáneamente a la sangre que corría por la más minúscula de mis venas; escuché el latido mudo de mi corazón en la parte posterior de mis orejas, caliente, muy caliente y retumbante; un vértigo agudo punzó en mi estómago y, a punto de estallar en ansiedad, transmitió un sudor frío a lo largo de mi columna vertebral y mi cuello, pues detrás, a mis espaldas y a unos cuantos metros de distancia, se hallaba el potencial hombre – lobo, exigiendo con extrema cólera una respuesta inmediata que tardó lo que parecía una eternidad en llegar.

--N… no… no está aquí –tartamudeé y él gruñó.

Vi fijamente hacia mi puerta, examinando las posibilidades en caso de requerir escapar.

Diablos, ¡Charlie! La idea asaltó a mi mente engrandeciendo mis ojos como si fueran bombas atómicas en plena explosión. Un intenso dolor en la nuca me despabiló de mi inmutación; sentía como si dos clavos intentaran perforar mi cuello y entonces ocurrió:

Cálmate, tranquilízate Bella, quédate muy quieta, dijo la aterciopelada voz de Edward con un tono de aviso inexplicable.

Mi corazón se acongojó al escucharlo proferir la advertencia y mis manos reaccionaron contrariamente a su mandato, cerrándose con tal fuerza que percibí el hiriente filo de mis uñas al encajarse con las palmas.

Mi mente se estaba encargando de jugar, en los instantes menos apropiados, a la maga y por ende más allá de consolarme me alarmó. ¿Y si ocasionaba encapsularlo como a Tanya? ¿Qué vería Jacob?

¡A Edward!

Respira, exigió mi amante ausente cuando mi psique se angustió y engarrotó hasta el último de los músculos.

Respiré como Edward me pidió. La posible reacción que pudieran presentar Jacob o mi neófito don tenían jerarquía como principales problemas. ¡Qué momento tan indicado para descubrir que la activación de la voz continuaba siendo la misma que en el pasado!

Llené mis piernas de fuerza, con el propósito de levantarme y salir de ahí lo antes posible, sin embargo me acobardé a realizar cualquier otra opción, que pudiera estar intentando, al percibir como flaqueaban éstas al llegar a mis oídos las palabras de Jacob.

--¡Eso es más que obvio! ¿¡Me crees tan estúpido!?

Vuelve a respirar Bella. Contrólate, insistió el Edward de mi mente.

--Repito: ¿Dónde está el repugnante vampiro? –cuestiono con lentitud, expulsando el odio en cada sonido de su voz y logrando con ello estremecerme por dentro.

--En Europa –musité con esfuerzo.

--¡Ves! –Exclamó burlón– El chupasangre no tiene consideración contigo. Juega a diestra y siniestra. No le importas –escupió con la soberbia de una victoria que no era cierta.

¿Le respondía como se merecía o continuaba en silencio? Porque por una parte él me llevaba de la mano para lastimarlo y por otra, más egoísta, el guardar silencio nos mantendría seguros a mi padre y a mí; no había realmente dos opciones. Callé.

Mordí mi labio y con la lengua acaricié la cicatriz por donde se había introducido el veneno de Edward, esperando me diera la fuerza suficiente para pasar el mal momento. Cerré mis ojos y escuché el hiriente comentario que seguía, de la persona que alguna vez había sido la más importante en mi vida.

--Me pregunto ¿ahora quién será el idiota que se atreverá a sacarte del hoyo en el que te ahogarás?

Abrí mis ojos y fruncí el ceño; no lo podía creer. ¿Qué había dicho? ¡Me estaba echando en cara su decisión!

Sin premeditación ni reflexión giré mi torso para poderle ver, entre las luces de la oscura noche y el misticismo de las sombras, sus ojos enfebrecidos, lo cuales se convirtieron en devastadoras y mortales armas contra mí.

De aquella amistad de antaño ya no quedaba ni pizca y del amor adolescente que nos habíamos regalado una vez, como pareja, menos; la clara evidencia era su alma enfurecida.

--¿¡Cómo te atreviste Bella!? –Musitó echándome en cara todo su rencor– ¡Apestas a él por doquier!

--Jacob, márchate –dije mientras movía mi cabeza en señal de negación—. Tú y yo ya no andamos. Gracias por ahorrarme el irte a buscar.

Un gruñido emanó de su pecho y las convulsiones se presentaban en pequeños saltos de su cuello y sus enormes brazos.

Aléjate de él, demandó la voz en mi cabeza.

--¡Qué! ¡Él está aquí!—dijo en un tono más elevado—Lo acabo de escuchar Bella, ¡¿dónde está?!

Oh no… por todos los cielos. No.

Una adrenalina espantosa se inyectó en mis adormecidos músculos y me levanté de sopetón. Mi cara reflejó el espanto que debería –por lo que yo sabía—y Jacob se acercó a mí, me tomó por los hombros de manera descomunal y reclamó justicia al sentirse traicionado.

--O me lo dices por las buenas o hago que salga por las malas. Tú decides.

--¡Él no está aquí! Suéltame Jacob.

Sus manos estrangulaban la circulación de mis brazos y por esfuerzos que hacía para liberarme, más dolor me causaba en mis hombros la presión.

--Lo escuché nítidamente y tu cara me dice lo contrario a tus palabras –acusó enfurecido.

--Suéltame me estás lastimando. Entiéndelo, él no está aquí.

--No te creo –alzó un decibel su voz.

--Cállate, te va a escuchar Charlie –requerí molesta al no obtener que me soltara— ¿A qué has venido? Ya te dije que él no…

De repente olfateó a ambos lados de mis hombros y arrugó la nariz con un severo gesto de enojo.

De un jalón estruendoso, rompió mi blusa y mi sostén en dos, luego se llevó los objetos a su cara para olerlos de cerca como si fuese a encontrar una pista en estos. Con mis brazos cubrí en un santiamén mis pechos desnudos mientras unas lágrimas de rabia comenzaron a brotar.

Me quedé pasmada, inmóvil, por la reacción violenta, no le podía decir nada, no podía moverme, y la razón estaba en mi mente, en la reproducción inmediata de mi más profundo trauma: la noche del abuso, con las sensaciones de posesión y de animalización que envolvieron a Jacob.

Mi corazón se aceleró y un frió avasallador acarició desagradablemente mi cuerpo, venía de la ventana abierta, algo malo iba a ocurrir, lo presentía. Y en eso la voz de mi verdugo…

--Quítate la ropa.

--¿Qué? –pregunté atemorizada. ¿Esto no podía ser en serio?

--¡Que te quites la ropa!

--No Jacob. ¡Márchate! –mascullé y carraspeé mi garganta al finalizar. Inexplicablemente los sonidos salían cortados y por mucho: débiles.

--Ves, no te quiere en lo más mínimo. ¿Cómo es posible que permita que te trate así la sanguijuela? ¡Sal de tu escondite inmunda bestia!

--Idiota –tosí—, él no está aquí. ¡Ahora lárgate! –exigí con lo poco que quedaba de voz.

--Sal, cobarde vampiro –me empujó hacia atrás y miró directamente a mi abdomen bajo.

--Déjame en paz, ¡vete! –la voz sonó tan pastosa que asemejaba a estar enferma. ¿Qué ocurría? ¡Por qué mi mente me traicionaba así!

Me di la media vuelta para que no me observara; rápida y veloz jalé la colcha de mi cama para cubrir mi cuerpo entero. Lo peor es que aún mi cabeza enviaba las imágenes de aquel mal momento a mi realidad, originando que las emociones me acorralaran en mis propias trampas. Era como si mis sensaciones se estuvieran envolviendo en el pasado y rasgaran mi piel, garras filosas destruyendo con sus incisiones el control de mi ser.

--Jacob has el favor de marcharte en este preciso momento –declaré con el poco coraje que me quedaba antes de caer en ese abismo.

Viré nuevamente para verle y enfatizar mi molestia, pero cuando me percaté de lo que traía en las manos no pude contenerme, la cazadora de Edward estaba siendo manoseada por él.

--¡Deja eso, te lo exijo! –finalicé y tosí.

--Así que esto es de él, por eso huele así tu recamara. ¡Qué romántico! ¿Y dónde están las fotos?

--No te importa y suelta eso, e… es mío.

--No. No lo voy a dejar. Tú me arrebataste mi corazón, mis ilusiones y mi tranquilidad; esto es el mínimo tributo que puedes pagar por la ofensa. Él es lo siguiente que te quitaré. No voy a permitir que ese muerto arruine tu vida. Estás en un error.

--¡Tú eres quien arruina mi vida ahora! –dije como pude, ambicionado que la voz me saliera disparada, y casi lo lograba.

Mas no me hizo caso por estar hurgando en la chamarra de Edward.

--Mira nada más… ¿qué es esto? –cuestionó ironizando el hallazgo.

Intenté quitarle de las manos la carta, a tal grado que no me importó que la cobija se resbalara de mi cuerpo, sin embargo al caerse ésta me sentí desprotegida, indefensa. Por su altura y su fuerza desmedida no logré obtener mi preciado tesoro.

Como si fuera una pluma o cualquier hoja pululando en el viento me hizo a un lado y desdobló la carta.

--Dámela, es mía –rogué con desesperación, golpeándolo en el pecho, a él pareció no importarle.

--“Mi Vida: –cambió su tono a uno sumamente satírico e hiriente— Te veo frágilmente dormida –hizo una pausa y en cuanto reanudó su voz dejó de sonar irónica—entre las bellas luces nocturnas que cubren el milagro de tu precioso rostro y supongo cruelmente la turbación que las próximas noches traerá el desasosiego al brillo de tu alma tranquila…” –interrumpió la lectura y comprimió el papel en uno de sus puños— Él te escribió esto…

--Regrésamela –exigí con el llanto desbordándose por mis ojos.

--¿Por qué Bella? ¡Por qué lo hiciste! ¿Por qué te acostaste con él? –preguntó con un dolor en la voz que igualmente pasé inadvertido.

--Devuélveme mi carta –chillé con furia y di unos saltos para alcanzar la mano en donde la tenía.

--Soy un imbécil. Creí que esa carta se la habías escrito tú. ¡Cómo pudiste acostarte con él! Pensé que eso sería lo único… –movió su cabeza y bajó la mirada— ¡Qué tarado soy! Me acabas de matar Bella.

El hecho de que me estuviera colisionando por dentro no me impidió sobresaltarme ante su decreto.

¿¡Yo lo acababa de matar!?

No.

El amor mata, no yo. Y eso lo sabía como si fuera mi mismo nombre: “El amor concede a los demás el poder de destruirte” (MEYER, 2008). Recuerdo haberlo repetido incontable número de veces desde que Edward me abandonó; lo terriblemente catastrófico es que Jacob había sido su víctima esta vez y sufría de los estragos que el amor apasionado, loco y desmedido causaba en la salud de las personas.

¿Por qué quienes amamos con toda el alma tenemos que ser lastimados de una u otra forma? ¿El ser vampiro te daba ese privilegio? O ¿Acaso el amor no era para los mortales?

Tantas preguntas sin respuestas y enfrente de mí un amante sediento de ellas. De alguna forma macabra me alborocé por su sufrimiento, él me hizo un daño irreparable yo…

--¿Yo? Jacob, perdón, pero no. Yo no te maté, te mataste solo.

En mi interior algo pequeñito se removió en reacción al dolor que mi ex novio irradió en su gesto, causado que me viera reflejada en él, hace exactamente un año, después de que el engaño del amor de mi vida me dejara a la deriva. Observé desde el otro lado del río como se desquebrajaba en mil pedazos. Y no es que a Jacob no lo hubiese amado, lo hice, pero simple: Amaba más a Edward.

Quizá la culpa debería de hacerme añicos por la razón correcta, pero no. Sí, lo había traicionado y lo que él vivía era culpa mía, mas quién sabe… las cosas pasan por algo.

¡Qué justificación tan mediocre! Pero si él no… Respiré hondo mientras Jacob se recomponía.

--Te volviste tan cruel Isabella… No te reconozco. Él te hizo daño, te abandonó y lo vuelve a hacer y tú… tú lo prefieres a él.

No conteste. Eso era cierto y lo peor es que lo perdonaría así me lo hiciera diez mil veces más.

En esta vida anormal, que llevaba a cuestas, se perfilaba una realidad multifacética, en donde el perfecto acoplamiento que teníamos Jacob y yo –o al menos hasta antes de aquella brutal noche—se veía derrocado inevitablemente por Edward, como si nuestro endeble amor hubiera sido siempre un rey en pleno jaque mate.

Entonces ¿quién o qué era lo que me llenaba de culpa? ¿Mi bebé?

IMPOSIBLE.

--Lo siento –musité con dificultad.

--Sí, lo sé y también sé que te vas arrepentir; pues inconscientemente sabes que yo sí vivía para adorarte, con todo y mis estúpidos arranques de licántropo, pero no podrás dudar nunca que yo sí viví para ti.

“Mas ahora tú has decidido que vivirás para él y te lastimará como me estás dañando a mí... Y lo peor es que al paso que vas no me extrañaría que fuera eternamente”.

¿Cómo se atrevía a decir que me arrepentiría cuando él hubiera hecho lo mismo por mí?

--Jacob ésta es mi decisión.

--No la apruebo.

A pesar de su negativa su actitud estaba más sosegada y propiciaba a que no forzara tanto mi enclenque voz.

--Ya no es asunto tuyo. Desde hoy –tosí nuevamente— nuestros destinos ya no estarán unidos.

--¿Por qué me dijiste que me amabas?, ¿tienes idea de cuántos planes arruinaste Bella?, ¿te preocupé en algún momento de tu idilio? Respóndeme, porque de otra manera no encuentro lógica en todo esto. ¿Acaso no recuerdas lo que se siente que te rompan el corazón y quedarte con miles de preguntas en el interior?

En el instante en que le iba contestar, varias pisadas se hicieron audibles, provenían del pasillo, era Charlie. ¡Bendito mi padre por salvarme!

--Jacob, ¡márchate ya! –mascullé aliviada y recogí la cobija del suelo para cubrirme.

--No… estaré aquí afuera.

--No me metas en problemas. ¡Vete!

En silencio se escabulló por mi ventana, rogué en mi fuero interno porque no fuera terco y no insistiera en regresar.

Me acosté ipso facto en la cama, no sin antes mirar el reloj del celular, el cual estaba en la mesita de noche, eran las cuatro y media de la mañana, muy temprano para Charlie, ¿nos habría escuchado?

A los pocos segundos de ver la hora, mi padre entró en la habitación y yo fingí estar dormida.

--¿Bella?

Proferí un sonido sordo, mi garganta no se encontraba en condiciones para hablarle y además se suponía que estaba dormida, ¿no?

--Hija, me llamaron de la comisaría, hay una emergencia y tengo que irme. Nos vemos en la noche.

--Ajá –dije como quien responde entre sueños.

Me besó en la frente y se dirigió a la ventana. ¡Diablos! Se me había olvidado con las prisas.

--Te va a ser daño, está helando allá afuera—regañó y cerró la ventana—. Me voy. Ten buen día.

Salió de la recamara haciendo un montón de ruido, o tal vez ya me había acostumbrado a los suaves y delicados movimientos de mi nueva familia política que Charlie me pareció estruendoso hasta para abrir una puerta.

El silencio reino en mi hogar. Inhalé profundamente y cuando me iba a relajar una imagen aterrizó de golpe: mi carta.

Me incorporé de sopetón y busqué en el piso de mi cuarto. No apareció. Se la había llevado.

¡A ti de qué te va a servir!, pensé y suspiré desconsolada.

Fui a mi closet para tomar una sudadera y mientras la metía por mi cuello, un agresivo golpe abrió mi ventana, quitándome el poco equilibrio que tenía, soltando a lo largo y ancho de mi cuerpo un sentimiento de miedo insoportable.

--¿Te vas a casar con él? –Preguntó encolerizado Jacob y aventó el papel robado directamente a mi pecho— ¡Qué te pasa! ¿Así tan fácil es cambiar a una persona por otra? Realmente qué fui para ti Isabella… ¡Respóndeme! –exigió y se convulsionó casi al instante.

¡Corre Bella!, gritó la voz aterciopelada de Edward.

Sin sentir el movimiento de mis piernas, como en esos sueños en los que sabes que tienes que aumentar la velocidad y sin embargo no corres lo suficiente, de esa misma manera percibí mis extremidades inferiores: lentas, torpes y poco astutas. No dejé perder más tiempo y abrí la puerta de mi cuarto, enseguida bajé lo más rápido posible mis escaleras, saltado incluso algunos escalones. Mi corazón se aceleró por la adrenalina, mis ojos veían lo que podían, pero nada más. Todo estaba oscuro y aumentaba la posibilidad de tropezar con las cosas, pero mi instinto de supervivencia por primera vez no me traicionaba. Pasé por entre los muebles y esquivé los tapetes y filos de las paredes.

De repente escuché un gruñido y por culpa de éste casi resbalo del miedo, venía detrás de mí, dando zancadas más grandes que las mías.

Salí por la puerta trasera para poder tomar las llaves de la motocicleta, era mi única salvación, mas cuando me acerqué a ésta, Jacob ya estaba ahí.

Trague saliva y me di la media vuelta, con el propósito de correr de regresó a mi casa.

--¿Me tienes miedo Bella? –cuestionó y gire para verle, después alzó la moto para enfatizar su fuerza y la aventó hacia el bosque.

Mis ojos siguieron el trayecto del vehículo y observaron como se destrozaba mi única esperanza.

--Lo voy a matar –declaró arrogante y rabioso—. Te robó de mi lado, se acostó contigo e intenta transformarte en uno de ellos. ¿Tú crees que no voy a matarlo?

--¡No!

--¿No? y ¿quién me lo va impedir? –retorció su cuello por el espasmo que recibió de sus adentros.

--¡Yo! Entiéndelo, yo decidí besarlo, yo decidí acostarme con él y yo decidí casarme con Edward. ¡No te amo Jacob Black!

Escupí todo aquello sin pensar en las consecuencias, por eso en cuanto vi como sus ojos se iban turbando di pasos hacia atrás, guiándome por el pánico de la escena.

Un impulso maldito, una acción inocente y un esfuerzo mediocre por razonar con un hombre celoso produjeron el apocalipsis.

Como si fuera una fiera, se abalanzó contra mí, tirándome al lodo, al pasto húmedo del bosque, convirtiendo mi miedo en un déjà vu con escenario distinto.

El infierno ardía por fin muy cerca de mí.

Mi cabeza, o más bien mi don, perdió el control de la situación, de la realidad, y se convirtió en un desintegrador de recuerdos. La paranoia estaba formándose en mi ser, lo sentía, con cada gota que tocaba mi cuerpo, con cada prenda que me era arrancada… con cada zarpada que recibía… una imagen se escurría de aquella amistad que creé con Jacob Black. Ahí, en el suelo, sólo escuchaba como se rompían mis más preciados recuerdos como las burbujas de Tanya en la carretera de Denali… y quizá con un poco de morbosidad, oí desgarrarse mi piel al contacto de los dientes y pezuñas del animal.

Giré mi rostro a un lado, cubriéndolo con mis brazos, para no observar el espectáculo carmesí que se formaba alrededor de mí, sentir las heridas ya era inmensamente suficiente. El calor de la sangre era como una fina cobija mortuoria.

Por mis ojos se desaparecieran o se evaporaran lágrimas que en el ese pedazo de bosque, en ese pedazo de infierno no significaban nada para el hombre que coexistía dentro de ese lobo.

Sabía que moría aquí… amando… deseando… esperando… gerundios inacabados.

El excelente amigo, ese sol de repuesto… mi puerto seguro, pasaba a ser hoy el más vacío de mis recuerdos, el más odiado de mis presentes y el causante del futuro que nunca viviría.

El amor mata, destruye, enloquece… ¿por qué entonces existe el amor?

Mi alma sollozó de tristeza y mi corazón se congeló: Mi bebé estaba muriendo al igual que yo.

Edward… perdóname…

Exhalé por última vez, el aire de aquel mundo vivo.



Después la oscuridad.
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Mil gracias por las nuevas lectoras que me han dejado sus interesantes mensajes y Espero que este capítulo haya alcanzado las expectativas que tenían algunas...

Respondo abiertamente una pregunta o quizá un comentario que me hizo una lectora hermosa "¿Cómo es que Alice ve a Renesmee?" Bueno para empezar, no soy Meyer y lo dije desde el primer cap, entonces no pretendo seguir al pie del cañón los cánones de sus personajes, y segundo y más importante: Bella tiene el veneno del vampiro corriendo por sus venas lo que en mi mente ocasiona que Nessie no propicie tantos problemas como la de Meyer; otro punto, recuerden que Bella se regenera rápidamente y entonces sus genes también han mutado, lo que indiscutiblemente permitió que no cambiase la manera de percibirla (ambas tienen la misma situación), o al menos Alice. Como sea... es mi Alice ¿no? y yo por eso puse en el summary OOC. jajajjajajaja.

GRACIAS A TODAS POR SUS ATENTAS Y HERMOSAS PALABRAS.

lunes, 28 de diciembre de 2009

Foto de escena editada en New Moon.

Foto de escena editada en New Moon.

The Vampire Club nos tiene una imagen que de acuerdo a los comentarios esta publicada en el libro que sale junto con la película “NM Movie Companion”. Esta escena no aparece en la película. Supongo que corresponde al momento en que Edward trae a Bella a su casa, Alice sostiene su mochila naranja. Edward tiene la misma ropa que en la escena del cuarto de Bella , la posterior consulta al resto de los Cullen y la escena final con Jacob…¿qué dicen?, ¿la reconocen?

Photobucket

Tendremos que esperar un poco mas para comenzar a ver escenas borradas, pero esto es un buen adelanto.

Entrevista de Los 40 Principales

Entrevista de Los 40 Principales

De Robert Pattinson Life les traemos el siguiente video subtitulado de una conferencia de prensa en L.A.


jueves, 24 de diciembre de 2009

¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡FELICES FIESTAS!!!!!!!!!!!!!!!!!!

muchas felicidades a todos ustedes espero se la pasen super en compañia de todos sus amigos y familia.
Bueno creo que a todos nos gustaria saber que piensam acerca de la navidad asi que que les parece si ponemos un comen con lo que les gusta y no les gusta en estas fiestas a demas que podemos poner lo que deseariamos en esta epoca jajajajjaja creo que seria divertido para todos asi que espero sus comentarios y nuevamente desearles felices fiestas!!!!!!!!!!!. muchos besitos y abrazos vampirescos y comenten!

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capitulo 20 "RECUERDOS"

**Los personajes e historia son obra y creación única de Stephenie Meyer -ya lo sabemos, gracias, continuen leyendo- la fuente mágica de los deseos es la única culpable de que yo reconstruya una historia alterna. FIN.**

Nota 20: La recomendación de la Musa rockera es Whisper, Almost lover (por mi parte) de A Fine Frenzy y sin duda… la canción medular de este capítulo, Need de Hana Pestle.

¡QUÉ COMIENCE LA MAGIA!



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ANTES DE EMPEZAR AQUI DEJANDOLES EL CAPITULO DE MAÑANA YA QUE COMO ES NAVIDAD PS NO ME DARA TIEMPO JUAJAJAJJAJA YA SABEN ESAS COSAS BUENO ESPERO DISFRUTEN ESTE CAPITULO Y FELIZ NAVIDAD A TODOS!!!!!!!!! DISFRUTENLA Y FELICES FIESTAS!!!

lagrima Pictures, Images and Photos


20. Recuerdos.

“Te espero cuando miremos al cielo de noche:
tu allá, yo aquí, añorando aquellos días
en los que un beso marcó la despedida

[…]

¿Por qué no estoy allí?, te preguntarás,
¿Por qué no he tomado ese bus que me llevaría a ti?
Porque el mundo que llevo aquí no me permite estar allí.
Porque todas las noches me torturo pensando en ti.
¿Por qué no solo me olvido de ti?
¿Por qué no vivo solo así?
¿Por qué no solo… ”

(Espero) Mario Benedetti.

El llanto mojaba mi almohada y parecía no querer tener final, o al menos esta noche.

La anestesia que el dolor infligía a cada nervio de mi cuerpo nos mareó repentinamente muy a pesar de hallarme acostada en la inmensa soledad de mi cama.

Tranquila, tranquila, sólo es por un tiempo, dije para mis adentros.

Mi cabeza se había convertido en un revoltijo de prohibiciones desde que mi don afloró. Los Cullen dijeron que era mejor no jugar a la maga mientras no fuera una completa vampiresa y sí tenían razón, ya que a mi mente le era sumamente complicado decidir cuándo no jugar con la realidad; como ahora, pues a pesar de que consciente me lo impedía, en plena agonía gozar de pequeños lapsos de “alucinación” era insostenible, además que de alguna manera lo necesitaba para no sollozar.

Edward… te extraño, pensé y abracé con cariño mi florecido vientre.

Percibir esta soledad, es decir a Forks, el único lugar del mundo donde todo me lo recordaría nuevamente, me rasgaba el corazón.

¿Qué haríamos durante tres meses sin él? Sin él…

¿Cómo le explicaba a mi pecho que no bramara de dolor, a mi mente que no alucinara su voz? ¡Dios santo! Decirle a mi cuerpo: ¡no lo necesitas!

Era imposible y sobre todo ahora que valía por dos.

Los lazos que nos habían unido ahora parecían estar forzándose para no romperse y quitarnos la vida.

El viento nocturno sopló con una carga de frialdad desgarradora, colándose por la insoportable ventana sin dueño.

Mi cuerpo se estremeció en esta cama pequeña –mi cama—y no sólo por el helado clima, sino porque mis sensaciones y mi mente los conjuraron, tan perfecto, tan casi real.

--Te extraño –musité con apenas un poco de fuerza al falso Edward, y después ahogué el sonido de un imprudente sollozo en el almohadón.

Sabía en estos instantes que se presentaría un retortijón de esos que uno no soporta, de aquellos en los que sientes que un agujero negro te come. Lo sentí venir, mas un movimiento apenas perceptible en mi abdomen bajo me contuvo el desenfreno de mis pesimistas emociones.

Oh… sí, lo siento. Pronto estará con nosotras –cerré mis ojos muy fuertemente y me giré sobre el colchón para respirar el cómodo aire frío que requería mi alma.

Como si hubiera sido el bálsamo perfecto para mis afligimientos, al llenar mis pulmones con hielo vino a mi mente Alaska, con la primera nevada que cayó justo en el momento en que Edward y yo nos reconciliábamos, después de haberme enterado de una que otra sorpresa y haberle escupido todo el rencor guardado durante un año.

Suspiré. Luchar contra esto era una batalla perdida, además creo que mi cuerpo requería de ese recuerdo para dejar de producirme una esquizofrenia gratuita; así que como si fuera a repetir un conocimiento antes de algún examen importante, repasé con apuro: Alaska, Alaska, burbujas, Tanya, Alice, Edward, su cuarto, el sueño, la pelea… La pelea.

Ok, lo admito, llegué a un punto muerto en el que cualquier razonamiento me valió lo mismo que cero, sin embargo la increíble paciencia de Edward y su ilógico amor por mí lo mantuvo ahí, a mi lado, sin importarle lo mal que lo traté.

El recuerdo de la plática era inevitable, para encontrarle alguna razón a mi comportamiento, lo dejé fluir como si lo estuviese viviendo otra vez:

--Tres meses sin saber de ti… ¿Me piensas dejar sola tres meses? Sabes qué… déjame sola; la estúpida humana necesita estar sola.

Le di completamente la espalda y comencé a caminar sin rumbo, queriendo salirme de ese cuerpo, evadirme lo más posible, pero una promesa, hecha el día que nos entregamos a esta verdadera locura asaltó mi tranquilidad y sin premeditarlo y se lo grité, pues supe que me venía siguiendo a pesar de mi petición.

--¡Me lo prometiste! Dijiste que no me volverías a dejar sola… –detuve el paso al que iba en aquel bosque— Es mucho tiempo.

Me giré sobre mis tobillos y le mostré mi rostro empapado de lágrimas, de dolor, también me percaté dónde estaba y de su cara que mostró la tristeza tal cual como la mía; hasta sus preciosos ojos –en ese momento del color del ámbar—no relucían.

--Ponte en mi lugar –rogué—, ya te fuiste una vez y casi me muero por ti. ¿¡Qué no me amas!? ¿No te duele dejarme? ¿Por qué lo haces? –se me quebró la voz y ¡que bueno!, porque él tuvo toda la intención de interrumpirme.

--Bella, discúlpame. Enmendar ese pasado, con acciones que te demuestren que jamás te dejé de amar, me va costar mucho, lo tengo presente, pero si tan sólo pudieras ver que el vampiro a quien amas no es más que una criatura cobarde. Me sobrevaloras, a tal grado que viviste pensando que te había olvidado, siendo que eso es lo único imposible en este mundo para mí.

“Isabella –se acercó precavidamente a mí, saliendo de entre las sombras—, me fui de tu lado por cobardía, porque no vi una alternativa viable, algún camino compatible para tu humanidad con mi universo, no deseaba transformarte, tú lo sabes… aún lo dudo; pero mi egoísmo me ha ganado y anhelo condenarte a la perdición en la que vivimos, por sobre toda mi lógica. Quiero hacerte mía hasta la última parte de tu ser, lo deseo con la fuerza del infierno corriendo por mis venas, mas… –agachó la mirada, buscando en el suelo los sonidos que declararon lo que ya sabía—no es prudente ahora Mi Vida.

--¿¡Por qué!? –Mascullé— Es por ¿mi alma?

--Ni me recuerdes ese tema o nunca lo haré. No, en realidad temo por tu padre y tu madre. Imagínatelos, sufrirían tu ausencia. Ellos se merecen una despedida. Casándonos las situaciones se verán más factibles para ambos. Tú sed no será un problema para la gente que amas y por mi parte estaré feliz de verte plena, sin el menor remordimiento aquejándote hasta el final de los tiempos –finalizó y acarició una de mis mejillas.

--Intenta entenderme Edward, dueles y dolerás hasta matarme –dije trágica—¿Por qué intentas alargar mi agonía?

Edward me abrazó intensamente contra su pecho, sin embargo no funcionó su consuelo, porque al fin y al cabo mi mente lo único que deseó, en ese minuto, era eludirse de su escalofriante realidad. Ya no me fue viable reconocer si había estado enojada, triste o celosa, sólo quería oír de su boca las palabras que salvarían a mi alma de su actual purgatorio, Forks, y que, además éstas no le ofrecerían dentro de setenta y dos horas una depresión masiva. Pero no llegaron y tuve que decirle una verdad inminente:

--No creo poder sobrevivir esta vez… Y tengo miedo –enuncié quedo.

--Lo harás –contestó muy seguro de sí mismo y con su pómulo acarició mi cabeza—, no me cabe la menor duda de eso, tú eres capaz de salir avante aun con la soledad, yo por el contrario…

Detuvo abruptamente su argumento, en un suspenso que más bien pareció un preámbulo para la declaración de su existencia. A qué se refería con esas palabras, su silencio repentino me dio ideas y percepciones que me hicieron temblar más que por la ventisca.

--Tienes frío, deja que te cubra con mi chamarra –deshizo el abrazo e inmediatamente tuve encima la prenda blanca con el exquisito aroma de Edward, envolviéndome.

--Te agradezco la atención, pero no creerás que me voy a quedar tranquila ¿o si? Termina de explicarme ¿por que tú no eres bueno lidiando con la soledad?

--A veces quisiera que no fueras tan curiosa. Hay verdades que es mejor no conocer.

--Bueno… pues déjame ser yo quién decida eso y por lo que respecta a ésta, la necesito.

--En realidad ya lo sabes, sólo que tu memoria no ha atado cabos –lo miré con extrañeza, a tal grado que percibió mi ingenuidad—No te has preguntado ¿por qué me uní a los Vulturis?

Me confundió. Según recordé, la llamada que recibí de Alice, la última vez que supe algo de los Cullen, me había avisado que él estaba de viaje, y entretanto bien pudo haberse topado con ellos y “distraerse”. Aunque…

--¿Recuerdas lo último que te platique de ellos?

Lo miré buscando en sus ojos la respuesta y realmente funcionó, pues mi mente había guardado ese momento como el más preciado tesoro desde que me abandonó, ya que era el posterior a la gran tragedia: “La fiesta”.

Mi memoria atrajo una por una las palabras, la conversación entera de esa última tarde en que estuvimos felices: Romeo, el brebaje, el suicidio, la muerte… Los Vulturis. ¡Por todos los cielos!, pensé y una punzada de angustia pellizcó mi estómago, cual si fuera una epifanía, develando aquello por lo cual Edward había ido a Italia.

--No –musité alarmada—, no lo creo. Dime que no es cierto –exigí y esperé a que me contradijera—, dime que no fuiste con los Vulturis a buscar tu muerte…

Lo observé detenidamente y su expresión no desmintió ni una sola de mis deducciones. Sin razón ni juicio mi voz comenzó un caótico reclamo.

--¡¿Qué te sucede?! ¡No he muerto! Si me amabas ¿porqué no regresaste a Forks en vez de ir a Italia? Y lo que es aún peor, ¿por qué entonces quieres volver con los Vulturis? Espera un momento… ¡Por eso mi sueño! ¡Maldición Edward!, ¿vas a ir a que te asesinen? –se me entrecortó la voz con la simple remembranza de la espeluznante pesadilla.

--Bella no voy a ir a que me maten, no después de lo que hemos pasado. Si vuelvo allá es para deshacer el trato con ellos. Y sí, ¡Sí regresé a Forks! –exclamó sobresaltado.

--¿Perdón?, ¿cuándo regresaste y por qué no me buscaste? –pregunté con la molestia en mis adentros.

--¡Claro que lo hice!—contestó ipso facto— Y gracias a eso, te vi con él. ¿¡Qué se supone que debía hacer?! Te veías feliz –soltó el abrazo y me dio la espalda al terminar de decir esto—Lo estabas besando… en tu cuarto. Y ni siquiera podrás darte una idea de qué pensaba él en ese momento.

Las noticias tan escabrosas que mi cabeza decodificó, instantáneamente, me ocasionaron sentirme mal, muy mal, un mareo descomunal me embriagó mis sentidos y sólo percibí como mis ojos dejaban de transmitirme imágenes claras y el horizonte se transformó en oscuridad.

Lo siguiente que capté fue la calidez y el confort de una cama y la melodiosa voz de mi próxima cuñada, Alice. Si en ese lapso de tiempo hubiera sabido lo que me esperaba quizá hubiera despertado con antelación.

--¿Bella?

--Alice, ¿qué pasó? –cuestioné más confundida que nunca antes en mi vida.

--Te desmayaste. El pobre de Edward ha estado tan mortificado. Deberías de haberlo visto para que no cometas la tontería de desconfiar de él. Ese tonto te ama más que a su propia existencia –pareció decirlo en tono de broma, pero era tan cierta su afirmación que llevó a mi cerebro a concientizar porqué me desmayé.

--Está bien Alice, tú ganas; por cierto ¿dónde está? –dije con dificultad, pues todavía no me sentía apta para llevar acabo movimientos muy bruscos con mi cabeza y al parecer en el cuarto no estaba.

--En este momento fue junto con Jasper a conseguirte unos medicamentos que Carlisle te ha recetado. Pero son unos ilusos, sobre todo Carlisle; lo que tienes con unas vitaminas no se te va a quitar –masculló misteriosa.

--¿Tan mal estoy?

Se rió con su sonido inigualable a campanitas de viento.

--No Bella, estás bien. Te tengo un secreto, que deberás guardar celosamente si no deseas que las cosas se pongan feas; tu futuro esposo puede ponerse insoportable si llega a enterarse, tú sabes… él tiene un instinto muy sobreprotector contigo. No lo va a entender, de eso estoy segura, mas yo te aseguro que podrás resistir. Yo te voy a ayudar –dijo convencida de aquello que no me revelaba.

--Te lo juro si es necesario, pero ya dime que me estás poniendo muy nerviosa.

--Bella –se acercó a mí con sumo cuidado, por veces se me olvidaba que ella también era una vampiresa— me harás tía. Estás embarazada… ¡Felicidades! –susurró exageradamente alegre.



¿Embarazada? O mi locura se había extendido a lo largo de la residencia de los Cullen o Alice estaba diciendo algo totalmente incoherente, ¿cómo se suponía que me había embarazado de alguien como su hermano? De un ser que no vivía. A menos que… Jacob.

--Imposible –dije antes de que mi cabeza me susurrará lo que no quería oír.

--No, ya lo vi –se tocó con su índice su frente—Es una bebé hermosa, muy hermosa.

Por si fuera poco, hasta el ultrasonido ahorró… no sólo me impresionó con lo del embarazo sino con el sexo del bebé.

--Alice no quiero destruir tus ilusiones –iba a continuar, explicándole que Jacob podría ser el padre, mas ella me ganó la palabra.

--¡Calla!, ni lo menciones en mi presencia, lo odio tanto como Edward. Además, no dudes de mí, te aseguro que esa linda niña es de Edward, tiene su cara y tus enormes ojos achocolatados.

--Ok… Alice ¿te sientes bien? –pregunté ansiosa, quizá le había transmitido una locura sin querer.

--Ay Bella, sí, me siento genial. Yo tampoco podía entenderlo cuando lo vi, es… prácticamente imposible, como tú nombraste, pero si lo reflexionamos con detenimiento: tú eres humana todavía, idónea para engendrar seres vivientes, lo que nosotras ya no. ¿Comprendes las posibilidades? Es maravilloso. Y yo seré su tía.

Moví mi cabeza de un lado a otro, la idea me pareció tan descabellada.

--Te prometo investigar esto, porque obviamente nuestra pequeña –tocó mi vientre con familiaridad en lo que yo reaccioné a la noticia—será un caso sin igual y hay que estar preparadas. Oh no… –canturreó quedo—Ya vienen, recuerda, ni una palabra. Bendita sea tu mente: tan muda, tan silenciosa para el metiche de mi hermano –dijo sonriéndome y a la vez acercándome una bata para que pudiera levantarme abrigada de la cama—Bella quita esa cara o nuestro secreto se vendrá abajo, confía en mí, todo va a salir bien.

Me guiñó uno de sus preciosos ojos y después comenzó a relatarme lo que pasaría en los días que Edward no estuviera. Por lo que narró, ella y Jasper vendrían a Forks para apoyarme en lo que fuera que estaba “creciendo”. ¿¡Cómo era posible!?

Efectivamente, a los pocos minutos llegó Edward con Jasper y una bolsa con medicamentos, que no fueron otra cosa que vitaminas.

Alice y su esposo nos dejaron solos una vez que Edward se acercó a mí. Recuerdo que mi mente estaba volando en el imaginario de la preciosa nena que Alice me había descrito, su carita angelical idéntica a la de Edward, sus ojos café, su piel, etc. Jamás había concebido la idea de ser madre a mis diecinueve años, sin embargo una vez que el destino nos alcanza la perspectiva de las situaciones no parece ser tan grave y por ende ese día tuve que afrontar que mi destino irremediablemente se había unido al de Edward, de forma inexplicable, como todo entre él y yo.

La esperanza que tanto buscaba, de la voz de mi amado, se concretaba en algo especial y con lo cual no podría sentirme sola: nuestra futura hija. Me acuerdo lo feliz que me hizo ese sentimiento, pues Edward sonrió de una manera anormalmente peculiar y me miró como la noche en que hicimos el amor.

--¿A qué debemos este sentimiento tan bonito? ¿Me perdonaste? —preguntó inocente.

--Casi –me hice la indignada—Aún te echo la culpa de algunas de mis desgracias.

--Isabella, perdóname por todo lo que te hice sufrir—dijo afligido; pobre se había tomado enserio mi actitud—. Soy un monstruo y de antemano sé que no merezco que me ames, pero no puedo existir sin ti. Créeme: no puedo.

--Edward no te recrimino tu comportamiento suicida. De haber sido yo, quien te hubiera visto en brazos de otra, “feliz” –aclaré la intención para que supiera que siempre lo estuve extrañando—, no sé que acciones tomaría, si con la simple presencia de Tanya me vuelvo loca –ironicé y él sólo rodó los ojos—Es verdad, me encelo de ella, no me gusta que se te acerque.

--Bella, no temas de nadie. Soy tuyo –dijo tierno, pero tremendamente convencido y después me besó la mejilla.

Como fue de esperarse me sonrojé a escalas mayores. Mi corazón se alteró dando tumbos. En ese segundo puso su oreja en mi pecho y se congeló en ese lugar hasta que mis latidos se normalizaron. Si a él le sorprendía esa reacción, a mí me sorprendía más cómo le encantaba deleitarse con cosas tan insignificantes como el bombeo vergonzoso de mi tonto corazón. Para zafarme de la pena, le cuestioné algo que era para mí una prioridad.

--Y ¿cómo estás tan seguro de que los Vulturis no se opondrán a tu cambio de planes?

--Porque eso es mi decisión –retiró su rostro de mi pecho y me observó para analizar mis gestos—. Ellos no tienen razones para desear matarme. El único motivo que me retiene tres meses en Italia es para pasar inadvertido mi cambio de parecer. Necesito protegerte a como de lugar.

Giró su cabeza en dirección al ventanal de su recamara como si algo sucediese, respiró hondo sin importarle mi cercanía y sin esperar más me anunció que había empezado a nevar. Tomó mi mano con la suya y me jaló hasta allá. Nos acercamos al cristal, retirando las cortinas que lo cubrían y miramos maravillados caer los copos de nieve sobre el verde preponderante de aquel sitio. Al poco rato todo estaba cubierto de una manta blanca, tan reluciente como el mismo Edward, tan precioso el paisaje como su cara.

No sé qué pudo existir entre esa visión y el sagrado beso que le siguió, pues sólo recuerdo por los impulsos y la memoria de mi cuerpo su gélida mano tocando mi barbilla y ladeando mi rostro para que mis labios le quedaran justos al mágico beso que selló nuestra reconciliación.

Dulce en principio, lento como siempre, pero tan perfecto que lo catalogaría como el mejor beso que nos hallamos dado.

Te extraño tanto, volví a pensar mientras una lágrima se deslizó por mi pómulo.

Regresa al recuerdo, exigió mi corazón.

Esa tarde nos la pasamos conversando sin parar, de todos los planes que haríamos una vez que estuviese en América, de entre ellos el asombroso “regalo” de la aceptación a Darthmount, con la colegiatura pagada para dos personas –demasiado inteligente su jugada, para ser verdad—, sin embargo le debatí mi inmortalidad, pequeño detalle cuando hay que lidiar con humanos siendo una neófita, además jamás aceptaría que gastara su dinero en mí. Él propuso que podíamos ir a la Universidad este próximo ciclo si yo lo deseaba.

--Lo único que pretendo es que seas muy feliz a mi lado, siendo humana o no –dijo cerrando el tema de la Universidad—Iremos de cualquier forma, sea este año o la próxima década.

Genial, ni él ni yo nos daríamos tan fácil por vencidos en temas como ése. Lo mejor que pude hacer fue darle por su lado.

Más tarde, después de una convivencia con su familia, y frente a una chimenea que adornaba tan majestuosamente la estancia de la enorme casa, le confesé las peculiaridades que me sucedieron en su ausencia, para ser más específica: el sonido de su voz cuando me ponía en peligro; de todos modos, eso era un antecedente para mi actual don, ¿no?, y nadie mejor que él –y seis vampiros con agudísimos oídos—para conocer lo extraño que trabajaba mi mente desde que se fueron.

--Eso no es verdad, no te creo que hicieras esas cosas –dijo sarcástico.

--Si no me crees, pregúntale a tu hermana Alice –me miró con ojos incrédulos—. Verdad que salté de un acantilado Alice –dije como si estuviera a mi lado y en tres segundos su voz resonó desde el primer piso.

--Emmmm… sí, pero querida Bella…

--¿Sí, Alice? Entonces, será mejor que te materialices en este instante aquí –dijo Edward y me abrazó para que no pudiera escapar del regaño que nos iba a otorgar.

Cuando Alice llegó a mi lado Edward inició un sermón, para las dos, que parecía provenir de la mente de mi padre. En ese momento entendí por qué la pequeña Alice quería que guardáramos como secreto mi extravagante embarazo, y ahora que lo podía pensar con más claridad: esa duendecilla seguramente dejó que pasara la reprimenda para que me diera cuenta lo neurótico que era mi… mi futuro…. Esposo.

Todos en esa familia pecaban de seres omnipotentes, con sus extraordinarios dones; eran unos verdaderos maestros del engaño cuando deseaban lograr algo.

¿Yo llegaría a ser como ellos? Ojalá y sí.

Para finalizar aquel extraño día, la hermosa voz de Edward, cerca de mi oído, tarareó mi canción en medio de la oscuridad de la madrugada, llenando mi corazón de estrellas relucientes y ocasionando la primera sensación de vida en mi vientre, un movimiento muy leve,, pero significativo y que sólo yo percibí, como si la nueva bebé respondiera al cariño que su padre me transmitía.

--¿Me abrazarías durante lo que resta de la noche? –pregunté con tono infantil.

--Te abrazaría por el resto de la eternidad si me lo pidieras –susurró enigmáticamente atrayente.

Alcancé sus labios y lo besé hasta que mi cansancio me venció. Era tan mágico estar en sus brazos que aquella noche mis sueños se convirtieron en mundos ideales.

El viernes me desperté muy tarde, tan tarde que ciertamente se le llamaba “tarde” a esa hora del día.

Alice tuvo preparada mi comida en cuanto supo que me disponía a ir con Edward a comer, pues me desperté con hambre voraz. Ese plato contenía la mitad de la tabla nutrimental, pero aún así me lo comí completo y sin rastro de migaja alguna; sin embargo, a la hora fui a vomitar la mitad de lo que había ingerido.

Durante todo el viernes nos pasamos las horas conviviendo con Esme y Carlisle en el salón donde estaba el precioso piano que Esme le tenía a Edward, como en la casa de Forks; después con Alice y Jasper salimos a que me enseñaran el precioso centro de Denali, donde por obviedad llevaron a cenar a la humana. Una vez más mi amiga vampiresa eligió, sin que Edward lo percatara, mi comida.

No lo niego, ni aún ahora, era terriblemente delicioso lo que pidió para mí y recuerdo haberlo degustado plácidamente hasta que llegué a ese pedazo de pollo maldito que me revolvió el estómago.

Sin poder aguantarlo más ahí adentro y con una actuación que debió de haberse ganado El Óscar, ya que ni Edward sintió mis emociones vertiginosas, pedí permiso para ir al sanitario y en cuanto estuve dentro regresé aquel festín que en el escusado pareció ser algo asqueroso y maloliente.

--¿Bella dónde estás? –era Alice.

--Acá –contesté extenuada por el esfuerzo.

Limpié el escusado y salí directo a los lavabos a mojarme con agua las veces que más pude mi rostro, me sentía sucia y con un aliento repulsivo.

--Ay Bella –canturreó desilusionada.

Tomó una de las toallas destinadas para los clientes y comenzó a escribir, con un lápiz delineador que sacó de su bolsa, una nota:

"No digas nada, NADA. Ya hallaré la forma en que te alimentes".

--De acuerdo, pero dame un dulce o una menta –negocié y como era de esperarse ya la traía preparada y lista para ser introducida en mi boca—Trato hecho.

Salimos del sanitario y fuimos a fingirles que me había quedado encerrada dentro del baño, muy a mi estilo, o al menos eso espero, ya que Edward no mostró cara de haberse creído ni una sola palabra.

En cuanto llegamos a la casa de los Cullen, mi cuerpo no resistió, por mucho que me esforcé por mantener los ojos bien abiertos y disfrutar la compañía de Edward, y me terminé durmiendo sin percatarme de nada más que cuando me llevaba en brazos a su habitación mi eterno significado del amor.

--Edward, te amo –le dije entresueños mientras me quitó de mis pies los botines y arropó cual si fuera una niña.

--Yo también te amo. Duérmete, Mi Vida –finalizó y me besó la frente.

No sé cuánto pensara en mi Edward durante las noches en que yo dormía o qué hacía para entretenerse, siempre ha sido un verdadero enigma para mí, mas esa madrugada tuvo en que distraerse, ya que la quisquillosa y antojadiza humana le encargó la rara tarea de preparar unos huevos revueltos.

Recuerdo como me desperté de tajo y con una ansiedad de comer ese alimento, que tan fue así de fuerte que me quitó toda la calma de mi sueño.

Huevos fritos, eso quería y nada más.

Afortunadamente, la despensa de emergencia de los Cullen tuvo los suficientes huevos para saciar mi antojo, o mejor dicho el antojo de la hija de Edward.

--Te quedaron riquísimos Edward. Me saben a gloria. Creo que por fin encontré la comida perfecta –comenté muy rápido para poder meterme otro bocado.

--¿Perfecta? Sólo son huevos Bella –musitó extrañado de mi reacción— ¿Estás bien?

--Oh sí, no te asustes –solté el tenedor y me paré de la mesa para irlo a abrazar por su espalda—Eres maravilloso, no sólo eres cortés y acomedido sino que cocinas mejor que mi madre, con gusto me… –acallé el siguiente verbo maligno.

--¿Te? Te casarás conmigo, ibas a decir –sonrió travieso y después me tomó por los brazos para ponerme frente a él—Si con unos huevos consigo tu buen humor tendremos la cocina a un lado de nuestra recamara, para esas noches en que me dices: “Lárgate con tus hermanos” –imitó mi voz con maestría, bueno con todo y el tono iracundo de hace dos noches atrás.

--Este… sí… buena idea –dije y me puse tan colorada que me acaloré en plena temperatura bajo cero que existía en Alaska-- ¿Me perdonas? No volveré hablarte así.

--Perdonada por el tono de voz.

Suspiré e hice un puchero.

--Ok, perdón por las escenas de celos que te he hecho pasar… pero es que Tanya es muy astuta y toma ventaja de cualquier cosa. Me pone muy insegura.

--Yo no te he dado motivos para desconfiar de mí, ni siquiera la volteo a ver; además, ¿cómo sabes que es astuta? Apenas has cruzado dos veces la palabra con ella.

--No lo sé. Lo intuyo.

--Bastante perceptiva, mas quítate de la cabeza el que ella quiera de mí algo sentimental, te lo juro.

--Lo sé. Sigue deprimida, lo transmiten sus ojos.

--Observadora como siempre –dijo con una mirada descomunalmente sensual—Pero tontamente celosa.

--Sí –respondí embelesada.

--¿No quieres ir a recostarte otra vez? –cuestionó con toda la doble intensión en la pregunta.

Mi corazón se volvió loco de euforia y no pude apartar mis ojos de él, ya que en mi cabeza imaginé su cuerpo sobre el mío, el roce de sus perfectos y definidos músculos en mi piel y sus besos regados a lo largo y ancho de mi cuerpo. Lo deseé tanto que mis emociones hablaron por sí solas.

Sigilosamente nos dirigimos a su cuarto y en el momento en que cerró su puerta, se escuchó la voz de Jasper diciendo: “Sería bueno ir a cazar algo en familia, ¡AHORA!”. Ése era el aviso de huida para ellos y sus sensibles sentidos vampíricos y para nosotros el mensaje de que esperáramos un poco.

Edward curvó sus labios en favor de una sonrisa, pues ciertamente estuvo escuchando los pensamientos de sus hermanos y “padres”.

--¿Te parece divertido que sepan que vamos a tener sexo Edward? Porque a mí no –entrecrucé los brazos.

--No es eso Bella. Es algo que escuché en la mente de Esme.

--A si… ¿qué dijo Esme? –traté de decirlo tranquila, sin embargo me asusté con tantas posibilidades, al fin ella era como “su madre”.

--Literalmente: “Te regalaré una casa, pero no destroces nada”.

--¿Destrozar?

--Somos vampiros y nuestros impulsos son muy fuertes, te lo expliqué en el hotel.

--Pero ¿tanto como destrozar? Pues ¿qué les gusta el sexo sádico? –pregunté atemorizada por la respuesta.

Se rió hasta doblarse del esfuerzo; quizá mi miedo le causó dicha jocosidad.

--No Mi Cielo, no es eso. ¡Qué ocurrente! –Dijo más apaciguado y se irguió—Es sólo que las historias de los Cullen han sido un frenesí, por llamarlo cortésmente.

--Edward, ¿no me mientes? No es que esté dispuesta a sufrir, o hacerte sufrir, pero sé tan poco de esto y en lo que respecta a las preferencias de un… Cullen, me encuentro todavía peor –comenté tan nerviosa que casi pronunciaba la palabra “vampiro” en voz alta.

--Bella olvida lo del sadismo, es una deducción bastante errónea. Si no me crees, piensa que ya tendrás oportunidad de comprobarlo por ti misma una vez convertida.

--Lo siento, es mi miedo el que habla, el no poder satisfacer todas tus necesidades me intranquiliza. Esta humanidad me hace débil en muchos aspectos, ni siquiera sé si gozas tanto como yo al estar entre tus brazos.

--¿Eso es lo que te preocupa? –preguntó incrédulo.

--Sí –afirmé haciendo un gesto de obviedad.

--Bella tonta, disfruto mucho más que tú. No dejes que eso te perturbe. Tu forma de hacer el amor es increíble, pareces un ángel surcando los cielos—suspiró.

--Entonces, no perdamos más el tiempo y surquemos el universo juntos.

De repente, resopló el viento e hizo que las cortinas se levantaran y mis imágenes se esfumaran. La caricia de la brizna helada que se coló de allá afuera me sacó de mi momento mágico y la inanición del sentimiento me arañó mi pecho cual si fueran garras de gato.

Lloré sin remedio alguno. Fruto de mi descontrol me faltó aire dentro de mis pulmones, por lo que respiré, sollocé e inhalé con esfuerzo descomunal. Lo más ingrato era que ésta sería la primera de noventa noches sin él.

Te extraño. ¡TE EXTRAÑO EDWARD!, pensé y me cubrí mi cara con una almohada para que Charlie no se despertara por mi llanto.

Me sobresalté de un momento a otro porque el celular, que compensó Edward por el que hizo añicos, comenzó a vibrar en el peor minuto de mi depresión. Era un mensaje de texto de Alice.

“Edward llegó bien

a Italia. NO LLORES

BELLA. Piensa en

la bebé. Mañana

estaremos contigo”.

Revisé la hora y el móvil marcaba las tres de la madrugada. Justo doce horas después de habernos dicho: adiós...

Miré al frente de mi cama, directo al escritorio, y vi su chamarra, colgando de la silla, con la carta que posiblemente mañana leería y con la cual me derretiría o me entristecería todavía más.

Recordé perfecto la despedida al introducir las imágenes de la cazadora y la carta en mi mente. Guardé segundo a segundo intencionalmente en mis recuerdos y estaba dispuesta a reproducirla antes de otro ataque al corazón afectará mi respiración:

El medio día en Forks, como siempre: nublado, así que en cuanto bajamos del avión, en el aeropuerto de este pueblo, nos dirigimos en el Porshe de Alice y mi motocicleta a un pedazo de la carretera 101, en dirección al sur, tratando de alejarnos de la civilización y hallar con eso la intimidad perfecta, ese pedazo de cielo dentro el ardiente infierno que nos esperó a ambos durante una semana, en nuestros pausados destinos.

Bajamos de nuestros vehículos y nos abrazamos en cuanto estuvimos de frente. Ese lazo invisible que unió nuestras emociones, estos intensos días, se tensaba conforme nos separamos para ver nuestras caras.

El gélido viento nos golpeó; en mi espalda sentí como las ráfagas de aire vinieron cargadas de furia, de rabia proveniente de las costas aledañas y de las montañas que las colaban por entre sus senderos; dicha combinación me dio la impresión que la naturaleza ambicionaba separarme lo antes posible de él, arrastrándolo con sus borrascas al otro lado del mundo, arrebatándomelo ahora que más lo necesitaba… pero lo peor es que ni siquiera podía ser lo suficiente madura como para comprender que se tenía que ir.

¿¡Cómo entenderlo!?... Otra vez… En septiembre…

En mi interior se movió lentamente aquella pequeña semilla, que me recordó: que él aún estaría conmigo. Me dieron unas inmensas ganas de soltarme a llorar, sin embargo mi cara se halló petrificada, mi mirada perdida en mis insignificantes botas y mis manos aferrándose a las bolsas del pantalón con una agresividad inconcebible.

Fue tan fácil ensimismarme en mis pensamientos con la carretera tan desolada. Ni un solo ruido, más que el del viento que traía a las almas mudas y a la esencia dormida del infierno de Forks… querían escuchar como vilipendiaba, contradictoriamente, a la misma autopista que maldije días atrás por acercarme a él.

Como para atraerme a nuestra cruda realidad, tomó mi rostro entre sus frías manos y se acercó tiernamente a mí. Lo vi cual si fuera un lucero cruzando el cielo nocturno: hermoso, increíble y deslumbrante. ¡Dios! No te vayas Edward… grité tan fuerte como pude para mis adentros; ya veía como una premonición cuánto extrañaría su delicado y frío tacto, su aterciopelada voz al despertar, su dulce mirada en la oscuridad y su exquisita fregancia al inhalar, ¡Ay, no!, ¿¡cómo se supone que respiraré sin ti!?, pensé en ese segundo. La desesperación inundó mi cuerpo y sólo por el hecho de que tirité, por el fresco clima, fue que no se obstruyeron momentáneamente mis pulmones.

Con trabajos, pero consciente de lo que produciría esa mala acción, jalé aire; ahora más que nunca debía aferrarme a seguir viva.

Automáticamente, para sanar ese sufrimiento, me colé entre esa mágica galaxia que fueron sus ojos; que fácil perderse ahí. Por minutos mi interior se llenó de la miel que derramaron sus pupilas ámbar. Contuve el aliento para guardar en mi memoria ese instante, encapsular la maravilla –para minutos tan horrendos como los que vivía en esta noche—. Anhelé no dejarlo marchar, no al menos en mi interior

Respiré desganada y apesadumbrada… una idea angustiante penetró mi mente, al sentir que la despedida se acercó… resonó como si tuviera millones de megahertz:

Quédate conmigo... ¿No te das cuenta que no estoy lista para decirte adiós Edward?

La nostalgia atenazó mi garganta y vistió de un raro manto acuoso mis pupilas. En un segundo tuve que agachar la mirada y tensar la mandíbula para socavar esa emoción discordante a la imagen que había planificado, se llevara de mí Edward.

La expresión de Edward pareció turbarse tanto como la mía al percibir mis reacciones. Acaso ¿pudo sentir el dolor que mi cuerpo emanó? No, no lo creo, eso jamás lo sentiría alguien más en el universo entero… jamás; lo sabía en el fondo de mi alma, porque nadie iba a amar tanto como yo lo había hecho en esos últimos cinco días… Ni siquiera él, ni aún con toda su experiencia, ni sus incomparables sentidos sobrehumanos.

Este amor desesperado calaba en el pecho como la misma ventisca de esa carretera y ensombrecía como el cielo grisáceo a mi corazón.

Edward NO TE VAYAS, por favor, ¡no nos dejes solas! –Supliqué hasta el cansancio de mis pensamientos—Escúchame: ¡te necesitamos!… No soy tan fuerte. No te vayas.

No pude contenerlo más, ¿¡cómo se supone que debería de controlarse tanta melancolía!? Fue inevitable, imposible, absurdo, ¡vaya! Él era el amor de mi vida, el único ser que adoraba.

Si las circunstancias no resultaban, en Italia, conforme al plan, no sólo me quedaría sin el motor de mi corazón sino que también sin el padre mi hija.

No, no, no, eso no… Por Dios, por quien creas… Por favor: ¡REGRESA!

Comenzó a brotar de mis ojos, desde ahí, el río imparable de lágrimas, ¡Maldición!, pataleé tal cual si fuera una niña por la frustración y descompuse la perfecta prisión que sus manos habían moldeado para mi cara. Sollocé sin poderlo detener y mi cuerpo, en reacción inmediata, se tambaleó. Perdía mi equilibrio natural: él.

Su adiós estuvo desbaratándome poco a poco toda la mañana del domingo.

Agresivamente, como nunca antes, me estrechó contra su pecho y me alzó del suelo.

--Regresaré, te lo juro –dijo respondiendo a mis súplicas con un tono de voz entrecortada.

Me soltó de su abrazo y sacó, de su chamarra, un papel que acercó a mis manos escondidamente. No lo pude ver de momento, pues nuestros dedos la cubrían y además Edward comenzó a hablar:

--Toma esto –apretó un poco nuestras manos para enfatizar—Hoy en la madrugada, mientras dormías, la escribí… Supuse que nos pasaría esta situación… ya sabes: tu indiscutible temor a externar tus emociones y el egoísmo que suelo tener hacia lo que pienso y siento –sonrió de manera perecedera; ambos nos moríamos ahí a pesar de las máscaras—Espero haber sido explícito y claro –comentó apenado y besó mi frente en un rápido gesto, para esconder su debilidad—Te amo, no lo olvides.

--¡Te extrañaré! –Grité, no pude aguantarlo— Ya te extraño… –bajé inmediatamente la voz, por la pena al observar su desconcierto enmarcado en su cara.

--No sufras Bella. No lo valgo –frunció el ceño como reflejo de su descontento por mi expresión de angustia. ¿¡Cómo se atrevió a decir que no lo valía!? Necesitó verme en este instante y en los próximos noventa días para no haber pronunciado semejante tontería.

--Edward, ¿cómo puedes ser tan fuerte? yo me estoy desbaratando, ¿no te das cuenta? ¡Te necesi… –tamos ¡Oh por Dios! estaba apunto de sacarlo, lo tenía en la punta de la lengua, ¿lo hago? Dude dos segundos… no, mejor no. Recordé las palabras de Alice y me dieron la fuerza exacta para callar el secreto— to!

--Yo también te necesito y no concibes cuánto Bella, si supieras que tengo la impresión de estar cayendo en este instante en un abismo. Alejarme de ti duele, te lo aseguro, pero sé que ésta es la mejor manera de protegerte. Por cierto –dijo e interrumpió su idea para quitarse su chamarra y ponérmela por encima de mis hombros; mi cuerpo no lograba engañarlo: tuve mucho frío

--Gracias.

--Agradécemelo de otra manera: Prométeme que te cuidaras en mi ausencia.

Me miró penetrantemente y con eso tuve para saber a quien se estaba refiriendo. Sinceramente se me hizo estúpido, así que lo callé con un beso. Un cálido y apasionado beso, un beso que no olvidara en estos tres meses: un beso del alma.

Se resbaló su chamarra de mi cuerpo y nuestras miradas se conectaron sorpresivamente, así que decidí hacer uso –como pudiera— de mi don para crear el ambiente deseado, uno que no fuera este entristecedor paisaje. No me importó si tomaba desprevenido al vampiro, no me importó morir en ese momento, no si iba a ser en sus brazos, al fin, todo sería mil veces más placentero que haber sentido en menos de diez minutos la terrible soledad.

Nunca había dado un beso con significado de “adiós”, por lo cual me supo intensamente a melancolía en cada movimiento sabía a desesperación, sin embargo forcé a mis emociones y a mi mente a crear la alucinación de estar en aquella habitación que nos dio la vida a Edward y a mí, con todo y la luna llena, el olor a mar proveniente de Kalaloch y la preciosa nube que brindó el milagro de la creación, porque ahí había sido, lo intuía... lo sabía a ciencia cierta.

Cuando yo misma vi mi alucinación hacerse presente, me relajé y él sólo soltó una risa por lo bajo, mientras me respondió el beso. Cuidé con mucho esmero la imagen que proyectaba mi mente, detalles y sensaciones… todo lo que yo deseé que Edward supiera de mi mente, de mis pensamientos de aquella noche. Supongo que empezó a leer en el ambiente mis códigos, pues se separó para dar un vistazo veloz a esa pretensión.

--¡Es increíble! –Volteaba de un lado a otro su cabeza con unos ojos felices y maravillado—Parece tan real.

Me alegró verlo contento y disfrutando de mi memoria. No sé si fue por forzar a mi cuerpo o por la debilidad que me causaba el embarazo, pero me encontré mareada. Parpadeé de un minuto a otro sin que lo notase, al menos no con tanta exageración, sin embargo mi fuerza no resistió semejantes demostraciones y menos siendo la primera consciente, ¡vaya! era muy inexperta con mucha suerte. Obviamente Edward se asustó mucho cuando mi equilibrio se vio mermado por la desaparición repentina de la alucinación.

--¡Bella! –Exclamó y me asió por la cintura, al instante procuré zafarme, no debía, por ningún motivo, permitir que tocara mi pequeño vientre que hoy había amanecido extrañamente abultado— ¿Cómo te sientes? –dijo realmente alarmado.

--No pasa nada Edward… cálmate… esto de ser medio humana no me ayuda cuando quiero sacar mi lado vampiro –me reí torpemente después de la declaración.

--No le encuentro lo divertido, Bella –dijo molesto y, cuando recuperé la postura tradicional, tomó mi barbilla con una de sus manos y en seguida me miró acusatoriamente—. Promete, también, no utilizar tu don en mi ausencia –desvié la mirada hacia la carretera—. No le estoy hablando al aire… Voltea… Bella ya te lo explicamos todos los de mi familia; compréndeme, no quiero que te ocurra nada –torcí el gesto y lo vi otra vez; tenía razón, me intentaba proteger por todos los medios—Prométemelo.

--No. Lo siento, pero ahora que lo sé, es lo único con lo que podré sobrevivir. Además, a nadie le haré daño con mis alucinaciones personales… anhelaré verte, oírte, sentirte y si tengo el poder de contrarrestarlo… Entiéndeme tú a mí: Me harás falta… mucha falta.

Otorgó el beneplácito del silencio y respiró hondamente para después observar el cielo vespertino. Sus ojos, perfectamente ámbar, se cerraron de repente y en el momento en que los abrió, su expresión denotó dolor; el tiempo de despedirnos llegó sin notarlo.

--Está bien, no digas nada… Sólo déjame ser yo la que te abandone esta ocasión –susurré—. Quiero ser yo la que desaparezca. Sentir el vacío de la despedida no es algo con lo que yo sea buena lidiando.

Bufó y se inclinó para darme un beso tenue en mis labios. Mi corazón retumbó como loco.

--Adiós… Mi Vida –musitó al separase de mis labios.

Fueron un bisturí sus palabras y los sonidos las incisiones que cortaron e hicieron sangrar a mi adolorido corazón.

Un adiós simple. Una despedida limpia.

--Adiós –susurré lo único que pude articular.

Paso a paso, y contándolos, llegué a la motocicleta, entumecida y percibiendo sólo el viento helado que me quemó la piel; una actitud bastante extraña, pero ¿qué se podía esperar de mí? La locura corría por mis venas, además de otras cosas sin nombre.

--¿Qué haces Bella? –preguntó a lo lejos.

--Cuento los pasos que doy en busca de nuestro adiós –dije y me subí al vehículo—. Veinticuatro, curioso, ¿no? Hoy es veinticuatro de septiembre.

Tres meses… veinticuatro de diciembre, lo pensé y repetí también hasta que llegué a mi casa.

Me acomodé el casco debidamente y encendí la moto, su rugido inicial disparó mi llanto tan furiosamente como su mismo estruendo. No lo pude creer, de verdad me fui de su lado.

Subí la velocidad hasta alcanzar su límite permitido; percaté el horizonte: la soledad.

Mi corazón y mi alma se partieron en dos desde ese instante. Una se quedó con Edward y la otra… la otra se quedó.

Mi pecho se desmoronó en cuanto aparqué la moto en la entrada de mi casa, y el hueco embravecido se hizo tan presente, tan agudo y tan doloroso como hace un año ya en la intimidad y oscuridad de mi habitación con la noche como observadora.

Moví mi cabeza de un lado a otro con fuerza para liberarme de mis memorias y darle la espalda a la ventana que me ocasionaba tanta depresión. En cualquier minuto iría a cerrarla, sólo necesitaba terminar de escucharme para poder descansar, por hoy, de tanto dolor:

La mente es un lugar peligroso donde se guardan los recuerdos maravillosos y los fantasmas que procuran la locura en dosis controladas, pero en mi caso, las sobredosis siempre vendrán cargadas de un misterioso desequilibrio; así nací y así tengo que morir: loca, perdidamente loca por Edward Cullen.

Pasé mis manos por mi rostro para limpiar mi llanto y después estiré mis engarrotadas piernas. Estaba a punto de levantarme e ir hasta la ventana cuando una voz, que yo conocía muy bien, resonó detrás de mí, haciéndome paralizarme del miedo.

--¿Dónde está la sanguijuela? –cuestionó embravecido.