jueves, 19 de noviembre de 2009

capitulo 9º "vulturi"

Nota 9: He aquí las recomendaciones de mi amada musa rockera (te adoro Vic, ¡¿qué haría sin ti alentándome a escribir con mejor precisión?!, eres mágica... eres mi musa rockera, yeah!!!)Temptations waitsde Garbage y The Mercenaryde Iron Maden.

Por mi parte les paso aquellas que me inspiraron en el trayecto de la escritura: November rain de Guns and Roses y Better than me de mis amados Hinder. Y un plusYou only once live de The Strokes.

Ahora sí están listas... disfrútenlo... a mi Lawlo Cullen (pero tantito eh!!)

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9. Vulturi

Edward POV

Alguna fuerza extraña me convenció para ayudar al pobre humano que se había accidentado, o quizá, posiblemente, lo poco que me quedaba de… humanidad.

Creo que me sentía culpable, pues con lo poco que lo observé concluí que el carro lo había asombrado –y no era para menos—, este auto era una exageración, una más de las extravagancias de mis hermanas, bueno… de Alice. Ni siquiera estoy seguro que le pudiera dar el uso adecuado.

¡Tener un Porsche en América!, ¡qué absurdo! –pensé mientras salía de carro.

Cerré la puerta del coche. Volteé a ver ese resplandeciente tono amarillo, tan parecido a las banderillas que cuelgan durante el verano en Volterra por el festival de San Juan Bautista, a finales de junio… exactamente el último mes en que estuvimos juntos Alice, Jasper y yo. Aquellos tiempos, con sus recuerdos y sensaciones, invadieron mi pensamiento bruscamente.

Italia… Volterra… Los Vulturi…

A días para que acabara junio, mi desesperación me llevó a salir huyendo de América y con toda la intención de ir a parar a Italia. Volterra era el punto clave para obtener el descanso que tanto pregonaba mi alma. Cuando llegué ahí sufría con más intensidad que nunca. Quisiera haber podido llorar en esos días, a lo mejor de esa manera hubiera apagado el incendio que los celos provocaban en mi interior y también hubiera ahogado el agonizante delirio de amor que sufría mi incongruente corazón. Mis miles de pensamientos se turnaban la ocasión para martirizarme con las imágenes que hacía unos días había visto. Necesitaba el descanso eterno para no seguir siendo un hazmerreír de vampiro y los Vulturi eran los únicos que me podían ofrecer lo que con tantas ansias anhelaba.

Cuando me presenté con la trinidad demoniaca: Aro, Cayo y Marco, expuse vehemente mi deseo de acabar con esa inmortalidad innecesaria, sin embargo jamás imaginé en lo que depararía mi destino durante los próximos dieciocho meses. Nunca.

Aro, Cayo y Marco deliberaron a mi favor, dándome aquello que con tanta fuerza pedía, pero no sin antes ser en extremo persuasivos y astutos. Convirtieron una solicitud en un pago, beneficiándose de mi don y en ese instante de mi estado psicológico. Y tras negociar mi deseo con sus objetivos, terminé por acceder a sus condiciones. El trato sería que al cabo de un año y medio de una leal y servicial “ayuda” al clan de los Vulturi me otorgarían mi libertad absoluta; fue así como firmé, sin menor temor, la verdadera condena de mi posible alma y mi deseada muerte. Sin importarme saber de antemano lo que significaba ser un Vulturi. Cualquier precio era poco, en esos tiempos, al infinito goce que la muerte me traería.

Exactamente dos días después que el clan me proclamara un miembro más de “su familia” llegaron Alice y Jasper a Volterra. Me quedé anonadado. Jamás imaginé que Alice hubiera estado al pendiente de mí durante esos meses de agonía; mi actitud con mi familia había sido reprobable y no me merecía tenerlos de mi lado; pero allí estaban Jasper y Alice, quien seguramente en alguna de sus visiones observó lo que había ocurrido y por eso corrió a mi lado en cuanto supo que era un hecho. Ese día me convencí, sin lugar a dudas, de que a ella le dolía más que a cualquier otro miembro de la familia Cullen lo que iba a sucederme. En sus pensamientos sólo rondaba la idea:

No me dejes sola Edward. ¿Quién me entenderá si te vas de este mundo?, ¿somos hermanos, no es así? Y los hermanos no se abandonan…

Esa palabras nunca se me han olvidado, ni las olvidaré, porque después de mi madre y… y… y ella no hay más personas, o seres, en el mundo que hayan alcanzado a tocar las fibras más sensibles de mi corazón.

Ambos sufrían por desconocer el por qué de mi precipitada decisión, sin embargo tenían la esperanza de cambiar lo inevitable. Tanto Alice como Jasper hablaron conmigo hasta cansarse e incluso utilizaron sus dones para convencerme. Nada les dio resultado, así que optaron por no hacerme pesados los últimos meses de mi existencia, dejándome en paz. Jasper se sentía culpable de haber sido el motivo detonador de todo ese desbarajuste y por ende la decisión por la había optado, mas pude hacerlo entrar en razón y liberarlo de toda culpabilidad. Al final prometieron no decirle nada al resto de la familia, al menos la parte de la muerte.

Estuvimos juntos a lo largo de una semana ideando la manera de mantener el secreto seguro, al menos para Carlisle y Esme, no valía la pena hacerlos pasar por malos momentos gracias a mis desafortunadas determinaciones.

En uno de esos días que andábamos por las calles de Volterra fue cuando nos topamos con el nuevo amor de Alice, es decir, el Porsche amarrillo. La obsesión y los pucheros infantiles que le propiciaba a Jasper ante la idea de verse como conductora de un coche así me hicieron reír demasiado, por primera vez después de haber caído en las tinieblas del olvido y del desamor me reía con sincera alegría. Estaba tan agradecido por su apoyo incondicional. Quizá fue ahí cuando realmente me comprometí a regalarle este extravagante carro. Sólo así le regresaría un poco de todo lo que ella me había ofrecido a manos llenas.

Sí… estoy seguro que Alice vio el futuro y supo que se lo iba a regalar yo, pero quiso continuar atosigando al pobre de Jasper con su drama, y todo con tal de observarme feliz por unos minutos.

Ahora que estaba forzado a regresar a América por asuntos de equilibrio vampírico recordé que ésta sería la última vez que vería a mi familia y ellos a mí y por tal razón el Porsche amarrillo que Alice quería debía venir conmigo.

Tras informarle a la parejita que venía en camino, Alice no pudo contener su regocijo ni siquiera con la excusa de volver a estar todos los Cullen reunidos. ¡Pequeña embustera!, cómo si alguna vez se dejara sorprender. En fin, creo que yo podía ser igual de mentiroso y aguafiestas que ella –con la diferencia de que disimulaba mil veces mejor—. La culpa no era de nosotros, la complicidad de nuestros dones nos ayudaba. Ahora que me detenía a divagar en ese sentimiento tal vez ésa era la razón por la que nos manteníamos tan unidos, porque hasta en la distancia nos percibíamos.

Par de locos –pensé irónicamente.

Inevitablemente me reí de mi sensiblería, ¡cómo todos estos meses había añorado su personalidad! Si había alguien en este mundo a quien extrañaba casi a comparación de… de… de ella, era a Alice, sobre todo en mis ratos de penumbra. Pasara lo que pasara en, y con, nuestra familia siempre íbamos a ser más que hermanos.

¡¿Estarás contenta duendecilla?! –pensé con un cierto reclamo.

Momentáneamente apareció frente a mis ojos la deseada epifanía: Alice tenía en su poder mi última milésima parte de humanidad. ¡Eso era! Por eso es que ahora me hallaba en camino al encuentro de un infeliz. Me recordaré reclamarle en cuanto la tenga enfrente –hice una nota mental.

Salí de mi trance al percibir que estaba muy próximo al accidente, el presente regresó finalmente, era momento de concentrarme en la supervivencia real de aquel insignificante hombre. Decidí dejar de respirar, si el humano estaba herido no quería ser informado por mi olfato.

Caminé con la comodidad de mi naturaleza, en menos de seis pasos estuve cerca del accidente.

La lluvia había empapado mi ropa, ok, eso a mí me era indiferente por completo, pero lo único que me podía molestar era que este detalle dañara las vestiduras de piel del automóvil, afortunadamente recordé que traía una manta que los protegería de la humedad.

¡Y eso que yo no veo el futuro Alice!

Esperaba que esto se arreglara rápidamente. Mi estado de ánimo ya no era tan servicial como el de unos minutos atrás; todavía no llegaba cerca del accidentado y ya estaba arrepentido de mi osadía.

El pulso del humano era acelerado, sin embargo no presentaba alteración por hemorragia. A lo lejos pude verificar que no era un hombre como yo pensaba, era una joven, que para mi mala suerte su estructura corporal me hizo sentir una oleada de depresión. El malestar fundó alianza con mis recuerdos más dolorosos de América. ¿A quién trataba de engañar? El único recuerdo estremecedor de aquí era… era… era ella. Desafané mis problemas de lo que en verdad ocurría y por lo cual estaba parado bajo la tormenta.

--¿Necesita ayuda? –Grité, por el ruido de la tormenta, ¡el oído de los hombres era tan falto de agudeza!-- ¿Está bien señorita?

Poco a poco y como si el tiempo se convirtiera en pequeños fragmentos separados que se trataban de unir, con gran esfuerzo, lenta y pausadamente, cuadro por cuadro, admiré atónito aquel rostro que emergía del espesor de cabellos castaños, los ojos chocolates más perfectos de la faz de la inmensa tierra atrajeron mi profunda concentración y entonces lo supe: era ella, la innombrable, era… era… era Bella. Todos mis sentidos se alborotaron ordenándome de forma consciente e inconsciente a acercarme. Y lo hice.

--¡Dios! –Corrí desesperado a su lado--. ¿Te has hecho daño? –No respondió parecía fuera de sí. Reaccioné al instante y supe que pasaba inadvertido que Bella era un simple y débil humano, tal vez el golpe la había perturbado-- ¿Puedes hablar? ¿Dime algo? –dije preocupado al no ver ninguna posible respuesta. Acerqué mi rostro al suyo para observar con detenimiento la dilatación de sus pupilas—Creo que entró en shock –dije para mí mismo--. No te vayas a mover.

¿Le dolía algo? No podía saberlo, Buena hora para ser una muda mental Bella, pensé. Eso empeoraba con ahínco mi frustración, no debía respirar, por muy insoportable que le pareciera al demonio que compartía mi existencia, no iba a respirar y menos recabando que desde hace diez meses no era el mismo Edward. El trato cotidiano con los miembros del clan había ido cambiando en mí ciertas conductas. No es que deseara hacerle daño, eso jamás, pero tampoco estaba del todo seguro de mi autocontrol. Hacía tanto que no estaba cerca de ella, y mis recuerdos seguramente no eran justos con la realidad. El ejemplo tangible de mi declaración era que no podía concebir cómo mis imágenes mentales no la representaban de la misma forma angelical con que ahora la observaba. A pesar de su cabello enmarañado y lo descompuesta que se veía después del accidente, su seductora hermosura me hipnotizaba a grados celestiales. Si pronto me iba ir al inferno, lo que hoy vivía era la sensación más sagrada que experimentaría tanto como humano como en el total de mi larga existencia endemoniada. ¿Era posible que a estas alturas me tocara un poco de la gracia divina? Toda mi inspiración se desprendió de esa adrenalina mágica cuando mi mente me advirtió que podría tener hemorragias internas y ésas no se notarían a simple vista y estando privado del sentido del olfato era imposible que lo supiera. Me desesperé ante la actitud de Bella, mi escasa eficiencia, las precarias posibilidades de ayudarla y…

¡Exacto, eso puedo hacer! –y lo hubiera sabido mucho antes si Bella no fuera tan insoportablemente pura para mis pecadores ojos.

Mis estudios de medicina me trajeron las respuestas a mi necesidad. La acomodé en el suelo porque si intentaba levantarse podía ocasionar algo impredeciblemente peligroso. Me apresuré a tomar cuentas de su condición, con una rápida observación.

Era tan peligrosamente atrayente, tan venenosamente bella y tan frágilmente humana. Y yo, un condenado al fuego eterno iba a atreverme a tocar la divina creación de Dios; sólo esperaba que Él me perdonara una vez más mi insolencia y justificara mis futuras acciones.

Empecé a auscultarla de abajo para arriba, revisando hasta el último ligamento, hueso o músculo que pudiera haber sido lesionado.

Me faltaba inspeccionar el brazo izquierdo, todo hasta ahora iba bien, traté de ser muy delicado con el tacto para no dañarla más, sin embargo ese brazo sí presentaba lesión, al menos su muñeca, y su cara figuró lo que había encontrado; era un esguince, de primer grado. Le dolió el mero roce de mis dedos aunque trató de no hacerlo evidente –¿A caso nunca iba a cambiar esa actitud de mártir?— Retirépor unos momentos mis dedos de su cálida piel, esperaría hasta que cesara su reacción, mientras intentaría terminar mi diagnóstico de forma visual, me angustiaba que pudiera perder su vitalidad en pocos segundos por algún descuido.

Quise intentar quitarle una pulsera de plata que llevaba en su muñeca, pues en cuanto se le hinchara podría cortarle la circulación de la sangre dicho objeto, pero en un leve movimiento que hizo Bella descubrió el adorno que colgaba de la pulsera y me bastó una mirada para recordarme el por qué diablos había ido a parar a Italia.

Su pulsera llevaba un adorno subliminal, un significado especial, del cual estaba perfectamente enterado, sin mencionar el sugerente anillo que gritaba ser de compromiso, en su dedo. Tal vez el final de este encuentro sucedería antes de lo que planeaba, quizá debería de ser tal como sucedía.

Mentalmente saqué fuerza de mis adentros y enfrenté compuesto la prueba que yo mismo había buscado cuando decidí ayudar a un insignificante desconocido, que curiosamente terminó siendo el único ser humano, del mundo, al cual veneraba con fanatismo absurdo y desenfrenado.

Bella no debía conocer cuánto la había necesitado, ni mucho menos que todavía la amaba, ¡¿para qué?!, en cualquiera de los casos su corazón ya era completamente de otro. Suficiente daño ya le había hecho en el pasado, además ella era feliz con su presente y estos dos objetos transmitían el amor que sentía ese hombre por ella… bueno, no era un hombre en realidad, para mi desasosiego, al menos la amaba intensamente y se comprometía con su futuro y su porvenir, tal y como yo lo hubiera hecho de haber sido un hombre.

Me miró por un segundo y notó mi cambio de humor, lo supe. Eso estaba bien. Comportarme frío y distante era la solución adecuada para no ocasionar disturbios en la vida de ninguno de los dos.

--Ok, tranquila, sólo tienes un esguince en la muñeca y te lastimaste el cuello, no es tan grave- hice una pausa para verificar que se hubiese calmado, aún parecía estar en shock a pesar de la mirada que me regaló hace un instante--. Te voy a levantar, no te asustes, vas a estar bien. Te llevaré a Kalaloch a que te atiendan el esguince –dije sin menoscabo.

La incorporé un poco, para que la lluvia no le callera sobre la cara. No se movía, sus ojos continuaban paralizados, su mirada seguía perpleja. Comenzaba a temer que se hubiera golpeado fuertemente la cabeza.

Me dirigí por el automóvil para acercarlo a Bella. Estaba seguro que ya tenía una temperatura baja como para aumentar lo gélido de mi tacto con su cuerpecillo indefenso.

¿No sé que pasaba con el mundo?, se supone que ella no iba a estar por este rumbo, yo no debía de topármela, ni tampoco era coherente que ella manejara una motocicleta bajo un diluvio. Nada encajaba. ¡Por qué Dios se aferraba a ponerla en mi camino!, ¿por qué no me hacía caso y la protegía de todo lo malo e infame que existe caminando en su tierra? ¿Con qué iba a soportar estar tan cerca de ella y dejarla ir en unas horas?

El diablo era un juguetón con sus hijos malditos. Nos ponía la tentación tan a la mano que era complejo rechazarla. Este camino sólo él lo había podido sugerir. ¡Por favor!, ¡qué chiste de mal gusto era éste!, y sobre todo después de que hace unos buenos meses atrás mi compasión y mi importancia por el mundo de los humanos había dejado de importarme, eran lo mismo ellos que una cucaracha.

--Eres un desgraciado Lucifer –pensé en lo que abría la puerta del coche.

Lo sentía por Alice, pues su regalo tendría que esperar para ser nuevamente utilizado, aunque lo entendería en cuanto viera lo que pasaba conmigo y esta aventura oscura que me aventaba la vida. Tomé la manta, poniéndola a un lado mío. Arranqué el coche y encendí el aire acondicionado para calentar la temperatura de aquí adentro, necesitaba que el cuerpo de Bella no cayera en una hipotermia, y con esa ropa mojada que traía puesta era probable que de menos le diera un resfriado tremendo. Desnudarla aminoraría el mal pero sin ropa alguna con la cual cubrir su cuerpo la opción no era prudente, sin embargo la manta y el calor resguardarían un poco su salud –al menos en lo que conseguía algo decente para que se cambiara de vestimenta—. Bajé del coche y me acerqué a ella.

--¿Sigues en shock? –Dije al verla inerte y con la mirada perdida en el cielo.

No volteó parecía como si me ignorara –mejor que lo hiciera--. Si realmente estaba perturbada por su accidente le costaría unas horas más recuperarse, pero si no… su opción de la ley del hielo resultaba ser magnifica para no ocasionar que me rindiera a sus pies, aunque por el momento, irónicamente, me agachara para levantarla del suelo.

Lo primero que hice fue sacar la frazada, con cuidado de que no terminara empapada también. Tomé a Bella del piso, envolviéndola en la manta, me pareció tan tierna en esta posición, era adorable, como si fuera una pequeña, de verdad que la amaba con toda la fuerza de mi inhumana existencia. ¡Qué hubiese dado por haber nacido en su época! Las cosas hubieran sido muy diferentes.

Comenzaba a sentirme propenso, débil, y en ese instante el demonio me distrajo trayendo a mis sentidos la necesidad de una bocanada de esa esencia. La lucha interna se desencadenó a rompe y rasga. Cuando llegué al carro y acomodé a Bella en el asiento del copiloto, cerré precipitadamente la puerta, ya sabía que el demonio no iba a ganar, hace más de setenta años que no lo hacía y no lo haría ahora. Sólo yo decidía si comíamos, no él. Pero necesitaba distraer mis pensamientos y la moto de Bella fue la opción más vistosa de entre las absurdas posibilidades.

La motocicleta no había quedado tan mal, después de todo, iba a ser sencillo repararla. En lo que la cargaba con una mano y caminaba en dirección a donde se había quedado el casco de protección de Bella, delimité al demonio todas y cada una de las cláusulas que debía seguir en las próximas horas. Le ordené fehacientemente que abandonara cualquier esperanza de comer mientras estuviéramos junto a ella. Venía bien alimentado de Italia así que no debía tener necesidad de molestarme hasta que estuviera lejos, por ejemplo en Alaska con mi familia. Y ni así, porque con ellos la dieta continuaría siendo vegetariana, como hasta hace dos semanas.

Atasqué el vehículo al carro de manera que no le fuera hacer daño a la pintura del Porsche. Acto seguido me subí al coche. Empapé bastante el asiento del conductor sin duda alguna. Al sentir el calor del aire acondicionado sobre la humedad de la ropa me dio asco, era terriblemente incomodo, y se sumó inmediatamente a la lista de exasperaciones del demonio. Me puso de un humor espantoso el aguantarlo a él y al pegajoso ambiente; sin embargo tuve que tragarme todas mis emociones para no alterar nuevamente a Bella con mis cambios. Hoy en especial estaba muy sensible, o quizá yo no recordaba con precisión que fuera tan aguda en su percepción.

Me pasé una mano por mi frente para quitarme unos molestos cabellos que se adherían a mi frente con más fuerza ahora que el ambiente era cálido. Vi mis ojos color miel por el espejo retrovisor y tras una mirada amenazadora que le mandé al demonio interno, en cuestión de segundos, fue que pude recomponer mi carácter. Volteé a ver a Bella. La dirección de su rostro apuntaba al lado contrario al mío. No quería pensar mal de ella, así que dejé que me invadiera la seguridad de que era su cuello el causante de esa postura, porque de lo contrario… me aborrecía. Tragué el veneno que se acumuló en mi boca, dejando que me quemara toda mi garganta en respuesta al dolor que el sentimiento me causaba. Disfrutó tanto el demonio con mi agonía, era una venganza bien cobrada. Más valía apresurar las cosas antes de hacerme más y más débil.

Tuve la sensación de que el corazón de Bella se aceleraba pero no por complicaciones de salud, era una aceleración natural, reflejo de una emoción humana, una que conocía muy bien últimamente: el miedo. ¿Tenía miedo Bella? Bueno, por una vez en su vida su instinto era inteligente. Debía de tranquilizarla, no había porque alterar su ritmo cardiaco, eso iba a ser perjudicial y más pensando en las horas que nos faltaban para llegar a Kalaloch.

--No nos tardaremos en llegar –dije amablemente—, mientras por qué no intentas dormir un poco, eso calmará tus nervios. Si me estás oyendo, te pido de favor que no trates de moverte en el trayecto, puedes lastimarte más el cuello –hubo un momento de silencio—. Espero que el calor te esté siendo grato.

Porque yo lo estoy disfrutando enormemente –pensé con el sarcasmo en todo su esplendor.

Arranqué el coche y durante todo el primer lapso del camino sentí casi como una caricia apasionada el pulso alocado de Bella, ¿cómo esquivar ese placer? No pude en ningún momento, opté por una estrategia para relajarnos. Apreté el botón de play del estéreo e inició la música instrumental que venía oyendo antes de toparme con mi destino.

De repente el palpitar se desvaneció, casi paro el carro para checar que estuviera viva. Pero no fue necesario, en cuestión de segundos volvió a latir tranquilo. Una oleada de tristeza invadió el espacio. Y no era Jasper para sentir tan claro los cambios de humor de las personas, pero con Bella mantenía un estrecho lazo y sus emociones me eran totalmente familiares, aún.

--Bella… –le dije con un tono de voz meloso—no pasa nada. Tranquilízate, no fuerces a tu corazón en estos momentos.

Concienticé después de esta última oración que sin querer había pronunciado algunas frases con el acento italiano, sin embargo con la mezcla de nuestro idioma sonaba mal. Tenía que dejar de hacerlo. Como sea…

Al poco rato Bella logró estar calmada y quedarse profundamente dormida.

Fuimos entrando a las orillas del pueblo y comenzó a sonar mi celular. Era Alice. Ya se había tardado en hacer acto de presencia. No le contesté para no perturbar el sueño de Bella, más tarde la encontentaría.

Aparqué el Porsche en el estacionamiento de la clínica. Mi ex novia seguía perdida en sus sueños, los cuales habían sido tranquilos y callados, como ella hasta ahora. Antes de bajarme y salir por ella para llevarla ante el médico que la atendería me quedé observando su mano. El anillo que traía, con precisión, era muy valioso para ella, y si se lo dejaba podía perdérsele y sobre todo pensando en la suerte que tiene la pobre. Así que con todo el dolor del mundo y siéndome el ser más grosero le arrebaté su preciado símbolo de amor. Se lo quite casi con nauseas y, sin siquiera querer sentirlo en mi palma, lo guardé.

Estaba lista para ser atendida en la clínica y yo estaba deseoso de volver a respirar.

Jeniffer, la joven recepcionista de la clínica, no me dejó un minuto en paz, sus pensamientos tenían vividas imágenes de nosotros en situaciones comprometedoras que deberían prohibirles a las mujeres de su edad. No soporté mucho tiempo frente a ella. Por muy preocupado que me tuviera la salud de Bella mi humor no resistiría la emboscada de Jeniffer; un pensamiento más de su retorcida cabeza y juró que le hubiera quitado las ganas de cualquier cercanía conmigo.

Saqué el celular de la bolsa de mi chamarra y me retiré de la estancia. Iba a tratar de evadir todo lo que me fuera posible a la pervertida recepcionista y la mejor forma de hacerlo era escapándome de su microcosmos.

Marqué el número de Alice y al primer timbre me contestó.

--Edward Anthony Masen Cullen, ¿quién te crees ignorándome de ese modo? Desgarré mi bolso GUCCI por tu culpa... –dijo propinando un regaño.

--Hola Alice, también te extrañé –dije con un tono de aparente alegría—. Sí, llevo dos días en América y ¿si estoy bien?, bueno… estoy asquerosamente confundido –declaré—. Y tú tierna y sensible hermana, ¿cómo estás? –dije sarcásticamente.

--Ash, no me fastidies “señor acento sexy” –ironizó.

Un silencio se hizo presente, atribuyéndole un cierto toque de molestia de mi parte a la conversación –el cual obvio no podía sentir de verdad y ella lo sabía—, y luego como si los dos nos hubiéramos puesto de acuerdo, en respuesta a aquel comentario, nos reímos los dos al unísono. Urgía que dejara la manía de italianizar el tono con el que hablaba.

--Perdóname Alice, no te devolví la llamada enseguida porque necesitaba resolver el ingreso de… -me interrumpió ipso facto.

--Ya… no te alteres Edward. Sólo estoy preocupada por ti. Además en venganza a tu descortesía me tomé la libertad de hacerle mi primer regalo de reconciliación a Bella –dijo entusiasmada.

--¿Qué has hecho? –me sobresalté.

--¡Ay Edward! conviene que te tranquilices eh –amedrentó—. Porque digas lo que digas, lo necesita con urgencia y tú no tienes ni idea lo qué le conviene más. Escucha con atención, es de vida o muerte para Bella. Te vas a dirigir a la plaza central del pueblo y ahí buscas la tienda de ropa a la cual yo hubiera entrado. No hay pierde. Cuando llegues ahí pides la mercancía a tu nombre. Es un jeans, un sweater, una chamarra, unas botas y ropa interior. ¡Te exijo que no la veas!

--Alice ¿por quién me tomas? Sería incapaz de ver… –dije molesto, pero logró interrumpirme al momento.

--¡No tonto! No me refería exclusivamente a la ropa interior, te estoy exigiendo que no veas el contenido de cualquiera de los paquetes. Y si te lo digo es porque sueles ser curioso.

--Mira quién lo dice –musité.

--Cojeamos del mismo pie hermano, no lo olvides –dijo muy acertada—. No te distraigas, concéntrate… todas las cajas se las vas a dar a la enfermera que está cuidándola, le aclaras que es ropa para que la cambien. ¿De acuerdo? Ahora sí, reclámame todo lo que quieras… ¡Ah, no! También pasas a otra tienda y te compras ropa seca, por favor.

--No sé ni que decirte Alice.

--“Gracias” sería un buen comienzo.

--Gracias Alice.

--De nada. Quisiera estar allá para apoyarte. Esto no va a ser fácil, pero piensa bien las cosas, por algo te la volviste a encontrar –hizo una pausa—. No estaba dentro de los planes de ninguno de los dos hallarse así. No te estoy orillando a que tomes una deliberación pero sé lo que sientes por ella. A mí no me puedes engañar y no es que esté dando pie a mantenerte con nosotros toda la eternidad, ya has tomado tu camino, sin embargo no sabes lo feliz que nos harías si tú… –la interrumpí.

--Alice, aprecio mucho tu preocupación. Como te dije hace rato estoy muy confundido. Sólo le ocasiono problemas, ¿no lo ves? Este accidente no hubiera pasado si no nos hubiéramos topado. Además creo que es más grave de lo que parece, no puede hablar, tal vez el golpe que recibió la afectó de más.

--Por eso ni te preocupes, no le ha pasado nada malo. No se ha quedado muda, lo hace apropósito; quizá no sepa que decirte. Recuerda que fuiste tú quien la dejó, ¿qué querías Edward?, ¿un recibimiento elocuente? Dale tiempo.

--¿Entonces lo hace adrede? –musité.

--Temo mucho decirte que sí. ¡Vamos, la chica está asustada! –Dijo con entusiasmo para que distrajera mis consternadas ideas—. Sabes de sobra como son los humanos a esa edad. Permítele asimilar lo que paso.

--Tienes razón.

--Edward pase lo que pase yo te apoyaré –se rió enseguida— Supongo que tendré que decirles una mentirita más a Carlisle y a Esme debido a tu demora. Pero no dejes de ir a la reunión, ¿ok? Están muy entusiasmados por volver a verte. Si necesitas que corra a tu rescate, no lo dudes ni seas orgulloso, llámame y en menos de dos horas estaré contigo. Jasper sabe lo importante que es para mí tu bienestar.

--Cierto, Jasper. Salúdamelo por favor. Y de nueva cuenta: muchas gracias Alice. Voy a intentar deshacer este inconveniente por mí mismo.

--Te quiero Edward. No seas arisco y mantenme enterada de tus movimientos. No quiero estarte husmeando psíquicamente eh –dijo juguetona.

--De acuerdo Alice. No pretendo demorarme mucho, pero de todos modos, te pido que vuelvas a mentir por mí. Nos vemos en Alaska en unos días. Hasta luego.

--Te manda saludos Jasper. Adiós Edward.

Terminé la llamada y me encaminé al estacionamiento de la clínica. Al observar de lejos la moto de Bella decidí que pasaría a dejarla a un taller mecánico para que la arreglaran. Después… el destino tomaría sus propios rumbos.

***

Antes de llegar a la clínica había pasado a un hotel, que supuse le causaría una sensación de tranquilidad a Bella. Reservé una habitación donde pudiera pasar esta noche, además de que necesitaría comer y descansar en cuanto saliera. La renté por cuatro días, sin saber a ciencia cierta si la ocuparía. Mi futuro seguía siendo nebuloso cuando pensaba en ella y yo. Las memorias que saltaban a mi mente cuando pensaba en ella, siendo mi novia, se eclipsaban con las imágenes que había visto la última vez que estuve en Forks.

Junio…

Si hubiera tenido la gallardía de regresar antes, tal vez… Alerté a mi conciencia que dejara de indagar en lo que no fue y que se concentrara en manejar a una velocidad permitida por los humanos, así que desaceleré el coche y entré en el estacionamiento de la clínica.

Antes de bajarme del Porsche respiré con un desenfrenado placer el aroma que Bella había dejado impregnado. Era tan reconfortante y a la vez doloroso. Familiar y ajeno. Dulce e intoxicante. Volví a respirar profundamente. El veneno escurrió de mi boca a mi garganta, pero el deseo de beber su sangre no se comparó a la impresionante necesidad de abrazarla. Tenía que decirle que lo sentía mucho, que siempre quise estar a su lado, que había sido tan cobarde y estaba dispuesto a cualquier cosa con tal de sentir su calor, su pulso y, ¡por todos los cielos!, volver a escuchar SU VOZ. Que lucharía si me lo pedía; al fin, ese asqueroso e insignificante perro no representaba competencia para mí, aun siendo su pareja actual y amándola, pues estoy seguro que él nunca la amaría tanto y tan irracionalmente como lo había hecho yo durante este año y medio.

En lo que meditaba cómo decírselo, comenzó a vibrar mi celular; me desquició, era irreverente, ¿quién se atrevía a interrumpir mis momentos decisivos? Abrí el móvil y chequé, Perfecto, pensé y respire desilusionado al darme cuenta de que no podían retroceder mis acciones… Era un mensaje de texto de Jane, una de las Vulturi que habían venido a impartir justicia conmigo.

Aro ya está enterado de

que acabamos con Riley.

Vamos de regreso a Italia.

Nos vemos pronto. Aro te

pide que no demores

mucho. Ciao.

¿Demorar? Sabría algo… ¿cómo? No, no podía saberlo. Dentro del clan nadie tenía la habilidad de conocer el futuro ni de prever situaciones comprometedoras. Estaba alucinando. Esa frase se refería única y exclusivamente para que no me demorara en la visita a mi familia, más de lo que acordé con Aro, Marco y Cayo antes de partir para acá. Si amaba a Bella tenía que dejar las cosas tal cual estaban acomodadas. Los Vulturi jamás entenderían por qué amaba a una humana, y sí por el contrario la pondría en el más descomunal peligro por el cual haya atravesado su corta vida. Adiós ilusiones, adiós vida mía, adiós mi amada Bella.

Presionaba el tabique de mi nariz con los dedos, estaba poco más que harto de la congestión ilusoria de las depravaciones de Jeniffer y por si eso fuera pequeñez, todavía persistían en mi mente los problemas que me había acarreado el mensaje de Jane. Aunque quise mantenerme al pendiente de todo lo que ocurría con Bella, no alcanzaba a ver claramente por los pensamientos de los demás su imagen, sin embargo me enteré que ya había despertado y la enfermera había venido por la doctora para hacerle el último chequeo; parecía imposible acallar o prescindir de la mente de la recepcionista.

Gracias al cerebro privilegiado y ejercitado de la doctora, que fue atenderla, pude pronto captar la onda de sus pensamientos y fue como un milagro entre la agonía a la cual estaba sometido en la recepción.

Empecé a ver a Bella nítidamente. Su aspecto había mejorado enormemente, el conjunto que Alice le había regalado le quedaba perfecto. El tono azul del sweater la hacía lucir hermosa, hasta el grado de volverse imperceptible el collarín que llevaba puesto –como lo anticipaba—. Me percaté que también le inmovilizaron la muñeca izquierda. Eso estaba bien aunque complicaría las futuras decisiones de ambos.

La doctora comenzó a preguntarle por su salud y si tenía molestias y descaradamente la señorita se dirigió a contestarle con pobres movimientos de su cabeza. Y como era de esperarse, con el carácter que tenía esta señora, no aguantó las niñerías de Bella, así que sin darle importancia le comenzó a hacer el chequeo y le dio las recomendaciones necesarias para que sanara adecuadamente su cuello y su muñeca.

Nunca creería lo tremendamente rencorosa que podía ser si se lo proponía. Me estaba castigando cruelmente. ¡Vaya!, ni siquiera el interrogatorio de la doctora respondía. Respiré profundamente.

Paciencia Edward, paciencia –pensaba al recordar los argumentos de Alice.

Al poco tiempo tuve que cancelar la entrada de aire a mi cuerpo, ya venían en camino la enfermera y ella, y en cuanto se acercaran más la esencia de Bella se convertiría en un halo inmenso. Por el pasillo principal, con un paso tranquilo, fueron apareciendo. Desde lejos su cara denotaba más de lo que ella misma hubiese deseado. ¿Confusión o angustia?

Cuando entró al lobby, no advirtió mi presencia, pues ni por error volteó el rostro para buscarme. ¿Acaso no pensaba que la iba a estar esperando?, ¿acaso era mi presencia lo que la podría estar incomodando?, ¿tanto la perturbaba? Si era así no quería que continuara sintiendo aquello, tanto por ella como por mí. Podríamos optar por hablarle a su padre en cuanto saliéramos de aquí y acabar con esto lo más rápido posible. Era tan desesperante no poder conocer sus pensamientos en estos precisos momentos. Sólo verla con esa actitud esquiva me deprimía y sin alguna razón aparente, porque ante todo, yo no había hecho absolutamente nada para que cambiara su percepción sobre mí.

Posiblemente jamás sería capaz de decirle algo con lo cual se sintiera cómoda, sencillamente los sentimientos no eran mi fuerte. Alice tenía razón... yo la había dejado, yo le había hecho creer que no valía la pena, yo la había convencido de que no la amaba y eso sumándole mi ausentismo y mi aparente aborrecimiento sólo podía dar como resultado lo que ahora me estaba mostrando con tanto afán…

Mejor que sea así – pensé para darme ánimos.

Observé a Bella con más perspicacia mientras recibía sus cosas; parecía muy entretenida en esa actividad. Llegué a sospechar que sus movimientos se hacían cada vez más bruscos a medida que la recepcionista le iba nombrando los objetos. Entonces, como si su misma expresión corporal favoreciera a mi interpretación, realizó un ademan de sorpresa y luego una cara de alivio, que sólo pude ver a través de los insolentes pensamientos de Jeniffer, que la veía con cierto aire de envidia. Tomó con su mano derecha la pulsera de plata y la apretó con tanta fuerza que por primera vez odie tener una vista privilegiada; el lobo que colgaba de ésta parecía mofarse de mí, aullar escandalosamente en son de protesta por su territorio… no había modo de dudarlo… toda su desesperación consistía en esa pulsera, en sentirse simbólicamente protegida por el hombre al que amaba. La conversación que habíamos sostenido esta madrugada por el Messenger era una realidad hiriente que se presentaba de nuevo como bofetada frete a mis ojos.

Bella dice:

*sí lo soy. Jake es un poco precipitado, pero m hace sentir especial. Lo amo –recordé.

Algo a mi favor era que todo este huracán de dolor, al menos yo no lo había originado. La causa de su comportamiento y angustia pasada era no saberse dueña de la amada pulsera. Me pregunté si la ausencia del anillo también sería igual de significativa, pues aunque no se lo nombró la recepcionista ella no preguntó por él. De inmediato, guardó su tesoro en una de las bolsas del jeans.

Mientras Jeniffer le pedía que firmase la documentación, ella juntaba sus pertenencias en la bolsa blanca; acto seguido la recepcionista inició el discurso de despedida –protocolos que me han parecido innecesarios—. Para su desgracia era tiempo de acercarme a ella. Me paré del sofá de la estancia y fui a enfrentarme con mis temores y sus malos modales.

--Bella… –dije tranquilamente.

Su cuerpo se tensó, su mano comenzó a temblarle y estoy seguro que se le hubiera caído la bolsa blanca del susto. Jeniffer dejó de pronunciar palabra alguna, su mente parecía tener un coma momentáneo ya que sus ideas estaban en blanco. De haber sabido que era tan fácil callarla... Bella arrastró el documento firmado a lo largo del mueble, de tal suerte que le quedara enfrente a la recepcionista. Después, se le ocurrió la grandiosa idea de cargar el bulto, ¡trataba de lastimarse más!, ¿qué acaso no había escuchado las indicaciones de la doctora? Inconscientemente trataba de provocarme para que tuviéramos contacto.

--Permíteme que te ayude con tus cosas –dije y acerqué mis manos para retirarle la bolsa de entre sus brazos—el esguince no te va a permitir sostener por mucho tiempo tal peso –traté de razonar con ella.

Volteé a ver a Jeniffer y con entera diplomacia, mas sin darle mucha importancia a su presencia, me despedí por los dos.

—Gracias señorita, fueron muy amables. Con su permiso –dije, pero estaba tan hipnotizada que seguramente mis palabras le sonaron como si le declamara un poema de amor.

Bella, por el contrario, no dejaba de sentir miedo, podía percibirlo; permanecía petrificada y sin intensiones de moverse, así que con la pena y bajo su propio riesgo tuve que tocarla. Un leve empujoncito en la espalda fue suficiente para despertarla de su pesadilla e instalarla en la realidad. Reaccionó por acto reflejo moviéndose torpemente en principio y con lentitud más tarde. Cada paso que daba parecía que sintiera que se le estaba acabando la vida. Ingenua, pensé. Si ella supiera que con cada segundo que me privaba de ella, a mí se me antojaba más ponerle fin a mi solitaria existencia.

Sólo el silencio nos hacía compañía y conversación. Cuando nos encontramos en el estacionamiento y comenzó a buscar con la mirada su moto tuve que responderle.

--Tu moto estará a las cuatro de la tarde. La llevé a un taller. Le van a arreglar unos cuantos averíos que tuvo con la caída –dije y señalé al Porsche—. ¿Subimos?

De muy mal modo se dirigió al coche. Estas horas iban hacer tan geniales para ella como lo estaban siendo para mí. ¡Qué perfecto reencuentro!, pensé con demasiado sarcasmo en cada una de las palabras.

***

La mesa del restaurante en la que nos habían colocado era estrecha. La distancia entre los dos causó que la convivencia fuera difícil; por parte de Bella se le notaba dubitativa e insegura y en lo que a mí respecta, me sentía impotente y estúpido. El depredador que debía de ser representaba una total burla al lado de Bella. ¡Cómo lograba ser tan fría y tan despiadada!

Cuando llegó el mesero a darnos los menúes, no alzó la mirada –como hasta ahora—, los tomé lo antes posible y yéndose el camarero le deslicé la carta.

Mi paciencia tenía un límite y ella ya había llegado, si lo que me trataba de decir con esa actitud era que me alejara: lo logró. Sin embargo no la iba a dejar a la deriva, le diría lo de la habitación reservada y le ofrecería llamar a su padre o a su novio, a quien quisiera tener su lado; ya me había fastidiado que me tratara con la punta del pie. No lo merecía, ni por haberla abandonado…

--No sé si es por el shock del accidente o si en realidad no quieres que nadie te moleste –propicié un silencio para enfatizar lo siguiente—, pero tienes que volver hablar… Sé que no soy precisamente a quien deseabas encontrarte en tu camino, pero ya estamos en esto y me veo obligado a ayudarte hasta el final –musité y nuevamente el sonsonete italiano se me escapó.

Su corazón se alteró. Bueno… logré que me atendiera de menos. Entonces, y sin esperar mucho tiempo, su voz alcanzó a mis oídos.

--Pues no deberías sentirte obligado –dijo molesta y casi sin subir el tono de voz, seguramente dudó en contestar.

Y la maravilla del universo ocurrió al instante de su declaración: ¡levantó su mirada!, y sus ojos chocolate se cruzaron con los míos. Me reflejé milagrosamente en sus pupilas. Aceptó con ese gesto de humildad que entrara a su vida y tocara su alma nuevamente.

No pude moverme después de eso. Me embelesó su cara, sus facciones, sus labios. Todo el infinito, la eternidad y la inmortalidad se concretaban en ella. Isabella era el demonio y el ángel encarnados en perfecta armonía.

Estaba en pleno deleite cuando terminó su frase; dejó caer la bomba atómica a la primitiva creación de mi felicidad.

—He sobrevivido a peores cosas y sin ti… Edward Cullen.

¡Qué había dicho! Mis ojos sintieron un escozor irreconocible. Me paré de la mesa sin decir ni una palabra más y me dirigí a la salida del restaurante.

1 comentario:

Anónimo dijo...

GRacias por seguir subiendo los capitulos..esta bueno est capitulo aunq' el final esta trist..