jueves, 22 de abril de 2010

historia mieli atencion!!!

bella y edward Pictures, Images and Photos

**Los personajes e historia son obra y creación única de Stephenie Meyer -ya lo sabemos, gracias, continúen leyendo- la fuente mágica de los deseos es la única culpable de que yo reconstruya una historia alterna. FIN**

¡Ey! Adivinen, ya éste sí es el último capítulo y en unos minutos subo el Epilogo, ¡YA ESTÁ! ¿Por qué esta decisión? Pues porque sino el Epílogo hubiera sido larguísimo. Sólo escribo unos agradecimientos y listo. Mientras disfruten. Por cierto, gracias por sus reviews a lo largo de la historia y su eufórica respuesta de la última actualización.

Nota 33: La inspiración fue Better than me de Hinder y para el final, Bésame de Camila.

¡Qué comience la magia!



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33. Justo a tiempo

"La quiero porque yo soy el hombre más puntual de la tierra y ella,

puntualmente siempre llega tarde"

Carlos Fuentes.

Edward' s POV

Este fingido beso estaba apunto de terminar, lo intuía en lo recóndito de mi ser, porque los movimientos eran cada vez más y más lentos. Mi amada Bella…, pensé antes de volver al estado consciente. Desde la profundidad de mi mente, fui atrayendo mis sentidos a la realidad, despertándolos de su fantasioso letargo, aunque eso implicara un escarnio moral y, sin duda, dolor.

Abrí mis ojos atormentados. Ahí seguía Marianne. Lo siento, pensé con una extravagante incomodidad. Ella continuaba con su idilio personal. En tanto, yo miré la luz de la luna que se colaba, tímida, por la ventana de la estancia hasta plasmarse como tapete blanco en el piso de mármol. Quizá, fue la iluminación o mi creciente desesperanza, nunca lo podré saber, lo cierto fue que aquella centella disparó un gratificante y simbólico recuerdo que cubrió de miel mi insatisfecho corazón.

"--¿Dejarías a tu novio?—cuestioné serio sin despegar la vista de la hermosa cara de ángel de Mi Vida.

--Sí —respondió sin siquiera inmutarse por mi descortés pregunta.

--¿Estás segura?

Sus facciones presentaron enternecedor, y casi imperceptible, mohín. Dudaba. Seguramente, me creía un inescrupuloso patán que la volvería a abonar a los pocos meses. ¡Cuánto desazón me causó observar su reacción!, ella era mi razón de sentirme vivo y también de querer morir; pero, en todo caso, sabía que merecía por su rotunda negativa, si llegaba a decírmela.

--Completamente—declaró convencida. Mi interior se convirtió en una fiesta—. Sé lo que le dije a Jacob en la conversación, sé que lo he defendido a lo largo de esta noche contigo y aún así no me imagino una vida a su lado; no después de besarte, de tocarte y saber que estás igual de enamorado que yo…"

¡DETENTE ESTÚPIDO Y MISERABLE DEMONIO! ¡Maldito ser irracional y miedoso!

Desencajé mis pérfidos ojos de esa hermosa y reveladora realidad. Marianne, con toda su estela de cariño, se aferraba a alargar el final del ósculo, su hedonismo la conducía a deleitarse con la posibilidad de esta fallida acción, al ritmo de mis traidores labios.

¡Qué rayos estaba haciendo besándola! ¡Qué intentaba al insistir estar lejos del amor de mi existencia! ¿Por qué la había dejado marcharse, dejándola indefensa y seriamente confundida? ¿Qué tipo de amante había sido al procurar su aterrante soledad en el peor momento? ¡Por qué le hice caso! ¡En qué mierdas me había zambullido durante tres meses!

¿Otra vez ambicionaba perderlo todo? ¡A Bella! ¡A Mi Todo! ¡¡Qué hacía aquí!!

¡ALTO!

--Marianne…, Marianne…—susurré con sumo cuidado, entre el chasqueo de sus labios con los míos, para ocultar la brusquedad con la que anhelaba apartarla.

Deseaba, desesperadamente, finiquitar este estúpido y miserable desliz. Marianne abrió poco a poco sus ojos, cuando me percató inmóvil y frío a la demostración de supuesta pasión. Como era de esperarse, quedó estupefacta por mi comportamiento. No pretendía herirla, ni siquiera podía imaginar que por mi culpa su seguridad se fuera a venir en detrimento. Mis manos intentaron tensarse alrededor de sus hombros para que no sintiera el rechazo definitivo, pero… ¡Esto me enfermaba!

--¿No te gustó?—preguntó sufriendo cada palabra que emanaba su dulce voz.

¿Gustarme? ¡Cómo le respondía si no la había estado besando a ella sino al recuerdo de Bella! Cómo… sin lastimarla.

La estancia se incrementó en espacio fantasiosamente, pues ahí mismo se iba a abrir la tierra, en unos minutos, para tragarse a alguno de los dos, en cuanto mis atrocidades fueran declaradas.

--Marianne, te agradezco que hayas sido como el fulgor de la hermosa luna en esta noche oscura, pero —al oír de mi boca el nexo adversativo presintió la conclusión. Su carita de sol comenzó a formar un puchero de tristeza y sus luceros carmesí se cerraron de nuevo. ¡Me había convertido en un total monstruo!— perdóname… por este amor que nunca fue de los dos.

Pestañeó dos veces y en sus inmensos ojos se posó una expresión de trémulo desagrado.

--¿Nunca?—musitó con ese incómodo dolor que se forma en donde debería estar latiendo nuestro corazón.

Bastante daño aguantaba en su interior, Marianne, por mis cobardes acciones, como para seguir engañándola; lo alcanzaba a leer en su mente. Esta vez debía comenzar a desmantelar mi farsa, con el único fin de esperar a que me perdonara y con ello no perder, para siempre, su apreciable y dulce amistad. Tomé aire, agallas, valor y respondí.

--Nunca...—susurré conciso.

Marianne se soltó de mi agarre y dio dos fuertes pasos hacia atrás sin dejar que su mirada se apartara de la mía.

--No te comprendo Edward. ¿Por qué si la amas tanto… te alejaste de ella?—inquirió con sollozos y rencor mientras empuñaba sus manos.

Buena pregunta. Sin embargo mis razones no se las explicaría bajo el estado por el que pasaba. Su despecho sólo alteraría mi decisión y definitivamente no necesitaba otro minuto más ahogado en mis estúpidas depresiones. ¿Acaso el sufrimiento era un disco volador que en cuanto lo avientas, para liberarte de éste, alguien más lo toma?

--No lo entenderías —contesté seco.

--¿Y no crees que merezco, de menos, una explicación, después de que me utilizaste para no sentirte abandonado? —exigió llevando sus manos a entrelazar su cabellera a la altura de su cara.

--¡Ella no me abandonó Marianne! —ahora el que empuñaba sus manos era yo.

Viré mi rostro en otra dirección, no quería que notara la vergüenza reflejada en mis ojos ni el agudo dolor en mi corazón. Dentro de mi cabeza resonaban como grillos sus pensamientos, reclamando cada minuto que me había dedicado, con ingenua ilusión.

¿Cómo sucedió? ¡Cómo fuiste capaz de burlarte de mí!, repetía.

Cerré mis ojos para debatir las respuestas, no obstante si algo quedaba del Edward educado bajo los correctos modales de un caballero, no le contestaría cómo había logrado escarnecer su don, pues la verdad, tal vez, la destruiría más.

--Perdón —musité y abrí mis ojos, para fijarlos en las sombras de la oscura nada.

Mi mirada se escabulló a través de los cristales de la ventana contigua. "La inmensa noche, más inmensa sin ella", recité ensimismado, como conjuro del melancólico paisaje nocturno, los sabios pensamientos de Pablo Neruda en su poema XX.

--¿Eso es todo? ¿Perdón? —Rezongó e irguió los hombros— ¡De menos mírame a los ojos!

--Sí, Marianne… —la miré como me pidió y supe enseguida, después de salir del hechizo de la noche, que nunca más volveríamos a ser amigos—, eso es todo. Te agradezco, también, que hayas propiciado este revelador beso, pues fue el motivo por el que se me cayó la venda de los ojos. Tenías razón, fue la oportunidad perfecta para reconocerme. He estado actuando muy mal y debo enmendar mis errores.

Era cruel al enunciar todo ese discurso sin pausas ni condolencias emocionales, sin embargo necesitaba ser sincero con Marianne.

--¡Soy genial!, ¿no? —Exclamó sarcástica y después comenzó a temblar por los incontrolables sollozos— Edward, si me atreví a besarte —se puso cabizbaja. Ya no me miraba— fue porque tuve una premonición. Tú querías… tú ibas a… continuar sin ella. De haber presentido que…

--Sí —la interrumpí a quemarropa, deshaciéndome de los modales, pues todavía no deseaba que me dijera una veracidad con respecto mi futuro con… ella—, pero he resuelto cambiar mi destino. Voy ir a buscar a… —respiré hondo para poder pronunciar, sin que me doliera tanto, la invocación de su nombre. Marianne debía saber quién era la hechicera de mi ser— Isabella.

Marianne soltó un sonido ahogado.

--Isabella… —pronunció con un suave murmullo de su voz, para después tambalearse e irse de la realidad.

Me moví velozmente para sostenerla. Recordando a Alice y sus "ataques" era muy probable que Marianne estuviera siendo presa de uno.

--¿Marianne?

Su mente se hallaba en punto muerto, ni un solo sonido, ni una sola imagen que transmitiera un mensaje a su cabeza. Nada. ¡Qué desesperación! ¡Qué había sentido!

--¡Marianne! –la llamé con un decible más en mi tono de voz.

Sus pupilas, poco a poco, fueron restableciéndose en su sitio natural.

--Isabella… —articuló débil mientras recobraba el conocimiento— ¿Edward? —Sus ojos volvieron a focalizar— ¡Edward! ¡Corre! ¡Isabella!

Un maremoto se vino encima, ahogándome literalmente en el escalofriante pensamiento de Marianne.

"Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah", escuché una infinidad de gritos histéricos, hasta el punto de ensordecerme, iban desde timbres infantiles a personas adultas, con la peculiaridad de que todos emanaban una angustia infinita. "¡Ayúdale!" "Las reglas no se pueden romper", se distinguieron dos tonos graves de voz, entre el tumulto de sufrimiento. ¿Este era el mensaje?

--¡¿Qué le va a suceder a Isabella?! —zarandeé, sin medir mi fuerza, a Marianne.

--¡Me lastimas, Edward! —exclamó y con entera razón.

La solté y pedí mis más sinceras disculpas. Ella pareció entender la relevancia de mi desesperación y prosiguió.

--¿No escuchaste todas esas voces? —Preguntó incrédula, casi como si dentro de eso hubiera estado la clave— ¡Isabella va a ocasionar una masacre! —Expresó con desazón— ¿Qué ella es neófita, Edward?

Evadí su pregunta por la conmoción del irreverente testimonio.

--¡Masacre! No, debes estar equivocada, ella no…

--¡Contéstame! —Recriminó tomando mi cara entre sus delgadas manos e interrumpiéndome por completo— ¿Es ella una neófita?

--¿De qué te servirá conocer si lo es o no? —contesté molesto y me zafé de su agarre.

Marianne puso una nueva expresión en el rostro, una nueva sensación entró en su interior. ¡Maldita sea su don! ¡Por eso había querido tocarme la muy astuta! ¿Ahora con qué iba a torturarme? ¿Qué sucedía? No era suficiente con haberme dicho que tendría que ser el verdugo de Mi Vida si no la encontraba a tiempo y la salvaba de cometer la más terrible de las faltas.

--¡Tú la convertiste! —Se sorprendió al enunciarlo— ¡Eso era! Tú tienes que ayudarla, por eso la voz dijo: "Ayúdale", el mensaje no era para mí… ¡Eres tú —me señaló con la mirada— el que tiene que ayudarle!

--¡Bien! ¿A dónde me dirijo? ¡Dime!—Dije saliéndome de mis casillas. Aventé, al piso, unos libros acomodados encima de una mesa cercana, para sacar la consternación.

Para mí era obvia la respuesta que había dado y sí, por el contrario, me hacía perder más el valioso tiempo que le quedaba a Mi Vida. Gruñí por la inmensa frustración. Esto era mi culpa. Si Bella llegaba a ser presa de la malévola inquisición de los Vulturis sería totalmente mi culpa; la había abandonado al hacerle caso, como esos estúpidos padres que se dejan manipular por sus pequeños y malcriados vástagos, al grado de acabar en una posición bastante absurda frente a su "supuesta" autoridad y madurez. Es decir, ¡yo era el del siglo de experiencia!, y ella ¡sólo tenía diecinueve años y unas cuantas horas de haber renacido como vampiresa! ¿Dónde había dejado la lógica cuando le procuré su decisión? Es más, ¿por qué le había hecho caso?, ¿por qué no la detuve si por dentro sabía que cometía un error? ¡Diablos! Sí, Bella era más tenaz, y eso lo sabía desde que ella pudo salir adelante, mientras yo me hundía en Brasil, el año pasado. Pero todavía así, me resultaba increíble percatarme de los terroríficos traspiés que cometía por ella. ¿Cómo una personita tan pequeña, tan indefensa, podía ser capaz de manipular a su antojo a mi escrupulosa mente? Tal vez, sí, Carlisle tenía razón cuando me decía que Bella era la perfecta horma de mi zapato. ¡Demonios!

Alterado, como estaba, comencé a buscar, entre las penumbras, y por toda la superficie del blanquecino piso, de la estancia, el celular, que había aventado después de haber recibido la llamada de Bella.

¡Ahí está!, pensé triunfante y marqué al número del cual recibí la llamada de Mi Vida.

--¿Qué haces? —preguntó intrigada al otro lado de la habitación Marianne.

--Intentando comunicarme con Isabella —contesté sin voltear a verla— ¡Rayos!

Desafortunadamente, el número al que había recurrido para hablarme, no sirvió de nada. Los timbres del teléfono sonaban y sonaban, hasta que entró a la función de una vil contestadora, cuyo mensaje fue el de una familia de apellido desconocido para ella y para mí. Apreté mi tabique nasal mientras pensaba cómo dirigirme en este nuevo altercado. Un paso más en falso y todo acabaría. Un paso…

¡Alice!

Remarqué en el móvil un número, pero esta ocasión a mi alocada hermana.

--¿Edward? —Contestó al segundo de entrar la llamada— ¿Qué pasa? Acabo de tener la visión de…

La interrumpí ipso facto, pues sin quererlo, Alice había dicho demasiada información. Giré en dirección a Marianne, para verificar cómo asimilaba lo que acababa de escuchar, y efectivamente su cara dibujaba un gesto de severo rencor y el único movimiento que hacía era una negación con la cabeza, una y otra vez. Me viré de nuevo, en dirección a la ventana.

--¡Sh! Alice, no digas más —demandé—. Nos vemos en quince horas en Canadá, ¿de acuerdo?

--No Edward—contradijo con sorpresa la vampiresa—, si has decido buscarla, Canadá es el país equivocado. Bella está en Estados Unidos.

--¿Tú sabes dónde está? ¡Alice, dime, es de suma importancia! —exigí osco.

--No lo sé con exactitud, se mueve muy rápido, pero hace dos días —su voz se tornó desilusionada— estuvo en Forks.

--¡Qué! —Exclamé incrédulo. ¿No habría leído mi e – mail?— ¿En Forks?

--Sí, Edward, es bastante crudo el asunto que la llevó a Forks. Ya te contaré.

¿Contarme? ¡Para qué! No creía necesario el relato, siendo una neófita la crudeza a la que se refería Alice iba encaminada a muertes y, al menos, mi persona no era la indicada para juzgar sus actos como atroces, pues también había asesinado en este tiempo. Por lo que ataqué con mi verdadera intención.

--Alice, intenta vigilarla con tu don…

--¡Edward Anthony Masen Cullen Vulturi! Y cuanto apellido le quieras seguir agregando —rodé mis ojos; no era graciosa en este instante—, ¿me estás pidiendo que la rastree? ¡Tienes que explicarme qué pasa, ahora mismo!

--No, ahora no Alice. Cuando estemos de frente. Sólo te suplico que me ayudes. Te necesito hermana —enfaticé el parentesco para que Marianne lo escuchara—, y quizá también a Jasper. No me pueden dejar solo, por favor, ayúdenme.

--¡Estúpido, te lo dije! —Me echó en cara su atinada adivinación. Gruñí, ¡me alteraba que pasara eso!— ¡Te dije que Bella no iba a estar bien sin ti! ¡Cuándo dejaran de ser necios, los dos!

--Alice, puedes regañarme lo que desees en cuanto esté contigo. Es más, estoy dispuesto a cualquier tipo de tortura, de tu parte, pero ¡encuentra a Bella!

--¡Genial!, trato hecho. Nos vemos en la terminal de Washington. Debe de andar por la zona aún.

--Te quiero Alice.

--Tranquilízate, sea por lo que sea tu angustia, la vamos a hallar—declaró con seguridad.

--Gracias.

--Por cierto, también te quiero, testarudo. Ciao, señor acento sexy.

Colgó. Una ráfaga de esperanza se introdujo con el aire que inhalé. Aliviané la carga pesada que traía sobre mis hombros.

--Así que… —prorrumpió irónica Marianne— ¿Alice tiene visiones?

--Sí —contesté, pero no viré mi cuerpo.

--¿Ella era cercana a Isabella? —preguntó con trémula indignación.

--Marianne… —le di la cara y hablé con cuidado para no consecuentar su sufrimiento— deja esto, te lo ruego.

--Hum… —Lo dices tan como si fuera fácil, pensó—Sabes, en verdad llegué a sentir algo profundo y sincero por ti.

--Lo sé y lo siento —suspiré—. Tengo que irme.

Te amo Edward.

--No es cierto, Marianne —garanticé con una mirada que entrelacé con ella—. Eso te lo puedo jurar. Verás como pronto dejaras de sentir cariño por mí. No fui tan desconsiderado como para implantar, en ti, la semilla del amor.

No me importa lo que digas, tú no conoces lo que siento… Te amo.

Inhalé hondo. Era imposible hacerla entrar en razón en este momento.

--Te quiero Marianne. Gracias por salvarme de mí mismo —regresé y le di un último y cálido beso en la mejilla.

La vampiresa se estremeció y un segundo previo a que me alejara de ella cogió mi brazo y me detuvo.

--¡Espera!

--Necesito viajar a América, ahora mismo —murmuré para no sonar tan descortés a la vez que quitaba su fina mano de mí.

--Lo sé… Dame la oportunidad de darte mi regalo de despedida, ¿si?

Miré al techo ennegrecido por la oscuridad. Fruncí el ceño mientras captaba las ondas de sus pensamientos, si su regalo consistía en herirla más me retiraría, sino…

--¿Cómo? —cuestioné al no hallar una pista en su mente.

Se inclinó en el piso y recogió de éste un objeto invaluable, que por poco se me olvidaba con la premura de la emoción y el desconsuelo: el diario de Bella. Marianne seguramente captó la maravillosa vibra de Isabella en el cuaderno.

--A Isabella —cerró sus ojos y se estremeció— la encontraras en…

El sonido de una gran tormenta se emanó de la mente de la vampiresa. El viento que acaecía alrededor del vaticinio se oía rotundo, como un huracán. Percibí una sensación de agua helada. "Kalaloch, papá", dijo la emisaria, y me paralicé inmediatamente después de escucharla. ¡No es verdad! ¡No! Tuve que asirme de una pared para no extraviar el caprichoso equilibrio. ¿Fue real?, me pregunté, a la vez querepetí el sonido del mensaje en mi mente. Sí, no había duda, no me equivocaba, la vocecita, que susurró aquello, era la de una niña, ningún otro timbre se le podía parecer. Y ¿había pronunciado claramente: "papá"? ¡Qué significaba esto! Las páginas del diario tenían la esencia de Bella, pero acaso la de mi… ¡No!, ¡no era lógico!

La pista de Kalaloch era verosímil, por lo cual discernía velozmente algunas razones del por qué iría ahí Bella, sin embargo… Kalaloch… ¡Imposible! Los cálculos intentaban salir a flote, para no fallar, pues si la enviada se refería a ese lugar, es decir, el lugar donde Mi Vida y yo amanecimos juntos, entonces sí, esa voz, ciertamente, le pertenecía a… ¡Renesmee!

Un sorprendente escalofrío recorrió mi columna vertebral; me erguí. Mis ojos se abrieron igualando la enormidad del diámetro de la luna. ¿Cómo era posible que un ángel se presentara para prestar ayuda a dos seres condenados al fuego eterno? ¡Cómo!

--No oigo más —dijo molesta Marianne expulsándome de mi paranormal reflexión—. Algo debe de estar interviniendo. El mensaje fue muy…

--No —musité sin pedir más explicaciones. Intuía qué pasaba; un ángel le habló. Leyes contrapuestas— No te preocupes. Marianne—enuncié y la abracé por el sentimiento que me embargaba; me hallaba infinitamente conmovido, por la vocecita de ¡mi hija!—, muchas gracias.

--De nada… ¡Vete ya! —Exclamó con un buen ánimo que disfrazaba su dolor— Yo le digo a Aro lo que sucedió. Después de todo —levantó los hombros e hizo un adorable puchero—, vas a regresar.

--¿Ah sí?

Confirmó con un movimiento de cabeza, sin dejar que se le escapara de su gesto esa falsa alegría. Con grandes posibilidades de venir acompañado… Si eso te complace saberlo, pensó y por fin su mirada se entristeció. Me giré para que ella no pudiera ver mi expresión, pues encontrar, aunque fuera una pequeña posibilidad, la manera de salvar a Mi Vida y hacerla recapacitar para que se quedara a mi lado, me llenaba de intensa felicidad, aunado con el instante celestial que me fue otorgado, sin siquiera merecerlo.

--Edward—me llamó y volteé más mesurado—, por favor —levantó la mirada y se acercó a mí para poner en mis manos el diario de Bella— cuídate. Isabella es muy fuerte.

Asentí y le otorgué una amable sonrisa.

Te amo Edward.

Negué con mi cabeza y tal vez también con la esencia de mis ojos. Suspiré cuando hubo terminado este tenso minuto.

--Sabes que ésta siempre será tu casa y que puedes permanecer aquí cuanto gustes.

--Sí, gracias—sonrió hipócritamente. El rechazo de su declaración no le gustó—. Anda, no pierdas más tiempo. ¡Corre! ¡Isabella te necesita! —dijo con un naciente ácido en su voz.

--Gracias por todo lo que me enseñaste —tomé su mano izquierda y se la besé con ternura—. Discúlpame si te hice mal.

Solté delicadamente su mano y salí disparado en dirección al coche sin percibirla un instante más.

Bella's POV

Nunca fui adicta a la comida, ni a fetiches, libros, mucho menos a consumir cualquier sustancia nociva para la salud mientras fui humana, ¡a nada!, si a caso a la hipnotizadora presencia de Edward, pero ésa no contaba para lograr comparar mi grave y oscuro estado de adicción.

Mi mente me procuraba horas de ocupación, a través del incansable reto de domar al demonio, el cual era muy poderoso, y tenía que coexistir el resto de la eternidad con él. Sin embargo, un noventa y tres porciento de mi tiempo, de mi infinito tiempo del día, de esas interminables veinticuatro horas, me dedicaba a saciar, como fuera posible, mi sed.

En estos tres meses mi boca no paró de destilar veneno, inclusive comenzó a ser tanto que caí en los excesos… en la horripilante gula. ¡Por todos los cielos! Me sentía tan mal, tan asquerosamente sucia, tan avergonzada por mi reprobable comportamiento. ¡No podía parar! Esto me controlaba, me mandaba, ¡me exigía!, ir por más. Intenté detenerlo, porque la manera de obtener mi maldita droga propiciaba una resaca moral muy aguda y dolorosa, y lo peor es que siempre venía una vez que me saciaba… El frenesí de la sangre era muy, muy corto. Yo no quería ser un monstruo, día con día y hora tras hora me negaba a serlo. Llegué, incluso, a pensar en llevarme a un estado de completa inanición, pero nunca pude ponerlo en práctica… pues una fuerza descomunal, del tamaño de la Vía Láctea, me lo impidió. ¡Oh, cuánto me arrepentí de haber deseado este cambio durante dos años! No era libre, y no lo sería más. Siempre estaría condenada a satisfacer los designios de un ente oscuro y perverso que destruía mi existencia y que además de todo se aferraba a mantenerme aislada de la gente que más amaba. ¡Cómo quería arrancarle este pedazo de alma al maldito cuerpo, para no ser yo nunca más! Desaparecer del mundo y no ver a mi destino disfrazado de asesino.

Por ejemplo, el primer mes, atemorizada como me hallaba por el descontrol de mi don, me recluí, como ermitaña, en las montañas de Canadá. Mi alimentación se basó, muy a pesar del demonio, en animales salvajes —yiag—, propios de la zona gélida. Aprender a cazar fue toda una faena, de la cual mis ropas sufrieron las terribles consecuencias. Al paso del tiempo, estuve a nada de atentar contra el equilibrio de la fauna de no haberse presentado, para su mala fortuna, ese grupo de campistas. Su esquicito aroma se cruzó con mi nariz y mis verdaderos instintos se pusieron en acción, como si desde siempre hubieran estado esperando esa noche.

Al primer vistazo, los tres ingenuos humanos dejaron, y hasta alentaron, a mi perverso ser a acercarse. ¡Claro!, viendo mi cuerpo relumbrar a la luz de las brasas, de su hoguera, y casi al desnudo, con estas sugerentes curvas que se habían esculpido a lo largo de mis piernas y hasta mis hombros, lo único que reaccionaba con lógica, en ellos, era su libido, pues con mi don vi como fantaseaban en sus retorcidas mentecillas con otra noche de diversión compartida… una especie de orgia. Pero como yo no fui lo que ellos pensaron, la ilusión los engañó.

Mis ojos, por otro lado, no veían cuán "fuertes" podían ser juntos y mi demonio me instruía mediante susurros cómo atacarlos sin que alguno se lograra escapar. Observé, desde lejos, la áspera piel de los tres y localicé las perfectas venas de su cuello transportando el elixir de la juventud. El veneno se escurrió por mi boca y garganta; quemaba. Sonreí al saber que pronto probaría el manjar de los dioses. Y como un felino me aventé a los brazos del más grande. El estúpido me tomó por el talle y en el instante en que confundió mi movimiento de ataque con la insinuación de un beso, lo maté. No medí mi fuerza, así que le zafé el cuello y tuve que actuar rápido antes de que la sangre se detuviera o en su defecto perdiera su calor. Los otros dos humanos los capturé cual si fueran débiles y pequeños conejos. Bebí, bebí y bebí… ¡Wow! ¡Qué placer tan sublime! Jamás había sentido un líquido con consistencia semejante entrar a mi organismo y el gélido ambiente lo maximizaba al por mayor.

Por eso, ahí, justo esa noche, comenzó mi perdición.

De mis esos humanos robé unas cuantas prendas que me ayudarían a no verme tan escandalosamente llamativa, escogí con cuidado, para no tomar las manchadas por la sangre. Resultó perfecto. Lo imperfecto vino después, con el cúmulo de asesinatos que le siguieron, cuando mi ser se mimetizó peligrosamente entre los humanos.

Su olor me enloquecía, cuando llegué a le primera campiña, y si no hubiera tenido a un demonio tan fuerte y malvado coexistiendo dentro de mi cuerpo mis atascones me hubieran llevado a desaparecer aldeas completas en menos de una semana; sin embargo, por mi repulsiva adicción me tenía que mover de un sitio a otro en menos de doce horas.

Lo bueno, de ese mutuo calvario, entre mi droga y yo, fue que mi extraño don se fue perfeccionando con las víctimas… o con el poder que adquirí gracias a la sangre.

Para finales de diciembre, y tal vez por descuido o destino, me topé con el extraño olor de… mi raza. No es que supiera a la primera olfateada que ese efluvio dulzón nos pertenecía, pero mi curiosidad me condujo a verificarlo. Recordé vagamente a Jacob, él decía que los vampiros olían a tomates podridos y no era así, o al menos para mi nariz. Me acerqué, tentando la zona metro a metro, pues tenía miedo de encontrar a otros y que estos vampiros fueran hostiles, como Victoria, James o los neófitos de junio, no obstante mi sorpresa fue muy diferente cuando los vi… eran Edward y Alice. Mi pecho se infló por el excesivo aire que le introduje y sin mandar la orden como tal, me detuve a quemarropa. Mis pies no pudieron continuar, se pegaron a la tierra. Alice, quien estaba sentada sobre el pasto y en postura de flor de loto, consolaba con palabras a Edward, sin embargo él parecía no escucharla, su mirada sólo se dirigía a la inmensidad del mar celestial. ¡Pobre Edward!, ¿por qué sufría tanto por mí? ¡No lo valía!

Cómo deseé, y deseó mi demonio, correr a abrazarlo y besarlo para toda la eternidad, dejar de lado mis infernales martirios y entregarme al placer de tenerlo conmigo… pero recordé el mal que le había hecho cuando renací, también que por mi culpa había muerto nuestra hija, los múltiples asesinatos que llevaba a cuestas y, por eso, rotundamente me abstuve a acercarme.

Además, ¿qué hubiera pasado si en esa mañana me hubiesen visto con aquellos andrajos? Sí, ésta fue la excusa más tonta de las que realmente pesaban o importaban, pero así es el estado consciente, una fiesta de máscaras; si lo sabía yo, y mi maldito don. Por tanto, me hice sentir miserable por mi apariencia y después por no ser merecedora de llevar el apellido Cullen, aún. Mi adicción, a la cual no podía renunciar todavía, no era compatible con mis admirables vampiros.

Me alejé con sumo tiento, sin mover si quiera una hoja del suelo, ¡claro!, no sin antes resguardar en mi memoria la maravilla del rosto que tenía mi… Mi Cielo. Sí, Edward sería desde ese minuto mi especie de paraíso personal, pues durante los dos meses, ni la dicha y mucho menos la paz habían penetrado mi atormentado ser hasta que lo capté postrado en ese verde pasto, cubierto por zonas de una blanquecina nieve, con la mirada al cielo y reluciendo cual hermosa estrella. ¡Impresionante! Mis ojos de vampiro, por primer vez habían servido para algo bueno. No obstante el paraíso… era prohibido para mí.

Después de mi repentino golpe de suerte, mi desesperanza creció y mi única escapatoria fue huir de Canadá, rumbo al sur. Si los Cullen iban a permanecer en este país, yo no debía estar cerca; sería inmensa la tentación. Corrí, casi con los ojos cerrados, sin guardar nada de lo que pasara o dejara atrás en mis sentidos. Increíblemente, no paré la carrera ni siquiera por la quemazón de la sed que me arañaba tan profundo la garganta. Cuando, al fin, respiré el aire típico de la madrugada y observé distinto el paisaje, me tumbé. Mi pecho comenzó a subir y a bajar de forma agresiva, ¿sollozaba? No por favor, otra vez no, pensé. Recogí, con mis brazos, las piernas contra mi pecho, para después esconder mi rostro en ellas hasta que pasara el apocalipsis. Las emociones, que correspondían a mi humanidad, se habían convertido en armas de destrucción masiva.

Edward, te confieso, ahora, que poseías la razón cuando decías que este inframundo estaba lleno de amarguras, recapacité para distraer la herida; no funcionó.

--Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah —comencé a gritar, aunque el sonido que se emanaba de mi voz se escucharía como un chillido, yo sabría que estaba bramando el dolor insoportable de mi paralizado corazón.

Edward… ¡¡TENGO MIEDO!!

Saqué mi rostro de su escondite, lo elevé para que mi cabeza fuera participe del cielo oscuro que me estaba cubriendo, e inútilmente, cobijarme con la falsa idea de sentirme cercana de él, pues tal vez, con un poco de suerte, Edward todavía lo estaría viendo.

--Tengo mucho miedo—susurré al viento.

La noche y sus inmensas sombras tenían símbolos ocultos que con la visión de un simple humano no podrían haberse percibido. Toda la oscuridad que tocaba al mundo tenía un propósito, esconder a la maldad de los infiernos.

--¿A qué le temes? —preguntó la despiadada alucinación de mi don tornada en Edward.

Tensé mi cuerpo. Mi demonio emanaba un halo de poder colosalmente temible.

--No quiero hacerle daño —le respondí temerosa por las represalias que tomaría conmigo. Al monstruo le enojaba sobremanera sentirme débil. Así que, como represalia, me torturaba haciendo realidad mis peores traumas.

En eso, el aire helado se atrevió a mover mis cabellos. Quise llorar.

--Aparte de cobarde, eres ciega. No te das cuenta que ya me estás haciendo daño –contestó con aquella voz osca que hubiera utilizado Edward—. Eres el ser más asustadizo que se ha visto caminar sobre la fas de la tierra.

--¿Cobarde? ¡Jamás! —Discrepé molesta, pero mi postura no cambió— Cobardía sería estar obedeciéndote —giré en su dirección—. No voy a ser siempre el monstruo que pretendes que sea.

--¿A no? –cuestionó sarcástico y cambió por completo su fisonomía.

Frente a mí se estaba materializando mi ente demoniaco, un ser con la estructura precisa de mi figura, pero sin facciones en el rostro, es decir, como si tuviera encimado un grueso velo de humo negro, donde sólo esas estelas carmesí refulgirían infinitas, a mitad de la cara.

--No… —musité con inseguridad. Ella era lo más espantoso que había visto.

--¿Apostamos, adicta?

Reí de mala gana.

--Sólo estás jugando conmigo, ¿qué carajos quieres? —Indagué enfadada— Estás saciada de sangre. ¡Lárgate y déjame sola!

--No me iré. Y mientras más me huyas más estaré martirizándote. Mejor… ¿Por qué no aceptas de una buena vez en lo que te has convertido? —resonó su infernal voz, como si se estuviera burlando de mí.

--¡NO! —Arremetí y me paré de un salto— ¡No quiero escucharte! ¡CÁLLATE!

El poder del demonio se maximizó por la cólera que estaba sintiendo tras mi negativa; su vibra hizo estremecer mi alma, por lo que cerré y apreté mis ojos.

--¡No trates de pelear conmigo!

***

En la primera semana de Enero, a un día de finalizarla, llegué a la frontera de Estados Unidos – Canadá.

Entré a hurtadillas a una casa, de un pueblo que parecía ser fantasma, pues los habitantes eran muy pocos. El escaso aroma a humano era indiscutible. El monstruo estuvo apaciguado. De aquella vacía vivienda tomé ropa y, aprovechando la ocasión, también, me duché, porque, para ser sincera, mi cabellera se transformó en una especie de nido de pájaros y, a parte, me hostigaba el horripilante olor a humedad que habían adquirido mis prendas y por consecuente yo.

Antes de moverme del inmueble, utilicé cualquier tipo de artefacto electrónico que me causara sensación. Ser vampiresa neonata, por veces, se asemejaba a regresar a la inocencia de un niño; todo era una maravilla. De entre los objetos que me llamaron la atención fue una obsoleta computadora, pero que curiosamente contaba con red inalámbrica. Era un hábito cuando fui humana monopolizar mi tiempo libre en la Internet, ¿cómo evadirlo ahora?, así que la prendí y en cuanto mis nuevos ojos percibieron la luz del monitor la gama de pixeles, que nunca había observado, ni con el mayor de los zooms, aparecieron frente a mí. Era horrible ver la pantalla, podía distinguir todos los componentes de la imagen y a la vez ninguno, porque causaban una sensación de repudio las continuas descargas eléctricas. Poco a poco adapté a mis ojos a mirar lo que debían, aunque al final me dolió la cabeza.

Con más sosiego, me metí a la red, y como un acto de inercia revisé mi cuenta de correo, no supe con qué motivo, pero lo hice y fue "lo mejor". Sorpresivamente, Edward me escribió, sólo una vez, no obstante el contenido de su carta era fundamental. Su mail era concreto, sin sentimentalismos, a pesar de que notaba el esfuerzo en la redacción por no serlo. El escrito se basaba en datos con los cuales, los Cullen, se deshicieron del problema de mi transformación, dónde residían ahora, etc., sin embargo la noticia que me derrumbó fue que se hubiera ido de América… otra vez… a una semana de haber coincidido con él en Canadá.

¡Por Dios, ayúdame, AYÚDAME!, le imploré al Supremo creador, del bien y del mal, cuando caí en cuentas que me había quedado sola… completamente sola. ¡¿Qué hice?!

Escondí la cabeza ente mis manos, pues los sentimientos humanos empezaron a taladrar mi cerebro y a carcomerme el alma; dolían. No había otra cosa peor para un vampiro que sentir… amor. El amor ardía, lastimaba, y terminaba por quemar como a la leña la hoguera, despacio y hasta las entrañas.

No sólo había perdido a Edward con mi estúpida decisión de ser vampiresa, sino a los Cullen también. Pese a mi abominable comportamiento, podía jurarle al cielo y al infierno que los amaba con tanta intensidad… Ahora no tenía nada. Ellos eran lo único que me quedaba en esta miserable realidad… y ahora… nada. Se estremeció mi cuerpo. ¡Dios! ¿Cómo pretendía que me perdonaran, si por mí los habían desterrado de Forks? ¡Por mí! Una imbécil neófita, que ni siquiera estaba a su lado, que siempre les conllevó problemas y que lastimaba profundamente a uno de sus integrantes… al hijo prodigo de Carlisle.

Así es mejor… Así es mejor… Fue lo mejor, repetía mentalmente a la vez que pretendía convencerme, al unísono de mis afligidos e imparables gemidos.

Los Cullen no tendrían por qué aguantarme el resto de sus existencias. Un pequeño cambio en el rumbo de sus costumbres era suficiente motivo para alejarme completamente de ellos. No volverían a saber de mí, y quizá, con eso, el tiempo me ayudaría que me perdonaran.

Sollocé otra vez; ¡cómo costaba apartarse de los seres queridos para hacerles un bien!

Mi Cielo… ¿por qué así?, ¡por qué!

Sólo habían transcurrido dos meses, Edward había sido muy fuerte al soportar tanto tiempo mi estúpida conducta; aunque, la verdad, una vez cargando a cuestas la existencia infernal y chocante de un demonio, a mí me parecía que un simple día era un extenuante año, ¿a caso a él también? Pero… pero… ¡Por qué se había regresado a Italia! ¡Por qué me abandonaba! ¿Ésta era su manera de cortar su espera? Porque ¡cómo se suponía que me acercaría ahora!, ¿cómo? Si no podía estar a diez metros de un humano cuando mis dientes se estaban posando sobre su tibio y frágil cuello; mi boca destiló veneno por la insignificante mención. Tragué el ácido.

¡Por qué Edward! ¿Por qué no puedo ser una chica fuerte? Tengo pánico. ¡¡No puedo!!, recriminé con esa feroz ponzoña que se emanaba del amor y aventé, como opción para desquitar la frustración, el monitor. Más allá de parecer una neonata vampiresa, con mis actitudes impulsivas y mis emociones desencajadas me igualaban a un joven hombre – lobo. Yiagh.

Las llamas del artefacto empezaron a volverse intensas; las disfruté, así que dejé que se extendieran por todo el cuarto. Mi cuerpo no se calcinaría, mis pulmones no sufrirían, mis ojos no se nublarían, entonces ¿por qué no observar la magnificencia de esto? ¡Del infierno en el que se había transformado mi existencia! Una acción convertida en un poderoso símbolo.

--Bienvenida Bella—susurró la maldita ilusión, con la aterciopelada voz de Edward, a mi oído mientras las brasas encendían esplendorosamente la casa— Destruye todo lo que te recuerde tu asquerosa humanidad.

***

Robé un automóvil de aquel pueblo, uno discreto, pero con una cajuela amplia y vidrios polarizados, pues para mi siguiente misión iba a requerir unos cuantos galones de gasolina y ningún retraso ocasionado por el clima. Aún así, me llevé dos semanas conduciendo, de pueblo en pueblo, hasta conseguir lo necesario y, por supuesto, alimentarme a merced de los caprichos de mi natura.

Llegué a Forks alrededor del medio día, hastiada hasta lo imposible del olor a gasolina del coche mismo y de los galones que transportaba. Uno de los beneficios contraproducentes de mi nueva naturaleza, desde este viaje, y con el cual tendría cuidado, sería mi agudeza olfativa y más porque desde tres días tras, mi demonio dominaba mi ser.

Conduje entre la maleza, entre los sinuosos y estrechos caminos de ese bosque con velocidad exagerada, al menos para esta carcacha. Afortunadamente, el carro aguantó hasta llegar a mi destino. Cuando volví a ver ese sitio no me sorprendió, ni dejé que las emociones humanas entorpecieran el plan por acto reflejo a un pasado atormentado, sólo lo observé por última vez, así, seco, amarillento el pasto por el frío, los árboles un tanto tristes por su poco follaje. Levanté una ceja al terminar de checar la zona y plasmé en mi gesto una expresión de suficiencia, de perversa arrogancia.

Bajé con rapidez la gasolina y la regué a lo largo del perímetro, la humedad que aún quedaba por la nieve de diciembre iba dificultar un poco la hoguera, sin embargo, con el estallido del carro mi plan se vería finiquitado maravillosamente. Cargué, por último el automóvil hasta el centro, le abrí la cajuela y zafé las mangueras de la gasolina, el líquido viscoso se comenzó a caer. Tomé los lentes de sol que se hallaban en la guantera, junto con la cajita de cerrillos, y me giré, dándole la espalda al carro.

--¿Nueva manía? —Preguntó la preciosa alucinación con seductora y aterciopelada voz, poniéndose a un costado de mí— ¿Ahora a parte de adicta, serás pirómana?

--Puede ser. Dicen que el fuego—saqué un cerillo y lo encendí— purifica —lo aventé.

Un estallido resonó bravo. Volteé en seguida para observar en todo su esplendor el incendio de… nuestro prado. Con un mohín de maliciosa felicidad y mis ojos rojos ardiendo de júbilo, combiné mi estado de ánimo con el espectáculo de luces infernales.

--Adiós… —murmuré extasiada por arrancarle al mundo este doloroso lugar. Allí nunca más volvería florecer nada.

Nada.

--¡Magnífico! —exclamó el demoniaco ente a la par que tomaba su verdadera forma y se adhería a mi cuerpo.

Estuve atenta a la destrucción de ese pequeño ecosistema durante una hora, las llamas aplicaban un efecto de placer visual a mis sentidos inigualable; me desenchufé del aquí y el ahora. Además, el demonio se sosegó tanto que ni lo percibía. Estábamos tranquilos. Y así debió de haberse quedado. ¡Maldita mala suerte!

--¿Bella? —llamó desde una distancia baste peligrosa… Charlie.

Mis ojos y mi cabeza se viraron en su dirección. ¡Diablos!, el incendio lo debió de haber atraído. La incontrolable sed volvió. ¡Rayos! Traté de contenerme, intenté que mi cuerpo no reaccionara, ambicioné que el demonio no ganara, sin embargo los tres días de completo descontrol… cobraban la cuenta. Ponzoña acumulándose en mi boca. ¡Se fuerte! Piensa en otra cosa, me dije.

¡Dios, SÁLVALO DE MÍ! —Supliqué, no obstante otra voz habló en mi cabeza— Pues de ti que lo salve, pero nunca de nosotras…

--¡Bella! —el humano gritó con entusiasmo y corrió en esta dirección.

¡No, papá!, no lo ha… —pensé angustiada y caí en cuenta que fue demasiado tarde, yo ya no me controlaba.

Mi demonio… lo atacó.

***

Después de que otros humanos descubrieron el lacerado cuerpo, a principios del sendero que llevaba al incendio del prado, puesto que lo dejé allá, con la premeditación de que el fuego no lo calcinara y pudieran darle una digna sepultura, lo siguiente que fui a quemar, fue la que en alguna ocasión se llamó mi casa.

Me encontraba inmensamente enfadada conmigo misma cuando entré a ésta, el rencor y el odio hacia mí misma se acrecentaba con cada aroma que despedían los muebles y que ahora sabía que había pertenecido a mi padre.

No lograba concebir las imágenes de mi mente como una realidad, a pesar de haberlas visto, saboreado y palpado…

--¡Él no se merecía morir! —grité para desquitar mi ira.

La ilusión del ente se presentó con su espeluznante halo infernal frente a mí, tan, tan cercano a mi cara que me quedé pasmada por el miedo ante lo que irradiaban sus ojos carmesí.

--Deja de culparte por lo que eres —increpó con una voz gutural—. No olives que tú fuiste quien me dijo, en el momento de tu mutación, que lo odiabas. Aférrate a ese sentimiento. Veníamos aquí a acabar con todo lo que te hubiera hecho sentir humana… ¡Ahí lo tienes! ¡Goza el elixir de la venganza corre por tu cuerpo!

--¡No puedo! ¡Era mi padre!—corregí con los sollozos, de por medio, por el grave pecado cometido e inmediatamente cerré los ojos para que no se fuera a meter en mi mente y me traspusiera otro momento de sufrimiento con el desquiciante don.

Una sensación de dolor, como si una aguja se clavase en mi frente y llegara a mi cerebro, me torturó.

--¿Cómo que no puedes? ¡Abre los ojos, adicta! ¡No me temas! —Se burló— ¡Niégame que sentiste placer al beber la sangre de tu padre! ¡Refútamelo! Si lo estoy leyendo en tus perversos recuerdos, ¡asquerosa adicta!

Tensé mi cuerpo y apreté mis manos. Se fuerte ahora… Ya no te queda nada, no hay por qué temer, pensé para darme valor y abrir los ojos.

--Aléjate de mi camino.

--Con gusto —contestó irónica y mi trémulo ser se congestionó de nuevo con el instante de la remembranza del asesinato— ¡Para que lo vuelvas a gozar! —se escuchó a lo lejos su animosa declaración y mi realidad se dislocó.

***

Tomé del suelo al hombre, que yacía sin vida en él. Su sangre no había sido tan buena, pero igual no me importaba. El furor que emanaba del poder de su frágil vida me hacía sentirme envuelta en frenesí cegador, casi embriagante. Inspeccioné meticulosamente la chaqueta de mezclilla que traía. Lo había visto, estaba segura, en algún sitio de la cazadora debía estar el celular, por lo cual lo esculqué irrespetuosamente y sin reparo de su violenta muerte.

¡Eureka! —pensé y arrojé cuando antes el cadáver lejos de mí.

Marqué de aquel móvil mientras observaba como el piso comenzaba a ensuciarse de carmín. El golpe que había recibido el cuerpo al azotar le explotó las arterias que aún estaban tensas por el estrés que recibió antes de ser asesinado.

--¡Maldición! ¡Humano jodido! —reclamé cuando la contestadora de la compañía telefónica anunció su estado de crédito, insuficiente para realizar una llamada de larga distancia.

Me dirigí a la estancia de la azulada casa y cogí el teléfono local. Como estaba en Port Angeles, una ciudad más "vigilada", no quería utilizarlo por posibles implicaciones judiciales cuando encontraran el cuerpo, pero, a estas alturas, con esta desesperación, esta inseguridad y la enorme necesidad de no sentir cómo me comía el vacío de la amarga soledad por mis repugnantes acciones, cualquier motivo para frenar mi esperanzada imprudencia era una simpleza. La alternativa viable para despistar a los humanos, si se llegaba a dar una investigación del homicidio, sería hablar con esa velocidad extraña que me surgía con el veneno del vampirismo, ellos sólo lograrían escuchar sonidos raros, como interferencia; ¡sí, eso haría!

Ejecuté la llamada y no sonó ni el segundo tono de ésta cuando la voz de Edward hizo acto de presencia, y la más gloriosa fe entró en mi existir y con ella un maremoto de emociones humanas… apabullantes.

--¡Alice ya! ¡No estoy jugando, tengo que irme!

¿Alice? Hum… debió de estar hablando con ella segundos atrás, reflxioné. Sin embargo, el sólo hecho de escucharlo contestar con tanta alegría dibujó una tonta sonrisa en mi rostro, la cual pude apreciar por primera vez, en éste, gracias a un espejo que tenía enfrente de mí, fue muy buena sorpresa conocer que se estaba recuperando en Italia, que ya no sufría por mí. Edward casi reía del excelente humor con el había platicado con Alice. Fatalmente, esta llamada estaba destinada a acabar con su felicidad en cuanto le contestara… era inevitable. Yo hacía infeliz a los que me rodeaban.

Sonreí una última vez, quizá más por melancolía que por emoción, pero deseaba guardar el recuerdo en mi como estaba, recargué mi frente en la pared contigua al espejo y una mano empuñada se posó, también, en ésta y la otra sostuvo el teléfono delicadamente para no estropearlo.

--Edward –pronuncié apenas con una señal de voz en este atormentado cuerpo.

Decir, y repetir, su nombre no tenía comparación alguna, era la mejor sensación que en mi horrible mundo existía, lo sabía. ¿Cuántas veces, al día, lo llevaba tatuado en mi mente, en mis ojos, en mi voz y en la punta de mi lengua? Sólo Aquel al que había rechazado, para seguir a este condenado amor, lo conocía a ciencia cierta… y ¡claro!, mi demonio.

Edward se quedó callado.

--Te extraño mucho –musité ahogándome en tristeza, en un llanto que jamás llegaría—, demasiado, ni te imaginas cuánto –sollocé. Él continuó sin decir nada, ni un sonido. Mejor que hubiera sido así—. Sé que no me entiendes —la desesperación porque mi llamada le fuera incomoda y me colgara me golpeó súbitamente, así que mi voz aceleró la dicción de las palabras—, y piensas que me he alejado de ti con premeditación, pero escúchame: no es así Mi Cielo. Nada de lo que estoy haciendo ni de lo que soy te convienen—pensé en la muerte de Charlie—. No soy la Bella buena que conociste. Soy… —me callé ipso facto. De ninguna manera le iba a arrebatar por completo la imagen que deseaba que se guardara para la eternidad de mí— Edward, tú te mereces alguien mejor, ¡LA MEJOR! Pero… ¡Demonios!… ¡Me haces mucha falta! ¡MUCHA!

Gemí al terminar, ¡cómo añoraba la sensación de liberación del llanto!

--Bella…

¡Oh por Dios! ¡Su voz! Dulce melodía, instrumento letal contra mis sufrimientos. ¡Cuánto la extrañaba! Mis alucinaciones no tenían justicia sobre ella.

--¡No sabes cuánto deseo verte! —Lo interrumpí súbitamente, porque mis emociones lo exigían— Cuán horrendos son mis eternos días sin ti... Perdóname –sollocé como nunca lo había podido hacer desde que era vampiresa. ¡Rayos!

¡No! ¡No! ¡NO! DETENTE. ¿Qué intentas hacer? Trágate todas tus palabras.

Golpeé mi frente a la pared, era frustrante querer decirle que correría a él para amarlo y ser felices para siempre, que me exigiera alcanzarlo hasta la maldita ciudad romana donde se había ido a esconder, que me doblegara, cual amo a su esclava, y me forzara a quitarme de encima las estupideces que me alejaban de él… Quería, pero no, lo mejor para él era callarlo. Y como la emoción de frustración me sobrepasó terminé por perforar el muro. Miré malamente asombrada mi acto, porque por muy insignificante que pareciera, era el máximo reflejo de lo peligrosa que seguía siendo.

--Te amo —concluí sin decir más.

Edward, quizá, no lo notó o bien lo evadió, nunca lo sabría. Pero engañarnos funcionó.

--¡También te amo! ¡TE AMO BELLA! –exclamó con desesperación, una que jamás le había escuchado y con esa entonación mi cuerpo se despedazo; se notaba que quería que me diera cuenta, aunque fuera a millones de kilómetros, que él me extrañaba tanto o más que yo.

¡Dios ayúdame a romperle el corazón!, inhalé y contuve el aire mientras alzaba el rostro, pues si algo de mi alma quedaba debía oírme— No me permitas ser todavía más ruin. Aléjalo de mí. Aléjame de él. ¡Dame la fuerza!

--No… —se quebró mi voz y él perpetuó mi silencio. ¿Funcionó?

Nuevamente el silencio. Concebí mi pretensión como un hecho fortuito.

--¿Disculpa? —Cuestionó aterrado

--No lo hagas —hablé más decidida. Qué difícil era ser una maldita—, Edward, no lo merezco. Soy mala, muy mala y si me acerco a ti estoy segura que te haría daño…

--¿Entonces?—musitó aún más inseguro— ¿¡Entonces, Mi Vida!? Dijiste que me ibas a buscar cuando llegara el momento de…

¡ALTO! Su hermosa voz me iba a embrujar si continuaba escuchándola tiernamente.

--Sí, sí sé lo que dije —lo interrumpí vilmente y una actitud irreverente—, lo siento, pero éste no lo es —mi voz se quebró en un lloriqueo. ¡Demonios!— Discúlpame, no debí hablarte, pero—¡diantres! Allá iba…—, ¡maldita sea!, lo necesitaba tanto. No creas que me la paso bien, para nada, es horrible sufrir de esta manera… y es peor aún cuando le sumas que no puedo estar a tu lado.

--Bella dime ¿dónde estás?, ¡déjame verte! —suplicó esperanzado, tenía que destruirle esa posibilidad.

¡Maldición!, ¿por qué le hablé?

--No —concluí, después regresé a mi lastimera voz—. No mi amor. No.

--Por favor…

MI interior se demolió por las emociones tan fuertes que me surgían tras oírlo abatido.

--No me olvides nunca… ¿ok? —¿Por qué le dije eso? ¡Qué frase tan estúpida!— Te amo.

--Bella… Bella, ¡Bella!, yo también te…—contestó angustiado, sin embargo su voz se iba perdiendo entre el tiempo y el espacio entre mi dedo y la tecla de "colgar".

Apreté el botón y colgué.

Como loca, como vil loca, comencé a destruir todo lo que estaba en esa casa, muebles, adornos, cuadros, todo, mientras gemidos agudos se apoderaban de mi pecho. Mis oídos seguían escuchándolo, mi piel continuaba añorándolo, mi ser… mi ser ¡reclamándolo! ¿Por qué le hacía la existencia tan pesada? ¿Por qué le causé ese daño? ¡Por qué le llamé!

--Detente —la alucinación salió a flote, ¿esto era lo único que me quedaría de él por los siglos de los siglos?

¡BASTA!, pensé. ¡Ya no debía verlo!

--¡No quiero! ¿Necesito destruirte a ti también para que dejes de aparecerte? —demandé con veneno en mi corazón y mi mente.

--¿Cómo lo lograrías? —cuestionó con su magnifica y perfeccionada voz aterciopelada— Si me llevas muy dentro de ti.

Las últimas cuatro palabras resonaron tan fuerte en mi psique, como si procedieran de unas bocinas gigantes. Sólo había una manera de deshacer simbólicamente esa declaración, como con el prado… ese único lugar donde dicha veracidad había sido concretada, ahí donde todo esto había iniciado. Si iba a dejarlo en paz para siempre, si lo iba y me iba a liberar de él y de su fantasma, para no volverle hacer daño ni percibirme otra vez al borde de la ansiedad gracias a que lo extrañaba inmensamente, tenía que destruir, quemar o tal vez hasta desaparecer de la tierra el hotel de… Kalaloch.

***

Me monté en una motocicleta que le hurté a un malnacido de las afueras de Port Angeles, el idiota estaba muy drogado cuando lo encontré, supuse que en cualquier momento se moriría de sobredosis, pues su corazón mantenía un ritmo irregular, a tal grado que ni siquiera opuso resistencia cuando le quité las llaves de su vehículo. Verlo tumbado por su adicción me propició tenerle lastima, tal vez ¿debía matarlo?, y si lo hacía… ¿alguien sentiría lastima por mí y me mataría a mí también?

¡Ay qué estupideces! Rodé mis ojos. Aquellos que podrían acabar conmigo, según mis recuerdos humanos, eran justamente la nueva familia de… él. No era opción.

Además, ¡no! ¡Qué asco!, la sangre de un drogadicto era pésima, sabía al químico, o si era una droga natural estaba espesa. Y como de ambas había tenido la mala experiencia al degustarlas, el aprendizaje llegó a ser ampliamente significativo. Después de consumir las sangres adulteradas, recuerdo haberme enojado bastante, me irritó sobremanera la sensación de la droga, ¡quería vomitar el espantoso líquido! ¡Ojalá lo hubiera hecho! Yiag…

Mejor hice una excepción y dejé agonizando al imbécil yonqui y le robé descaradamente su motocicleta.

Puse en marcha el vehículo y, entonces, al subirme percaté que el pantalón de mezclilla con el cual andaba vestida era muy ajustado, incómodo para mi gusto, pues si algún cerdo y depravado humano se le ocurría voltear a ver mi trasero juraba matarlo, a como diera lugar. Deslicé el casco de protección por mi cabeza y arranqué en tercera.

El trayecto desde Port Angeles a inmediateces de Kalaloch fue relativamente tranquilo. Como siempre, en la carretera 101 la constante y entorpecedora lluvia gélida caía y auguraba tormentas densas. El viento rugía de una manera mística. Los truenos estremecían a la tierra como si fueran poemas. El grisáceo mar, que llegaba a las playas, danzaba con demencia absoluta.

Podría haberse tomado, lo que sucedió a continuación, como un déjà vu, una extraña sincronización de acontecimientos, momentos extravagantes, instantes resguardados para convertirse en claves del destino y un millón de ideas semejantes que intentaran describir las certezas y los desafíos del por qué dos amantes se encuentran una y otra vez, a pesar de haberse hecho tanto, tanto daño, hasta el punto en que el amor entre ellos sea un suplicio.

Iba transitando con suma peripecia, a exactos ochenta kilómetros para llegar a Kalaloch. El olor salino del mar saturaba mi nariz, desde esta altura de la carretera, pues estaba en el trecho donde el océano quedaba contiguo. Mi vestimenta venía embarrada a mi figura gracias a la tormenta, me acostumbre en el camino, pero, la verdad, me fastidiaba sentirme así; mi mente, prefirió, expandirse al descubrimiento de mis nuevas habilidades para manejar la motocicleta y a las tareas que debía realizar cuando llegara al pueblo, acabar con todo lo que tuviera un hotel iba a ser ¡bárbaro! Mi boca destiló veneno, el bufet era casi un hecho.

Todo parecía ir bien ahí, hasta que la centella negra se aproximó y deliberadamente pasó rozándome, en dirección contraria a la mía. ¡¿Quién carajos se atrevía a estar tan cerca de mí?! Viré mi rostro estupefacta.

¡Noooooooooooooooooo!—pensé alarmada al introducirse en mi nariz aquel inolvidable aroma.

Segundos después, la motocicleta negra junto con su perfecto conductor, a cien metros de distancia, se giraron rápidamente, derrapándose, pero consiguiendo cambiar de rumbo, para retomar velocidad y alcanzar a mi vehículo. ¡QUÉ DIABLOS!, recriminé recuperé la conciencia, y volví la cara a donde debía, metí el acelerador. El vértigo, la adrenalina y la ansiedad me tenían al límite de mis intensas emociones. No iba a dejar que se acercara a mí, ¡jamás! No claudicaría sólo por verlo endemoniadamente atractivo encima de esa motocicleta.

Escuchaba acercarse cada vez más a mi persecutor. ¡Maldición! La carretera por sí sola daba impulso, pero también proporcionaba espacios de descontrol. Para mi mala suerte, como de costumbre, lo tuve en cuestión de un minuto al lado mío, giró su bello rostro hacia mí, el cual no pude ver, por miedo a hacerle mal a través de mi mirada, pero sentí su movimiento.

--¡Detente! —ordenó con un grito mientras se ladeaba.

Pretendí no oírlo y me incliné más sobre mi vehículo, para ver si en la siguiente curva avanzaba unos metros más y sino… saltaría de la moto para echarme a correr.

--¡Bella, lo siento! —vociferó con un tono de aviso que no comprendí hasta que realizó su sucia maniobra.

Edward volvió a ladear su motocicleta, pero esta vez en mi dirección, a tal grado que desequilibró la mía con un golpe a la llanta trasera. Perdí el total control de ésta y ambos, con todo y vehículos, fuimos a rodar a la maleza contigua a la carretera. El guapo caballero de negro, con un ágil y casi estudiado movimiento dio un salto y me atrapó entre sus brazos, cubriéndome de los imposibles mortuorios golpes que nos daríamos una vez que tocáramos el suelo.

¡OH – POR – TODOS – LOS – CIELOS! ¡MI ANSIADO PARAÍSO! De haber continuado siendo humana, ésta era la perfecta forma de morir para mí… en sus brazos.

Por fin, caímos al piso y mientras girábamos, por la inercia de la velocidad, mi ser parecía estar disfrutando un peculiar regocijo dentro de un bonito carrusel. Sin premeditarlo más, en una de las vueltas, lo abracé por la cintura. No existía peligro. Nuestros cascos de protección nos mantenían a salvo de toparnos las miradas. Él me ciñó con más fuerza a su pecho.

Nos detuvimos después de veinte vueltas, adentrados lo bastante en el bosque como para despreocuparnos de las miradas humanas. La penumbra que nos proporcionaban las copas de los grandes y frondosos pinos de la región, también, nos cubrían de la lluvia, dándonos sólo su rocío.

Todo se calmó, el espectáculo acústico de la tormenta era el único sonido alrededor.

Quedé debajo de él, sin embargo, sus ¿suaves? brazos amortiguaron el golpe en mi espalda con la tierra. Yo no recordaba que él fuera suave… ¿sería una sensación equívoca? Con cuidado sacó su brazo derecho y con prontitud retiró su casco, su perfecta melena cobriza lució como de comercial, me deslumbró como en antaño, con la diferencia que nuevas descargas eléctricas se inyectaron en partes estratégicas de mi cuerpo. ¡EDWARD! ¿Esto era cierto? ¿Este simple contacto era el causante de —¡rayos!— desearlo tanto? ¡Dios! Me imaginaba en un microsegundo desnudándolo para desatar la ensordecedora pasión que exigían mis instintos. Sin embargo, de repente, recordé que, por su bien, no debía de mirarlo. Cerré los ojos apretándolos con ahínco.

--¿Te encuentras bien Mi Vida? —Preguntó cariñosamente con su voz de hechicero— Sentí tu emoción, ¿te lastimé?

Ash… cierto, la conexión. Negué con un pequeño movimiento de cabeza.

--Perdóname por la brusquedad, pero vi tus pocas intenciones de no parar.

Sin desligar el abrazo izquierdo, con el cual me sostenía por la espalda, pero logrando con eso que nuestros pechos se rosaran y que mi deseo se incrementara, me quitó el casco, que tapaba mi cara, con el diestro.

--Mi Bella… —me nombró con un sonido ahogado.

No podía jalar aire y responderle, me hallaba pasmada; con seguridad, me veía ridícula apretando los ojos, mas sabía que era por protegerlo. No obstante, no importó mi respuesta, ya que el lenguaje de Edward fue más efectivo para aclarar malentendidos, pues con ternura se acercó a mi rostro, causándole un paro a mi corazón inmortal, hasta que formó una melodía con sus labios y lo míos al mágicamente acariciarse. ¡Qué bello sonido! Mis músculos, en principio, se tensaron por el éxtasis al que estaban siendo sometidos de infraganti, podía percibirlos como piedras, pero después cedieron su fuerza para ir a acariciar, con satisfacción, la bien formada espalda de Edward, él gozó la caricia y prolongó el beso con un poco de euforia extra. Al rato, este beso se transformó milagrosamente en una experiencia única, cuando la boca de Edward dio paso a un contacto más íntimo… pues de sólo saborear sus labios, durante toda mi humanidad, con la más excelsa sensación de suavidad y humedad, su lengua se deslizó provocadora, despertando reacciones increíbles, dentro de mí. Otra descarga poderosa de libido. Inevitablemente, un dulce gemido, por el placer de sentirme sólo de él, con él y para él, se escapó de mi alma.

Al escuchar mi respuesta, Edward, se aferró más a nuestras bocas y sus brazos a mi cintura. ¡Perfecto! Porque este beso no debía terminar, nunca. Ya no era una suculenta humana que le causara terribles ansias de sed. Y quizá por eso, su fervor por comer de mi boca el tiempo extraviado se estaba sintiendo como una perpetuidad.

Ambiguo o no, para ser vampiros, éramos demasiado puros con nuestro amor; los dos. Pues pasamos besándonos hasta que la luz desapareció del horizonte, y sólo eso… besándonos. Las horas, que antes me parecieron tortuosos meses, transcurrieron en suaves minutos. Mientras el sol se desvanecía a lo lejos, creé un rico alfabeto con nuestros incandescentes besos, donde cada nuevo movimiento entrelazó un significado para una eterna oración de devoción. Millones de emociones eran la clave, no sería necesario, jamás, el sonido de un "te amo" para transmitirle mi cariño. Al fin, había encontrado la parte buena de ser… una vampiresa.

Y debo admitirlo, me encantó la idea de que Edward se mostrara libre de sus prejuicios morales y me besara sin atisbo de lógica, puesto que, increíblemente, la maldita sed no reapareció en ningún instante y me otorgó la confianza de no percibirme a su lado de una forma miserable, a pesar de todos esos animales que pululaban.

No pude observar los cambios de la naturaleza de este extraordinario día, por obvias razones de sobrevivencia, pero los percibía con mis excitados sentidos, el aire ligero, su olor húmedo, sus sonidos particulares.

Un grillo, de la nada, se fue a posar justo al lado de mi oído izquierdo y su canto terminó por desencantarme a mí. Edward rió quedo y con su sonrisa extendiéndose, por mi boca, deshizo lo que existía aún del infinito beso.

--¿Podrías dejar de reírte? No es gracioso —concluí con la alegría de oírlo feliz.

--Qué bella melodía—contestó y me estrechó con ahínco.

--Cómo tú no lo tienes en tu oído; es detestable.

Su cuerpo comenzó a bajar y a subir de la incontenible risa que lo envolvió.

--¡Oh perfecto! —Exclamé con negra ironía— Ahora te burlas de mí.

--No tontita, me refería a "la hermosa melodía" al tono de tu voz —corrigió y besó la punta de mi nariz— ¿Abrirías tus ojos?, por favor. Quisiera verlos.

Una punzada en la boca del estómago se presentó, temí rechazar su petición, pero más miedo me ocasionaba la posibilidad de hacerle daño si los abría. Además, si escaneaba mis ojos rojos, se daría cuenta de mi nefasta alimentación.

--No.

--Por favor —murmuró.

--Edward, discúlpame. No.

--No me harás daño, te lo prometo —rozó su mejilla con la mía—. Confío en ti.

--Pues no lo hagas. No soy… —intenté buscar la palabra correcta, para no delatarme—confiable.

--¿De qué color crees que son mis ojos? —inquirió sorpresivamente.

--Am… ¿cobres? —Fruncí el ceño. ¿De qué color los tendría si viene de Italia?—, ¿dorados?

--No, ninguno de los dos —dijo y deslizó su húmeda lengua por mi yugular— No sabes con cuánto morbo deseé hacer esto.

Me estremecí; más libido.

--No… te… creo— articulé con esfuerzo— Tratas de engañarme.

--Bueno, entonces —recorrió el otro lado de mi cuello y mi columna se arqueó tras la descarga—, ¿por qué no lo verificas por ti misma?

--Deja —dije entre el frenesí del tacto de su legua— de hacer eso.

--Puede que te haga caso… cuando tú abras los ojos.

--¿A sí? Pues no olvides que yo también puedo manipular tus emociones. Y creo empezar a molestarme.

--¿Si? —Cuestionó pícaro—Disto de tu aseveración, yo siento otra emoción recorrerte el cuerpo cuando lo hago.

--Te equivocas, estás leyendo mal, eso que percibes… —atacó con un hondo beso en la clavícula. Mariposas, muchas de ellas papaloteaban en mi piel.

--Ajam —resopló mientras continuaba.

--Edward, te lo suplico —ostenté con un suspiro ahogado—, detente.

--Tus ojos. Es todo lo que necesito.

Mi cuerpo estaba calentándose con una extrema rapidez y mis manos, en reacción, estaban apretujando, al borde de rasgar, la cazadora negra de Edward. Si continuaba, mis instintos me volverían a controlar y me le abalanzaría a romperle sus prendas y hacerle el amor en ese mismo lugar. ¡No! Una cosa era el descaro de ser una loca adicta a convertirme en una dogging. Conocía muy bien las implicaciones de probar lo prohibido bajo esta nueva vida. ¡No, páralo ya!, pensé.

--¡Esta bien! ¡Suelta mi garganta! —¿Grité?, o ¿gemí? ¡Ay!, no lo sabría explicar, pero alguna de las dos, o las dos combinadas— Promete no controlarme nunca más con el chantaje sexual, ¿de acuerdo?

--No sé por qué no me sorprende que seas tan perceptiva… Lo prometo.

--Bien, pero no me veas directamente a los ojos, todavía no sé manipular por completo mi don.

--¡Hecho! ¡Ábrelos! —exclamó como si se hubiera ganado el premio gordo de la lotería, ¿estaba loco? Sí, definitivo…

¡Un momento! Podía jugar, podía hacer esto más difícil para él. ¡Maldita locura!

--Edward, antes de otorgarte un instante de demencia… Contéstame, ¿cómo es que estás en América?

--¿Cómo? Pues tomé un vuelo Italia – América, sin escalas.

Dejó de hablar… ¿eso era todo? Rodé mis ojos, a pesar de tenerlos cerrados.

--¡Ay, qué gracioso! —dije con sarcasmo.

--¿No aprendiste de aquella ocasión?, ¡Ah!, por eso, quizá, venías a destruir el hotel. ¡Te frustraba!

--¡Cómo lo…! —me callé. Por eso estaba aquí.

--¿Sé? —Completó— Deducciones simples. Abre tus ojos, por favor.

--¡Edward! —rezongué.

--Respondí, cumple tu parte del trato.

--Fue Alice —contesté como si hubiera resuelto el acertijo— ¡Te pedí que no me vigilaras!

--Bella —mesuró su voz; se volvió como la de mis alucinaciones—, dejemos de ser inmaduros. Ya me cansé de ser un adolescente por amarte tanto. Cometí un grave error al dejarte marchar en octubre, sin contar todas las acciones del pasado, pero intento redimirme. Necesitaba encontrarte. Sí, puse a Alice a buscarte, pero…

--¿Pero? —Disputé— ¿Acaso hay un "pero" más grande?

--Hubo otra vampiresa que me ayudó… —musitó con vergüenza; mal indicio. Un escalofrío cosquilleó mi interior—. Lo lamento.

Abrí mis ojos súbitamente, mas quedé inmutada. Entre los árboles se colaba una luz de luna muy brillante que pintaba de plata las hojas de sus ramas. El cielo se había despejado… y Mi Cielo, ¿se había limpiado de sus oscuras nubes?

--Sabes qué… ¡no me importa! —respondí sin darme cuenta de las implicaciones emocionales.

¿Qué le podía reclamar? Yo vi y sentí su dolor cuando observó, en su mente, mi cuerpo en las manos de otro. ¿Quién me daba derecho para exigirle lealtad cuando lo había alejado? Parecía irónico este asunto, casi como… un karma.

--Sólo nos besamos. Fue uno más de mis errores —¡qué valentía!, dijo todo aquello sin trabarse.

¡De acuerdo! Si no había pedido explicaciones, él tampoco lo debía hacer, y como era el minuto de las estúpidas confesiones y mi demonio estaba sosegado…

--Mis ojos son del color de las cerezas —solté a quemarropa.

--Bonita analogía; lo sé. Es normal —declaró como si en serio fuera lo más común.

A lo que seguía. Inhalé aire salino.

--He matado a mucha gente… entre ellas a Charlie, fue un descuido.

--Y quemaste nuestro prado y tu casa.

--Espero que haya sido Alice… —dije sin atisbo de broma.

--Sí.

Edward levantó un poco el cuello e intentó mirar mis ojos.

--¡Mira la luna! —exclamé y desvié mi mirada con esa acción.

Él podía ver mis pupilas siempre y cuando no lo observara yo. El gran lucero de la noche estaba lleno, resplandecía tanto.

--Tus pupilas no han cambiado a pesar del color, siguen siendo la perfecta creación del universo.

Me rememoré siendo humana, el carmesí de mis mejillas hubiera delatado la vergüenza por la caricia que me daba con sus enternecedoras palabras.

--Hoy es luna azul, tal vez, por eso irradia tanta luz —finalizó.

Levanté las cejas en señal de perplejidad. ¡Cómo ansiaba mirarlo!, pero no… aún no.

--Luna azul, ¿eh? —reflexioné, no sólo nosotros éramos parte de esta historia sin fin, sino la misma vida me daba señales del por qué una y otra vez nos juntaba—. Dos veces en un mes… una vez en el mismo año… Es la misma luna, nada cambia, ¿no?

--Así es —musitó.

Nada cambia con el tiempo, si es real. Edward y yo nos habíamos convertido, al cabo, en materias iguales, nos transformamos en realidades, en este mundo y en el que fuera lo sería así, para toda la eternidad. La luna que nos cubrió cuando nos pertenecimos, de forma desigual, era la misma que nos juntaba hoy, con el magnánimo simbolismo de una Luna Azul.

--Edward, ¿crees en las casualidades?

--No —negó rotundamente—. Desde que te conocí, sólo en la causalidad.

--¿Si me amas, a pesar de todo lo mala que soy?—sólo preguntaba para corroborar.

--Más que a mí mismo.

--¿Cuánto crees que durara esta vez?

--¿Nuestro amor? —cuestionó ofendido.

--No, tonto, esto —apreté mis brazos, que lo continuaban abrazando, para explicarle nuestra cercanía.

Respiró, contuvo el aliento y, de repente, me alzó del suelo con un impulso.

--Para siempre —murmuró dulcemente —. Te mantendré conmigo para siempre —alzó mi mano izquierda y besó el anillo que nunca me atreví a retirar de ésta— Isabella Swan, prometo amarte el resto de la eternidad.

Alzó la mirada y la posó con amor sobre la mía. Reaccioné atemorizada, pero nada pasó, mi don no lo dañó.

--Ves, ahora estamos hecho del mismo veneno.

--De la misma luna.

Sonrió con esa expresión que tanto me fascinaba observar, su sonrisa retorcida.

--De la loca luna azul.

--Sí.

Me puse de puntitas, mientras el viento, que provenía del mar, despeinó mi cabellera y, con un toque delicado de mis manos sobre su cara, lo besé muy despacio.

"Bésame frena el tiempo…

Bésame como si el mundo se acabara después…

Bésame así, sin compasión.

Quédate en mí sin condición.

Dame tan sólo un motivo y me quedo yo"

Camila.


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Gracias por haberme regalado un poco de tu existencia.

Gracias por tus comentarios.

¡¡Gracias por leerme!!

Gracias, gracias, gracias.

Besos de miel, mua mua.
**Los personajes e historia son obra y creación única de Stephenie Meyer -ya lo sabemos, gracias, continúen leyendo- la fuente mágica de los deseos es la única culpable de que yo reconstruya una historia alterna. FIN**

¡Qué Dios las bendiga mis lindas lectoras! Ha sido un gusto inmenso escribirles y poder leerlas en sus reviews y sus mensajes. Gracias.

Última nota: Ave María de Schibert, Marcha nupcial de Mendelssohn y para el final Sólo para ti de Camila. No es necesario decirles donde irá cada una... ustedes lo deducirán.

¡Qué comience la última chispita de magia!


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Epilogo

"Tan sólo tú, solamente quiero que seas tú

mi locura, mi tranquilidad y mi delirio…

pongo en tus manos mi destino porque vivo

para estar siempre contigo, amor"

Camila. Coleccionista de canciones.

Bella' s POV

--¡Por Lucifer, Bella, estate quieta! —Exclamó desesperada Alice a la par que seguía tamborileando los pies — Sólo me falta el rímel.

Desesperada, así me hallaba, no podía concebir que estuviera a siete horas de pararme en un lugar sagrado, ¡y con estos ojos cobrizos!

--Alice, esto es absurdo —contesté mientras mis ojos permanecían cerrados. La señora de Withlock se tardaba siglos en maquillarme— Ni siquiera debería pararme ahí.

Se carcajeó con su vocecita de campanita.

--¡Lo sé!, pero eso es lo fantástico de nuestro libre albedrio. Puras locuras, puras incongruencias.

--Recuérdame, sólo una vez más, cómo carajos me dejé chantajear con esta insensatez —hablé nerviosa. Ser neófita no ayudaba aún con mis propensas emociones.

--Bueno, mi querida, y casi, cuñada, un catorce de febrero, como cualquier otro, pero con la singularidad de ser de este año, compartíamos una divertida cita doble. En eso, Edward dijo, de la nada: "No te parece que es tiempo de que cumplas tu promesa de casarte conmigo" —imitó de una manera muy cómica la voz exigente de Mi Cielo—, y tú pusiste una cara de: "¿Estás loco?", y él te dijo: "Sí, sé que estás pensando que estoy loco", entonces tú viraste en otra dirección, creo que rumbo a las luces del cielo nocturno de Canadá, supongo que para que él no viera tus expresiones de temor. Y yo dije: "¡Ay qué romántico, hermano! ¿Por qué tú nunca me propusiste casarnos en un catorce de febrero, Jasper?" y Jazz, alivianó el ambiente, porque seguramente se sintió presionado; yo te abracé con mucho cariño y te dije: "Sería perfecto que para el cumpleaños de Edward se casaran. ¡Qué regalo le darías! Espera, sí, lo acabo de ver, nunca lo va a olvidar", después tú me miraste como queriendo torturarme con tu don, Edward se rió bajito y Jazz dijo: "Sí Bella —ahora imitó la voz de su esposo con todo y sus gestos. Fue muy gracioso—, suena excelente, además Edward tiene que sentar cabeza, se está haciendo viejo. ¿Ésa es una cana, hermano?". Te mordiste el labio porque te desesperaste, como hace unos momentos, y empezaste a hablar sin fijarte en qué demonios te metías: "¡Bien! —Reprodujo mi voz con la misma consternación de aquel día—, seres omnipotentes, lo han logrado; casémonos Edward. Pero les advierto que no moveré ni un dedo para esa ceremonia. Alice deja de entablar conversaciones secretas con Edward, Jazz detén tu meloso don, lo siento pegado en mi piel. Y Edward… más te vale que esto no haya sido premeditado, porque sino…" Edward te calló con uno de esos besos que te dejan tonta y lo demás, querida Bella, fue historia. ¡Listo, terminé con tu cara! —expresó alegre y se paró del banquito en el que se había sentado.

Alice dejó el pincel, con el que me maquillaba, en el tocador.

--Gracias. Oye Alice —volteó a verme la interpelada—, ¿lo tenían planeado, no es cierto?

Su sonrisa la delató.

--Lo supe un día antes de la cita, ¿cuenta? —cuestionó apenada.

--¿Y Jazz les ayudó? —pregunté, pero para mí ya era un hecho fortuito.

--Sí, ¿no es lindo? —inquirió empalagosa y sus hombros se encogieron por la sensación que traía dentro— ¡Ey! Viene Edward —declaró con tono severo—, necesita decirte algo importante. Nada de que vea tu vestido, ¿de acuerdo? —Se llevó un dedo a la comisura de la boca, reflexionó y prorrumpió su silencio— No lo verá. De todas formas, ten cuidado, es muy astuto.

--Pero ¡vera mi maquillaje!

--Ay, ya no importa —dijo con desilusión—, la estúpida de Rosalie se lo mostró mediante sus pensamientos. Ya no es sorpresa para él. Aunque, ¿sabes?, piensa que te ves inmensamente preciosa —se rió—. Ahí viene, regresaré un rato. ¡No te toques la cara! —se giró en dirección a la puerta de la enorme recamara— ¡Hola Edward! —Mi prometido entró al cuarto— Es toda tuya.

Edward, quien venía vestido de manera casual, asintió; su expresión estaba turbada, ¿qué sucedía?

--¿Te pasa algo?

--Tu cara luce angelical —comentó con su adorable voz de terciopelo.

Bajé la vista por la pena que me ocasionó, sin embargo, reconocía cuando tenía problemas para comunicarse conmigo.

--Gracias… ¿te pasa algo? —reiteré la pregunta, siempre funcionaba con él.

--No —movió su cabeza en negación— En realidad, quiero contarte un secreto.

--¿Tan malo es? —achiqué mis ojos a favor de la contrariedad.

Respiró hondo y sacó, de la bolsa interna de su chamarra, dos cuadernos. Palmeé la superficie del banco que Alice había dejado bacante y le alenté a acompañarme.

--¿Esos cuadernos contienen tu malestar?

--Sí.

Eché un vistazo, nada relevante. Los consideré inofensivos.

--¿Son las nuevas reglas de los Vulturis? ¿Prohíben a sus integrantes casarse?, porque si es así, por mí no hay problema, ¡eh!, ¿quién soy yo para ir en contra de nuestra ley? —bromé con él.

Sonrió con malicia, a pesar de que la alegría no se extendió. No sé cómo, pero supe qué pasó por su mente: mi plan fallido para el hotel de Kalaloch.

--Eso quisieras, novia fugitiva —musitó un poco más feliz y evadiendo su pensamiento—. Uno de estos dos cuadernos es tuyo, y el otro mío.

--¿Ah sí? ¡Bonito regalo de bodas, Cielo! ¿Cómo lo supiste? ¡Deseaba tanto un diario!

Su cara se oscureció. ¿Qué había dicho?

--Lo siento, era otra broma. Ya no jugaré. ¿Qué pasa con las libretas?

--Fui muy descortés, Bella —puso en mis manos los dos objetos —. Efectivamente, es tu diario y el mío.

¿Qué? ¿Cuál diario? Confundida, revisé los cuadernos y, como balde de agua helada, leí, en el que no era de Edward, las primeras líneas que comenzaban con el relato de mi cruda instancia en el hospital… ¡Cómo lo había olvidado! Solté un quejido.

Cerré de golpe el cuaderno y lo comprimí entre mis manos.

--¿Lo leíste? — Pregunté y él sólo afirmó— ¿Desde cuándo lo tienes en tu poder? —ya no lo miré.

--Desde octubre. Gracias a él te pude hallar, dos veces —tomó mis manos entre las suyas—. La primera, cuando te secuestró el perro, siendo humana, y la segunda cuando te derribé en la carretera.

--Y todo este tiempo has conocido que…

--Sí —me interrumpió—. Y me apena tanto, por mi culpa las dos… padecieron. Ni te imaginas, cómo ha sido de complejo mantenerme callado, mas no quiero empezar esta nueva etapa ocultándote semejante falta. Quiero que sepas que me duele, y me dolerá eternamente, haberte ocasionado tanto sufrimiento, que me hubiese encantado haber salvado a nuestra Renesmee, pero… no podrá ser. Lo siento.

--Edward —sollocé y lo abracé por el cuello—, discúlpame, porque también te lo oculté y lo que es peor, no pensaba decírtelo nunca, por que…—gemí del dolor, recordar a mi bebé me otorgaba la sensación de vacío— me lástima. ¿Podrás perdonarme tú a mí?

--¡Oh, Bella! Mi Vida, no tengo nada que perdonarte—me acogió en su muralla con más fuerza.

Me retiré del abrazo cuando mis gimoteos se tranquilizaron.

--Ten —le acerqué su cuaderno—, no necesito leer tu diario.

--Sí, sí lo requieres. Por favor, es menester que tú conozcas al ser que tienes a tu lado; no soy tan bueno, como crees. Y no deseo que haya más secretos entre nosotros, ¿de acuerdo? Después de la boda, tendremos espacio para platicar esto.

Alcé la vista y le besé la mejilla. Afirmé una y otra vez con la cabeza.

--No más secretos.

--Te amo, Mi vida —declaró y recargó su frente contra la mía.

--También te amo, Mi Cielo. Por cierto, ¡feliz cumpleaños!—enfaticé y le besé los labios convirtiendo nuestro beso en el gesto de redención.

--Gracias por el perfecto regalo… Ahora, tengo que irme—suspiró y se alejó de mis labios, más por fuerza que por gusto—, necesito arreglarme para una boda —declaró irónico.

--De acuerdo—abrí mis ojos y afortunadamente vi con ternura sus orbes color cobre—, nada más no olvides que yo seré la de blanco.

--¡Qué alivio saberlo! —Exclamó sarcástico y sonrió displicente— Te veo en cinco horas, futura señora Masen.

--Cullen, Vulturi… —entró de sopetón Alice interrumpiendo nuestro momento con su enérgico halo de alegría— y quién sabe cuantos más vayas a agregar a su lado Bella.

Me eché a reír y Edward rodó los ojos. Soltamos nuestras manos con disgusto y, acto seguido, él salió del cuarto. Alice suspiró aliviada y tras tomar una postura cómoda bajo su impresionante vestido de dama de honor dijo:

--¡A trabajar!

***

Otra vez, tenía cerrados los ojos, era mi momento de concentración, mi mente cavilaba en la insuficiente idea de saber que este show abarcaría en una milésima de tiempo, comparado con la enorme existencia que me quedaba por delante.

Tranquila Bella, tranquilízate. Todo saldrá bien, me dije.

El equilibrio de mi cuerpo tenía que ser perfecto, los tacones lo demandaban, ¡el vestido lo reclamaba! Apreté el buqué de rosas blancas y fresias que traía en mis manos, puesto que por mis fosas nasales pasó el efluvio de un humano, lo que significaba que el sacerdote que me iba a casar, ya estaba dentro de la cas. El veneno le sobrevino a mi boca. Quedaban sólo cinco minutos antes de que viniera Carlisle por mí y mi sed se había tornado incómoda. ¡De quién fue la estup… enda idea de traer a un humano en medio de una fiesta de vampiros!, recriminé en mi pensamiento.

Corté de tajo el aire; mis pulmones no recibirían oxigeno, tal cual me lo había aconsejado Edward. Concéntrate Bella. Todo tiene que salir bien.

Ansiedad. Comenzaba a sentirme mareada, eso era lo más extraño que podía pasarle a un vampiro, tal vez estaba acostumbrada al aire. Abrí los ojos porque alguien tocó la puerta. Nervios. Alice y Jasper llegaron, —¡qué consuelo!— mi adorado cuñado me sosegó un poco, pero cuando los instrumentos comenzaron a sonar en la planta baja, es decir, aquellas armónicas cuerdas de violín acompañadas por ese esplendoroso piano, quise ser otra, quien fuera, menos… la novia.

Carlisle entró al cuarto mientras mi dama de honor se ponía en marcha, con sus envidiables movimientos agraciados.

--¿Lista, hija mía? —me preguntó solemne Carlisle a la par que me tendía su brazo.

Respiré profundamente, por única y última ocasión, el aire impregnado, hasta lo empalagoso, de azahares, lilas, fresias y rosas. Era importante guardar este momento, de mediana tranquilidad, en mi memoria y un estímulo externo lo reforzaría.

--Sí, estoy lista—contesté tímida y cerré mi aparato respiratorio.

Caminé con tiento los primeros pasos y después con la galanura con que me había enseñado Rosalie, durante el pasado mes. Las escaleras fueron muy fáciles de bajar, aunque aquella porción del público vampírico me observaba con sus aguzados ojos y, con toda razón, mis nervios estuvieran a punto de pedir una tregua.

Tranquila, no pasa nada, me repetí para no poner cara de susto a los invitados.

Por cierto, ¿por qué había tantos?, ¿quiénes eran? No conocía a la mayoría de ellos. Si yo hubiera planeado la boda, hubiera sido pequeña, con el sacerdote, Edward, los Cullen y los Denali. Además, el vestido hubiera sido… menos ceñido en el talle. La verdad, me sentía algo incomoda… era demasiado lujo, demasiado espacio aquí adentro, es decir, ¡nadaba en la falda!, ¡y moría en el corsé! Para qué engañarme, no era lo mío y los escotes mucho menos.

Espléndidamente, el adorable don de Jasper consiguió aparecer justo en el instante en que más lo requería y me acarició los poros de la piel, llevándome a un estado de somera paz que le agradecería siempre. De haber sido la boda de otra, estoy segura que alabaría el cuarteto de cuerdas, la prodigiosa pianista, el gusto delicado para adornar de forma tan maravillosa la casa, ¡hasta el peculiar vestido de la novia!, pero como era yo ¡la novia!, ésas cosas estaban tan fuera de mi alcance que sólo veía blanco por ahí, negro por a cuyá.

Tengo sed, mucha sed, mucha, mucha sed —reclamé mientras buscaba en qué monopolizar mi mente, para que cuando viera al hombre no me le abalanzara a la yugular— Sí, de verdad, ya estoy aquí —me dije una vez más para terminar de convencerme de esta rara ironía.

Cuando llegué al principio del largo camino que conduciría al adornado altar, adaptado bajo el precioso kiosco, del jardín de la casa de Canadá, de los Cullen, el Ave Maria de Shubert, la cual acompañó mis pasos, dejó de sonar. Más ansiedad, pánico. Los invitados voltearon, con sus intrigados pares de ojos, desde sus asientos para observarme. ¡Rayos! A lo lejos… Edward, tan magnánimo e impresionante como de costumbre, me esperaba.

Una trompeta anunció la marcha nupcial de manera irrespetuosa para mis sentidos, pues desencajó a mi mirada de su fantasía y me hizo dar un imperceptible brinco; Carlisle sería el único que lo sabría. Apretó con delicadeza mi brazo, el vampiro, y me invitó a continuar. Más trompetas, violines, flautas y percusiones, prosiguieron en este jolgorio musical.

Alice y Esme no se habían medido con los pormenores de la ceremonia, todo, absolutamente todo estaba adornado a semejanza a un cuento de hadas, sólo que el horario nocturno lo embellecía millones de veces. Me pregunté entre cada paso lento, ¿cuánto habría gastado Edward en este espectáculo? Esperaba que, de menos, él lo estuviera gozando, porque para mí era un lapso de estrés que estaba segura, mi don me cobraría tarde o temprano.

Di mi último paso glorioso y Carlisle entregó mi mano a Edward. Le sonreí tontamente y sin remedio, lucía tan ilegalmente sexy en ese frac negro que me dio mucha pena estar imaginando sólo en cómo quitárselo. Edward me regresó la sonrisa, pero con una expresión burlona, sabía que estaba muriendo de los nervios o bien había sentido mi… euforia. Al instante, levantó una ceja y movió sus ojos en dirección al humano que nos iba a casar; clavó su mirada especulativa en mí mientras toma mis manos. ¿Quería que hiciera algo? ¡Oh, por supuesto!, recapacité. Nos giramos a la par hacía el sacerdote.

Comencé a escuchar la apertura de aquello a lo que rehuí en mi vida humana. ¡Malvado Edward!, ¡pudiste haberme pedido un puma, una suculenta humana, pero por qué esto! —Pensé enfadada al darme cuenta de la terrible atención de la que era presa— ¡Necesito tranquilizarme! ¡Por todos los cielos!, he hecho cosas peores que ésta, he matado personas, ¡¿qué mal me puede hacer casarme?!… Por cierto, ¿qué pensaría Edward si pudiera oír mis pensamientos y supiera lo cobarde que me estoy comportando? Un momento, no debería actuar así, en este preciso instante. ¡Qué vergüenza! —suspiré y me percaté de que el sacerdote no había consumado la bienvenida.

Eché in vistazo a los invitados y localicé a los Denali en la esquina derecha, los de la izquierda a juzgar por las apariencias, y los cuadros de Carlisle, debían ser los Vulturis, y detrás de ellos sus súbditos, ojalá y la vampiresa sin rostro, la arribista, estuviera entre esos… lo deseé malévolamente, para que observara con quién se iba a casar Edward. Desvié la mirada y hallé a Alice, en la primera fila, muy contenta, su cara irradia felicidad al por mayor… ¡y cómo no!, si por ella fuera estaría parada en mi sitio, gozando de lo bello y adornado del atuendo. Apostaba a que, al igual que yo, su atención se escabulliría en un dos por tres, con la diferencia en que ella observaría mil veces cada pliegue del vestido o cada detalle brillante de ensueño que le agregó.

Alcé mis cejas al ver esa posibilidad, ¡diablos!, casarse era estresante.

--… Unid vuestras manos —dijo el padre mientras se acercaba a nosotros con la vasija que contenía el agua bendita y bendijo los anillos que iban a ser colocados en un momento en nuestros dedos—, y manifestad vuestro consentimiento ante Dios—más bien Él debía de darnos el consentimiento ante esta osadía, pero bueno…—. Edward, repite después de mí: "yo, Edward Anthony Masen —la voz del sacerdote quedó en segundo plano, o quizá en mis oídos ya no existió, desapareció, sólo la de él se escuchó.

Era admirable la elegancia con que pronunciaba, jamás se habían recitado los votos del matrimonio con una voz tan mágica como la de Mi Cielo. Terminé embelesada.

Edward, miró mis ojos, sus pupilas buscaron que me relajara y aceptara lo que estamos experimentando. Después, pronunció las palabras sagradas con el dulce amor del universo entero:

--… te recibo a ti, Isabella Marie Swan, por esposa –introdujo lenta y sensualmente el perfecto anillo de bodas a lo largo de mi dedo anular— y prometo serte fiel en lo prospero y en la adverso, en la salud y en la enfermedad, y así, amarte y respetarte todos los días de mi…

En ese instante, Alice, interrumpió con una escandalosa e histriónica "tos", desde donde se hallaba, al lado de Esme y Jasper. Y Emmett, tan presto a cualquier niñería, le continuó, aunque él se comportó menos discreto, dejando escapar detrás de su supuesta asfixia un "eternidad". Algunos invitados se rieron por lo bajo.

El sacerdote puso mala cara ante la falta de respeto, ¡claro!, no entendió el chiste, sin embargo terminó tal cual le indicaron y alentó a Edward a repetir la corrección.

--… y respetarte por toda la eternidad.

--Y respetarte por toda la eternidad—enfatizó victorioso la palabra "eternidad".



Anonadada. No lo podía creer. Mi ser se colapsó. Contener tanta euforia, tanto frenesí fue una tarea titánica.

--¿Isabella? —requirió atención de mi parte el sacerdote.

--Bella —corregí por inercia y sin voltear siquiera a verlo. Edward lo era todo.

¡Maldición, qué hice!, me reprendí cuando analicé la voz.

Puse cara de espanto. No sólo corregía a este "encargado de Dios", ¡¡no!!, también me atrevía a maldecir frente de éste. ¿En qué estaba pensando? Edward soportó heroicamente la risa que se le asomaba.

--Está bien… Bella, repite después de mí –dijo como evadiendo mi falta. Este humano era pésimo ocultando su disgusto.

Esperen…¡QUÉ! ¿Repetir? ¡¡NO!! Tengo ansiedad. No, no es cierto, tengo… tengo miedo.

--"yo, Isabella Marie Swan—preparada o no, allá iba— te recibo a ti, Edward Anthony Masen, por esposo —tomé el anillo y lo deslicé lentamente en el perfecto dedo anular de Mi Cielo— y prometo serte fiel en lo prospero y en la adverso, en la salud y en el delirio —autocorregí aunque el sacerdote pusiera mala cara—, y así, amarte y respetarte para toda la eternidad.

Alegría. ¡Lo había logrado! Abrí mis ojos en sorpresa y como mi premio, después de la ardua labor, Edward me acarició sutilmente mi mano.

Como explicar lo que sentía… Siempre deseé hacer mío a Edward, para que no se desvaneciera, ¡y ya lo era!, ya no había por qué preocuparme, él estaría conmigo. En ese simple gesto de poner una argolla en un dedo, cuyo nombre también se le daba como "corazón", nuestras almas, o lo que quedaba de ellas, se cosían en una misma, para acompañarse hasta que el mundo dejara de tener luz. En este momento yo no era una vampiresa, ni el un vampiro, yo no era su creación, ni él mi creador, dentro de mí no coexistía un perverso demonio, ni en él su temible monstruo; sólo éramos dos seres estúpidamente enamorados el uno del otro, sin ley ni orden, aferrados a atarnos, a como diera lugar, para no volver a separarnos más.

Nos valía ser felices después de tanta agonía, desde mi llegada a Forks hasta la carretera de Kalaloch… por estos dos años, merecíamos ser inmensamente felices. ¿Por qué no comenzar hoy y alargarla al infinito? Era tiempo de recoger la cosecha.

Que así sea, decreté al finalizar todos los votos y me acerqué más a Edward, para escuchar las últimas palabras.

--Que el Señor confirme este consentimiento que acaban de manifestarse, el uno al otro, y cumpla en ustedes su bendición. Lo que Dios acaba de unir que no lo separe el hombre —ni mil demonios, completé en mi mente—. Los declaro marido y mujer —el humano viro en dirección a MI esposo— Puede besar a la novia.

Los ojos cobres de Edward explayaban la misma amorosa emoción que los míos. ¡Lo habíamos logrado! Sobrevivimos a los embates del destino, del Tiempo y de la Vida misma. ¡Éramos ganadores!

Edward giró su escultural cuerpo para quedar frente al mío, mientras acunaba delicadamente mi rostro en sus encantadoras y finas manos, cual si fuera una flor, con el propósito de besarme como lo demandaba el ritual. Sin embargo, un segundo antes, agachó un poco su rostro y musitó con su inolvidable voz de terciopelo su magnifico decreto.

--Para siempre, Mi Vida.

--Para siempre, Mi Cielo.

"Eres todo lo que pedía, lo que mi alma vacía quería sentir…

Y cada vez que miro al pasado, es que entiendo que a tu lado siempre pertenecí…

Ya no tengo corazón ni ojos para nadie, sólo para ti"

Camila.

FIN



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Agradecimientos

Muchas gracias a todas, a cada una, a cada palabra que me dieron, a cada pensamiento, a cada palmadita, uf, a todo su cariño y su valiosísimo tiempo. Quisiera no dejar fuera a nadie de este agradecimiento así que por favor, no crean que porque no las nombre no fueron parte sustancial para que esta historia no claudicara, lo fueron. Tú sabes que aprecié ese momento del día en que me leíste e hiciste mi historia una de tus favoritas, también conoces el cariño con el que te estoy dando estas líneas, porque sin ti, detrás del monitor, mis esperanzas y mis deseos de continuar escribiendo se hubieran visto mermados en mis tiempos de oscuridad. ¡Gracias, mil gracias!

Necesito dar gracias especialmente a mi familia vampírica, es decir, a todas las M&M, sin distinción ni jerarquías, porque en mi corazón todas son igual de valiosas, mis adoradas locas; gracias porque me apoyaron como nadie en el transcurso de este año. Niñas son lo máximo, gracias por proporcionarme confianza y sobre todo amor. ¡¡Las amo!! A todas las Twifanpire, porque ahí me dieron el empuje correcto para darle al mundo Poison... y enagenarme más de Crepúsculo, nunca olvidaré sus comentarios que venían desde su alma. A Victoria Lee (mi musa rockera), pufff, ami, sin ti Poison... no hubiera existido, así de fácil, fuiste el pilar más importante de esta historia, mil gracias por leerme siempre sin importarte que tan tarde fuera, que tanta tarea tuvieras y sobre todo... porque no te importó que por mi desarrollo como escritora nuestra amistad tuviera que cambiar, ¡diablos Vic! ¡GRACIAS POR TODO! A mi amada Celeste Azuela (Mommy's), quien me enseñó a desprenderme de mis ataduras sentimentales con sus increíbles fics. Celes, tú tienes magia, niña, y me congratulo con el simple hecho de tenerte como mi beta reader, ¡sabes lo que haces!, le pese a quien le pese. Al Club Crepúsculo quien, al igual que Twifanpire, creyó en mi fic y lo han ido publicando tan hermoso, de verdad tienen un lugar en mi corazón, chicas, ¡Gracias a todo el staff y a sus usuarias! A las adeptas a Crepúsculo México que se vinieron para acá a continuar mi historia, cuando el foro dejó de permitir publicar millonesímas de palabras y los dobles comentarios, jajaja, ¡Gracias, son increíbles!

A mi amada, y, casi, celestial, madre, quien ha sufrido las consecuencias de tener una obsesionada escritora en su casa. Mami, gracias por leer mis locuras y jamás pensar que estoy perdiendo el tiempo, al contrario, me has otorgado toda la seguridad que necesito para mi futuro. Te amo hasta el infinito.

Gracias a ti, usuaria del fanfiction, por regalarme unas horas de tu apreciable vida.

Gracias a Benedetti y a Jaime Sabines que me salvaron de los baches creativos tantas veces con sus poemas.

¡Gracias a mi Dios por la inspiración!

Gracias a S. Meyer, por tus perfectos personajes.

¡GRACIAS!

¡Fin de la magia!

Besos de miel.

Atte: 'La Maga'

4 comentarios:

Beth Randall dijo...

hola la historia termino hermosa de verdad me encanto sobre todo por ke al final triunfaron como deberia de ser ......dios ke mal ke se termino pero como dicen por ahi todo lo bueno tiene un fin asi ke ni modo ... miles de exitos a esta grandiosa escritora y ojala y le vaya super..

Anónimo dijo...

holaaa wow bueno no la e terminado de leer esta larga y no tengo mucho tiempo.... la leere mañana!!! esperando con muchas ancias.... hey espero que subas el nuevo trailer de eclipse!!..asi lo miro de un solo... y GRACIAS... x la historia... una conversacion necesaria uno de mis capitulos favoritos jiji ....

Anónimo dijo...

awww que lindo el final!!...me encanto...!!..lastima que se termino :(.... exitos a mieli..
T♥

Anónimo dijo...

hola estoy leyendo la historia de miel y tengo una duda lo q pasa es q ya lei el capitulo 29 el de "juicio final" publicado el viernes 22 de enero; y mi duda es despues de ese cual sigue, por q encontre uno pero dice q es el 31 se llama 31. Despertar en delirio publicado el lunes 15 de marzo; y no se si ese sea el q sihue o donde esta el capitulo 3o, por favor me pueden responder.
mi correo es
samacoy_121@hotmail.com
les agradeceria muchisimo y esta historia esta genial me encanta felicidades