miércoles, 9 de diciembre de 2009

capitulo 14º "Eva"

Nota 14: En esta ocasión tengo recomendaciones de música instrumental para aquellas que les guste: Moonlight y Love me, de Yiruma y hay otra que es hermosa, pero la tienen que buscar en youtube como New Moon instrumental de Josh, Helena y Andrew. Si llegan a saber su nombre original me avisan por favor.

Catalyst de Anna Nalick, también es una buena opción.

La musa rockera propone las estupendas canciones Good enough y Before the dawn de Evanescence y Wonderwall de Oasis.

Disfrútenlas y ¡qué comience la magia!



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Bella y Edward Pictures, Images and Photos


14. Eva

“Detente, sombra de mi bien esquivo,

imagen del hechizo que más quiero,

bella ilusión por quien alegre muero,

dulce ficción por quien penosa vivo

…poco importa burlar brazos y pecho

si te labra prisión mi fantasía”

Sor Juana Inés de la Cruz

(Detente, sombra de mi bien).

Bella POV

Inmediatamente subí mis manos a mi rostro para cubrirme con ellas, después cerré y apreté mis párpados para no ver la posible expresión de furia de Edward. Todo se silencio hasta que lo único que reino ahí fue el estallido de su risa irónica; al parecer le había contado un chiste fatal, que después de todo, no era mala idea que pensara eso. De la nada, así como empezó, su humor paró y su voz, altamente sarcástica, inundó la habitación.

--¿Y no quieres que te convierta en vampiro también?

Ataqué ipso facto al verme envuelta en una vergüenza descomunal. Moví mi cabeza de un lado a otro tratando de aclarar mis emociones.

--¡Qué pena Edward! Borra de tu mente la estúpida parte donde te dije que fueras mi… ¡Ay qué tonta! Mi amante… ¡Eso es ridículo! Es más… esa palabra queda descartada de mi vocabulario de hoy en adelante.

--Sí, de acuerdo, borro eso de mis recuerdos ¿y? –Arremetió—Sigues sin responderme mi pregunta –ahora estaba molesto.

Bajé mis manos de mi cara y cubrí mi busto.

Como un vampiro que leía mentes debía de conocer ya la respuesta, o ¿no? Mi cabeza, aparte de avergonzada, ahora también estaba confundida.

--¿Qué no has leído ya mis pensamientos? La respuesta está ahí –dije aterrada.

Comencé a escabullirme a lo largo del cuarto para toparme con el sweater celeste.

--Una vez más, Bella: No tengo idea de lo que dices –seguía con el tono de enfado—. Creo que sí estás enloqueciendo, o bien tienes lapsos cortos de demencia –lanzó su cabeza, en dirección al techo, y cruzó los brazos—. Te refresco la memoria: NO PUEDO LEERTE LA MENTE. Así que, por favor, no continúes evadiéndome y ¡responde! Si no, el que terminará al borde de la locura seré yo.

Un estruendo invadió la habitación… era yo cayéndome con todo y una lámpara. La emoción de seguir siendo una muda mental para él ocasionó que mi cuerpo y mi mente se pelearan momentáneamente, y sin remedio fui a parar al suelo.

--¡Auch, maldita coordinación! –Me había pegado en el codo con el refilón de la mesa de noche.

-- ¡Ten cuidado!... ¿Puedo voltear? ¿Está todo bien?

Reí de nervios –eso era aún más vergonzoso—.

--Lo siento. Estoy bien. Ya casi puedes voltear… ¿sabes? Lo bueno de la caída es que por fin encontré mi prenda –dije optimista y el sólo movió su cabeza de un lado a otro en representación de una negación.

La alcé y me la acomodé. Cuando me levanté del suelo y me sacudí, esquivé la cama de un saltito y me aventé con suerte – ¡Gracias a todos los cielos!—a la espalda de Edward. Sus manos me sostuvieron con facilidad, enganchándome como si fuera una pequeña. Le besé el cuello y le dije tiernamente al oído:

--No te enojes… No quiero perderte otra vez –terminé con la voz entrecortada.

Sus brazos se deslizaron por mis piernas y me bajó delicadamente al piso. Dio un giro para quedar frente a mí y me asió por los hombros.

--Bella, le acabas de decir a tu novio un sinfín de mentiras, ¿qué quieres que piense? –escudriñó mirándome a los ojos.

Lo abracé por la cintura y recargué mi cabeza en su pecho. Sus brazos aprisionaron mi cuerpo y mi corazón se sintió alegre con su cercanía, hasta que las imágenes del ataque del enorme y celoso lobo cobrizo cobro vida en mi mente.

--Tengo miedo.

--¿Miedo de qué?

--De las consecuencias de mi acciones. No quiero que te pase nada –me aferré con más fuerza a él.

--¿Te preocupa lo que me pueda pasar?—masculló un tanto irónico.

--Sí, mucho. Tú no conoces a Jacob. Él es muy fuerte cuando es lobo y últimamente ha estado paranoico con cualquier cosa que se refiriera a ti. Estoy segura que no le va a importar el pacto que hizo su abuelo con ustedes con tal de matarte. ¡Te odia!—ahora la paranoica era yo—Tú lo oíste. No sé cómo presiente las cosas, pero…

--Bella, cariño—me interrumpió con ese tono de voz tan convincente—, a mí no me puede hacer absolutamente nada, te lo prometo –hizo un pausa—. Además, tú tampoco me conoces en el campo de batalla.

--Sí, en eso tienes razón, sin embargo a Jacob lo he visto asesinar a más de un vampiro y cuando está furioso… –me estremecí.

--¡Sí te ha hecho daño!—dijo como quien resuelve un acertijo

Me separó de su pecho y tomó mi cara entre sus gélidas manos, apresándola para que no pudiera esconder expresión alguna.

--¡Bella no me mientas! El maldito perro sí te ha lastimado, ¿no es así?

Por mis ojos pasaba la pelea con Jacob por la bolsa de las fotos, luego el temor que sentía cuando corría sin rumbo por el bosque oscuro y para finalizar la temible visión: las fauces del licántropo a centímetros de mí. Los recuerdos eran aún muy reales lo que me llevó a hiperventilar sin remedio.

--Sí – contestó a su propia pregunta—. ¿Qué te hizo? Bella, Mi Vida, dime.

Vi en su expresión coraje y odio, a tal grado que su cara de ángel se transformó en aquella forma oscura que guardaba con tanto recelo para mí.

Suficiente Bella, deja de hacerte la mártir, pensé. De todos modos esa noche no se había excedido el lobo… si no el hombre.

--No me dañó, lo prometo. Pero –me callé dos segundos para buscar las palabras correctas—sí he visto muy de cerca su furia.

--¡Es increíble! –Dijo enfadado—Dice que te ama y ¿no confía en ti? –Soltó mi cara y desvió su mirada a un punto recóndito de la recamara— ¡Es inaudito!

Sí, era absurdo que después de un año de relación y de haber pasado nuestra primera vez juntos se desquiciara por los celos. Muy diferente hubiera sido nuestro destino si él no… si Charlie no… ¡Bah! Charlie de todos modos me sacaría el tema de mi rebelde novio tarde o temprano. Aunque siendo sincera conmigo misma, nada de lo anterior era cuestionable teniendo enfrente a Edward.

Recordé inesperadamente la conversación dolorosa que atravesamos Jacob y yo una madrugada atrás y fue entonces cuando la comprendí con más fineza:

“No menosprecio, ningún día, la posibilidad de que vuelva él o su familia; al final éste también es su territorio. Comprendo perfectamente las consecuencias de dicho destino alterno [...] Si hubiera intuido que le seguías… Ayer no hubiera dejado que pasara absolutamente nada. ¿Tienes idea de lo herido que estoy?”

Mi pobre Jacob, mi sol de repuesto, mi chico de sonrisa sin igual se atormentaba desde ese día, ya entreveía lo que se avecinaba. Sabía que este día llegaría y luchaba con todas su fuerzas porque no me olvidara de él, porque las circunstancias apuntaran a su favor pasara lo que pasara.

Me lastimaba aceptar que Jake siempre fue consciente en mis momentos de soledad seguía conjurando a Edward.

Por ello, sus ruegos –que me parecieron chantajes—tomaban un doloroso sentido ahora:

“Bella detesssto ser el plato de sssegunda mesa, pero por ti xoy lo je jieras… no me dejes amor… Nunca hay je separarnos cielo… piénsalo, xo te he protegido y te he curado las heridas… él sólo… LO ODIO CON UN CARAJO, ¿JÉ LE VES? RESPÓNDEME…”

Me mordí el labio al sentir el sufrimiento de Jacob rasgar mi pecho cual si fuera una daga.

¿Por qué te enamoraste de mi y yo no de ti? ¿Por qué el mundo tiene que ser así contigo?, pensé con la nostalgia de aquellos días felices que compartimos, las tardes que me hizo reír y de las tantas ocasiones que me cobijó bajo su manto protector.

¡Qué difícil se me hacía estar en brazos de Edward cuando también sentía cariño por Jacob!

Sí, así era desgraciadamente, a pesar de que fueran diferentes los niveles de amor, el agradecimiento a Jake era una fuente de poder muy convincente para frenar mis instintos. Por mucho amor que le tuviera a Edward y me desviviera porque no me apartaran de él, la culpa me inundaba cuando comenzaba a armar en mi cabeza la forma en cómo decirle el adiós definitivo a quien había sido tan importante en los últimos meses de ausencia de mi Romeo.

¡BASTA ISABELLA, BASTA! Ya no deseaba continuar con el martirio de mis pensamientos. Me estaban confundiendo y lo que tenía que hacer en ese instante era vivir el momento en mi paraíso privado, pues con mi suerte, quizá serían las horas más dichosas dentro de mucho, mucho tiempo.

--¿Edward? –traté de atraer su atención nuevamente a mí.

Con un gesto grave volvió a verme y me refirió la pregunta del millón, o al menos para él.

--¿Dejarías a tu novio?—cuestionó muy serio.

La respuesta era afirmativa y no había que darle más rodeos. El amor de mi vida era Edward Cullen y me jugaría el alma misma si lo necesitaba para estar con él.

--Sí.

--¿Estás segura?

No del todo, en realidad, porque si se le ocurría huir en cuatro meses mi corazón acabaría en el cesto de basura y mi cordura en un manicomio; tal vez por eso, sinceramente, me daba escalofríos dejar a Jacob, ¿quién me curaría del desamor si él no estaba?

Mi pecho rugió cuando la posibilidad del abandono pasó por mi mente.

Eres una egoísta Bella, ¡madura! y afronta tus decisiones, pensé y mi gallardía volvió a rellenar mis poros. No había de qué temer, si Edward aún no había escapado, eso quería decir que estaba dispuesto a quedarse conmigo eternamente.

--Completamente. Sé lo que le dije a Jacob en la conversación, sé que lo he defendido a lo largo de esta noche contigo y aún así no me imagino una vida a su lado–tenía que sonar convincente—; no después de besarte, de tocarte y saber que estás igual de enamorado que yo.

--¿No lo amas? – ¿Eh? ¡Cómo se le ocurre!— Es decir, ¿no te causa un poco de sentimiento romper tu relación? Me disculpo si mis preguntas te parecen ofensivas, te juro que no son con el afán de confundirte, ni de ponerte a prueba Bella, sino que quiero que quede claro que nunca te llevaría a cometer una imprudencia ¿me explico? –Entrecerró los ojos y después comentó— Las emociones humanas son complejas de entender para un vampiro.

--Bueno –desvié mi mirada—, sí me crea una crisis moral, pero es sólo eso: moral –levanté mis hombros como signo de indiferencia—. Por otra parte, no te negaré que no lo quiero, porque él es un chico excepcional, sin embargo, me doy cuenta que confundí cariño con amor –mis ojos se fueron a postrar a los suyos al pronunciar “amor”.

--Tu mirada es muy halagadora –rozó con una de sus heladas manos mi mejilla—. Si tú estas convencida de tus sentimientos no hay más que discutir. No pienso desperdiciar una vez más la oportunidad de gritarle al mundo que somos algo más.

--Eso me agrada –sonreí enormemente—, ser algo más de ti.

Mi debilidad humana golpeó a mi cerebro, que resistía como todo un gladiador el cansancio que cargaba mi cuerpo, por los acontecimientos del día, así que sin controlarlo más: bostecé.

--Parece que mi “algo más” tiene sueño –se avecinó a mí y me tomó en sus brazos cual bebé y me llevó a la cama—Duerme Mi Vida –dijo seductoramente y me besó la frente—. Son las tres de la mañana, todavía tienes bastante madrugada para descansar.

--No te vayas –supliqué mientras me acurrucaba en la cama.

--Jamás –susurró.

--¿Lo prometes?

--Lo juro –dijo tajante.

Y mis miedos desaparecieron cual manecilla del reloj que deja atrás los segundos.

--Fantástico –bostecé de nuevo y cerré mis ojos –Perdón… Parece que alguien más fuerte que tú quiere tomarme entre sus brazos.

Se rió de mi ocurrencia mientras se acomodaba a un costado de mí. Percibí como lentamente acercó su cara a mi oreja y sin tardarse mi corazón reaccionó con frenética emoción.

--Lo siento –musitó a mi oído y con una mano apretó el costado donde mi ritmo cardiaco se hacia más fuerte—, sólo quiero que sepas, antes de que te duermas, algo importante—dejó un instante de silencio para agrandar mi curiosidad—Te amo. Buena noche mi dulce Bella.

Mis ojos se abrieron como platos y mi corazón se paralizó por milésimas de segundo. Sostuve la respiración para tratar de encapsular ese momento para la eternidad. Y como si ya nada pudiera mejorar aquello, su voz sonó como melodía para mí, era mi canción de cuna: Nuestra canción.

Mis músculos se fueron relajando junto con mi estado consciente hasta caer en un sueño enternecedor.

***

Desperté dando un suspiro propio de una enamorada. La luz dorada penetró a través de mis ojos y con sumo cuidado fui atrayendo las imágenes de mi realidad a mi cerebro. La nube en la que me dormí seguía ahí, lo que significaba que Edward se hallaba a mis espaldas. Sonreí al ver la preciosa tarde que la ventana presumía.

Me di la vuelta y ahí estaba, sentado con su laptop en las piernas, recargando su espalda en la cabecera. Su piel brillaba tan hermosamente que me hacía creer que continuaba envuelta en un sueño.

Dejó de escribir y me sonrió. Sus preciosos ojos entre dorados y cobres me dieron la bienvenida a la realidad y mi pulso se salió de control.

--Hola, me da gusto que hayas decidido hacerme compañía.

--A pues a mí me encanta –me estiré un poco—despertar contigo a mi lado. Te ves espectacular ¿lo sabes?

--Literalmente te deslumbro ¿no? –Se rió con tanta alegría que me dejó maravillada—Fue perfecto que hoy pasaras todo el día dormida, porque como lo ves el cielo estuvo despejado.

--¿Qué hora es?

--Son las cinco y veinte de la tarde. Dormiste quince horas. Suficientes para una persona que tiene tantos desvelos y accidentes –se volvió a reír, su humor era excelente… irreal.

--Estás muy contento, ¿puedo saber a qué se debe?

--A ti.

--¿A mí?

--A ti y a tus sueños –tecleó algo rápido y cerró su laptop— Por cierto: Gracias por amarme tanto –sonrió triunfante.

Mis más vividos sueños de este lapso aparecieron en mi mente y me condujeron a sonrojarme por su declaración.

--Eso es muy vergonzoso. Todo lo que te privas de mis pensamientos te lo cobras con mi inconsciente… ¡Eso es aún peor! ¿Nunca leíste a Freud? Todos mis deseos reprimidos ahora los sabes –escondí mi cara entre las sábanas— ¡Por Dios Edward! Soñé cosas contigo que ni yo misma me puedo volver a contar.

De un momento a otro su cuerpo estaba abrazando al mío y su cara se encontraba a milímetros de la mía.

--Pues que lástima, porque de verdad eran muy interesantes –masculló.

Solté un gritito ahogado; las mantas blancas me daban la impresión ser una buena fortaleza hasta que él estuvo a mi lado.

--Te lo dije ayer: deja de aparecer y desaparecer a velocidad inhumana o me vas a matar de un susto –lo empujé con mis manos—. Estoy roja como un jitomate y no me gusta que me veas así –me giré aún con sus brazos encarcelándome—. Además me acabo de despertar y yo no poseo el don de ser perfecta en toda ocasión como tú.

--Hagamos un trato señorita Swan –apretó su abrazo—: Si te concedo tu libertad y te otorgo los minutos suficientes de humanidad para que te arregles, ¿dejaras de sentirte abochornada por lo que para mí han sido las horas más felices de mi existencia?

--Viéndolo desde ese ángulo. Trato hecho mi “algo más”.

Después de esa declaración me soltó para que pudiera llevar acabo cosas como ir a tomar un baño y cambiarme de ropa, ya que Alice había enviado otro regalo de reconciliación.

Mientras me vestía con aquella ropa bonita y casual, hice una nota mental: Agradecerle a Alice personalmente. Una vez que estuvo afuera todo el contenido, hallé un papelito rosa que decía:

Querida Bella:

Todo va a salir bien. Disfruta estos días.

Con amor

Alice.

P.D. NUNCA dudes que Edward te ama.

Con las manos aún temblando, doblé el papelito y lo guardé en una de las bolsas de la cazadora. Apostarle a Alice era una victoria segura, por lo cual el conocer que “Todo va salir bien” me llenó de ilusión el corazón y mis nervios se tranquilizaron.

Poco después, mi estómago hizo acto de presencia para exigir el alimento y, como era de esperarse, Edward volvió a pedir el servicio a la habitación.

Comí hasta reventar en lo que Edward terminaba con sus asuntos en la Internet. No le quise preguntar de qué trataban para guardar respeto a su intimidad; pero cuando finalizó hizo uso de su alucinante poder sobre mí me convenció de hablarle a Charlie para decirle dónde y con quién exactamente estaba.

Eso fue bueno, debo de admitirlo, porque mi padre parecía dispuesto a arreglar los problemas conmigo, además de que su disgusto cesó definitivamente una vez que supo que Edward Cullen me había socorrido. Charlie debía odiar todavía más a Jacob que a Edward, pues hasta en un arrebato me pidió hablar con Edward para agradecerle su apoyo. Para el término de mi llamada, le supliqué que no fuera a soltar información con nadie en Forks, él capto en seguida mi intención y sin más me prometió guardar el secreto sólo si volvía a su casa lo más pronto posible. Definitivamente era algo que acepté sin pensarlo dos veces.

Con el sol en pleno crepúsculo, invité a mi amado Edward a acompañarme al balcón para ver el paisaje tan bello de la playa de Kalaloch.

Al mar parecía que lo cubriera una enorme manta de satín grisáceo que reflejaba, de vez en vez, tonalidades cobrizas, la cual danzaba conforme las olas la levantaban y hacían combinar a ese perfecto cielo rojizo que se extendía a lo largo del horizonte. A penas unas nubecillas aperladas se perfilaban para dar paso a la encantadora noche. El aire cálido sopló y lo respiré con gusto. Volví a contener el aire para guardar otro memorable recuerdo, cada momento de este atardecer valía oro.

Exhalé despacio el aire y como un detalle que me nació de la nada, estreché las manos de Edward en las mías tan fuerte como pude. Mi fuerza era muy poca comparada con la de un vampiro, pero mi amor seguramente equilibraba la balanza. Edward acarició con su dedo índice mi mano izquierda.

--He pensado mucho este día en algo y quiero que me digas ¿qué especulas que pasó?–dijo tranquilamente mientras me abrazaba por la espalda para que no me perdiera el crepúsculo.

--Sí lo que sea.

--Tu mano. Explícame tus hipótesis, por favor.

--Oh… eso, bueno… pero antes de decírtelo –me puse de frente a él—, bésame… aunque no sea lo correcto; porque si paso un minuto más sin tus labios voy a tirarme desde este balcón.

Edward sonrió y me obedeció, cual caballero que era, y me atrajo a su cuerpo, con un fuego tan contenido como el mío, sosteniendo mi cintura entre sus manos.

El momento del segundo beso prohibido había llegado: inclinó su rostro e inmediatamente cerré mis ojos. Mi pulso se desorbitó y esperaba a ese tacto gélido que amaba para apagar el incendio dentro de mí. En seguida su fría boca se posó encima de mis labios, suave e intoxicante como él mismo.

Edward me besaba con tanta ternura y sutileza que lograba subirme al cielo sin viaje de regreso; era tan perfecto que hasta un simple beso lo convertía en el preludio de un santiamén mágico.

Mis manos se escabulleron a su espalda propinándole pequeños pellizcos cada que una descarga eléctrica cruzaba mi columna vertebral. Cuando mis torturas empezaron a ser caricias intensas paró el beso y me estrechó en la cárcel de sus brazos. Suspiramos al unísono.

--Bella… ¿cómo se sienten los humanos cuando desean a alguien? –preguntó avergonzado.

--¿Hablas en serio? –Mi sorpresa era un detonante más para ponerlo nervioso pues su mirada se fue directamente al cielo.

--Sí, y si no fuera una gran falta el habértelo preguntado, me harías el favor de contestar lo antes posible.

Me puse de puntitas y besé su cuello.

--Déjame recordar esta madrugada…

--Muy halagador –susurró y bajó su mirada para verme.

--Te advierto que intentaré describirlo, pero no esperes una erudita disertación, como tú lo harías seguramente si lo supieras ¿ok?

--¿Crees que yo hago eso? –preguntó con tono irónico.

--Sí, por supuesto, opacas a cualquiera con tus conocimientos y con la forma en la que hablas –recriminé y me escapé de su prisión.

--Bella –puso sus manos sobre su cadera—, tengo cinco veces tú edad, no puedes comparar las situaciones por tal motivo –levantó las cejas—; además tú eres una personita muy inteligente para tus dieciocho años, así que jamás pienses que te juzgaría.

--Gracias por el cumplido, sin embargo seguiré creyendo que siempre tienes la manera en cómo hacer quedar mal a los demás –me reí y él sólo rodó sus ojos— Ya en serio, según lo que yo siento… creo que… una analogía lo describirá a la perfección. Espera –alcé la palma de mi mano—deja encuentro las palabras idóneas. No desesperes –le advertí.

“Mmm… Ya lo tengo: El deseo es como un catalizador. Sí, es un catalizador –arqueó una ceja y debido a la pena yo vi hacia la playa.

Sólo que en vez de ser sustancia, es una energía. Una energía capaz de acelerar o retardar una reacción natural en el cuerpo –toqué mi corazón para que recordará mis aceleraciones cardiacas—permaneciendo ésta misma inalterada, es decir –me aclaré la garganta para no sonar tan perversa—, no se desaparece si no se utiliza en el momento, no se consume durante la acción, al contrario, se magnifica” –estiré mis brazos a todo lo largo e instalé mi mirada en su rostro de ángel.

Mi corazón, en ese mismo instante en que me callé, llevaba un ritmo bastante alterado al haber recordado las manos de Edward sobre mi piel, necesitaba inspiración para describirle la emoción, sólo que no previne que las consecuencias se hicieran evidentes.

--Te felicito por esta ilustre explicación—y ensancho su sonrisa retorcida—Sólo tengo un comentario que hacer… si hago uso de los aprendizajes de esta tarde, concluyó que estás ocasionando una catálisis en tu cuerpo, ahora mismo –tocó con su dedo índice mi pecho, a la altura de mi desaforado corazón— ¿Podría conocer el catalizador de esta reacción? –me miró travieso.

Mi cara se cubrió de una temperatura mayor a la del ambiente, me había sonrojado, ¡qué vergüenza! Me di la media vuelta, dándole la espalda a Edward.

--Eres un tonto Edward Cullen, me caes mal –dije molesta.

--Me perdonarías si te digo ¿por qué te pregunte esto?

Me giré sobre mis talones y lo volteé a ver intrigada.

--De acuerdo.

--Para empezar no hay por qué apenarte. Si yo tuviera manera de hacer latir mi corazón lo más seguro es que constantemente tendría taquicardia.

--Edward—dije ahogadamente—. Estás diciendo que ¿me deseas?

--Más de lo que deseo tu sangre – torció su sonrisa de una manera paralizante para mis sentidos –. Y ya que fui perfectamente ilustrado en el deseo humano puedo jurarlo por doble partida.

“Bella, no sé que ha sucedido en este día, pero me es muy difícil estar lejos de ti, aunque sea una pequeña distancia, como lo estamos en este momento. Necesito tenerte entre mis brazos con urgencia para estar medianamente tranquilo. Y cuando nos besamos me desprendo del control al cual estoy acostumbrado. Es como si una ansiedad me consumiese –suspiró–. No sé Bella, esto es nuevo para mi”.

--¿Y por qué no te dejas llevar? ¡Por Dios Edward, tú escuchaste mis sueños! Si hay algo que quiero es… es —no podía nombrar lo que quería, ¡qué pena!— estar contigo.

--Bella y ¿tu alma? –Bufó – Reconozco que mis creencias son muy anticuadas, pero si anhelo que pases conmigo toda la eternidad, no puedo ser el que prive a tu alma de entrar a lo que llaman paraíso.

Ups. Tragué saliva para pasar este momento tan amargo. ¿Cómo le explicaba que Jacob me había arrebatado esa oportunidad hace tres días?

Respiré hondo y preparé el arsenal de ideas; esperaba que comprendiera que mi siglo no era de esos paradigmas tan puritanos y por tal mis acciones no condenarían a mi alma.

Le invité a que se sentara en el piso del balcón; crucé mis piernas y él sólo las flexionó, ambos recargamos nuestras espaldas a la pared, quedando uno al lado del otro. Hora de develar la verdad.

--Edward… –musité mientras tomaba sus manos heladas entre las mías—la inocencia, el alma, la pureza, o como la quieras nombrar, desde mi punto de vista, es la que uno resguarda en su corazón y prueba de ello eres tú –ladeé mi cara para verle—. El “demonio” con el que compartes tu cuerpo no ha sucumbido al hombre del que estoy enamorada ¿o si? –Él sólo movió su cabeza en representación de un “no”— ¡Ves!, tu alma aún está ahí, fue más fuerte que el cambio al vampirismo.

“Entonces, el que tengas un momento de debilidad conmigo no me quitará las llaves del paraíso –bajé mi mirada para ver sus manos, se venía lo peor—. Siento tanto decírtelo, pero, de todos modos, ya no las tenía en mi poder –la única reacción que percibí fue a su cabeza asintiendo una y otra vez—. Edward ¿estás molesto?”

--No por lo que tú crees –murmuró.

--¿Entonces?

--Me molesta su actitud –dijo secamente—. De haber sido yo, hubiera preservado tu pureza lo más que fuera posible, ya sabes… Declaración, anillo, Charlie y su escopeta cuando le pidiera tu mano… –rodó sus ojos e hizo una mueca— y no me cabe duda de que Alice hubiera planeado nuestra boda…

Me reí de nervios al pensar en el vestido tan caro que Alice me habría mandado a diseñar, la recepción adornada con un montón de flores y un sinfín de monerías muy propias de los Cullen. Me estremecí con el sólo hecho de pensar en la fantasiosa boda.

--¡Qué te sucede!

--Eso es muy escalofriante –su rostro se quedó perplejo ante mi declaración— ¡Y no! No malinterpretes, me refería a Alice… planeando la boda: el vestido, flores, arroz por doquier y todo eso que tienen dichos eventos –me volví a sacudir por la imagen --¡el baile!

--Tonta Bella, te asusta un baile, pero permanecer con un vampiro para ti es la cosa más inofensiva.

--Son las incongruencias de la vida –le sonreí—Regresando a nuestra realidad… deduzco que no te molesta que yo haya…

--En lo más mínimo –puso un dedo encima de mi boca—. Sólo te pido, por favor, que guardes silencio por el momento. Necesito pensar con detenimiento algunas decisiones que voy a afrontar –dijo dulce y retiró su dedo.

Me otorgó una mirada benevolente, para después ofrecerme, con un ademán de su mano, ponernos a observar lo que quedaba del ocaso.

Tal vez el clima y también el ver el cielo despejado de aquellos nubarrones grises típicos de la zona, me distrajeron sin mayor esfuerzo por lo que restaba de los minutos que Edward necesitaba.

Nos mantuvimos callados y quietos mientras la luz de la noche se extendía por todo Kalaloch. Las estrellas comenzaron a brillar hermosamente y la Luna relució más esplendida que en la madrugada de ese mismo día.

Por un breve espacio de aquel silencio pensé en Jake. Ya nada de nuestro aniversario quedaba en mí: La pulsera, el anillo, el cofre, la carta… nada. Ni siquiera las sensaciones de su cuerpo, porque desgraciadamente cada célula que me constituía palpitaba de deseo por ser descubierta a través de las manos de su rival.

Edward POV

Le sonreí a Mi Vida de forma cortés para que no sospechara lo que en mi fuero interno ocurría. Ella ni lo sospechaba y era mejor así.

Clavé mi mirada en algún punto muerto del horizonte rojizo; el sonido de las olas al chocar con el mar me metió por completo en mis pensamientos, instalándome en la bendita concentración que necesitaba para acallar todo el enojo que traía por dentro.

Ardía. Volvía a arder, mejor dicho, por aquella sensación de impotencia, de celos y de envidia descomunal. ¡Cuánto tiempo había desperdiciado por mis miedos! Ya no sólo lo contaba en días y horas, sino en sucesos y en experiencias que jamás se volverían a repetir.

Indudablemente que en un destino alterno, el primer y único amor de Bella tuve que haber sido yo… Ésta había sido la única idea capaz de consolarme en mis peores noches en Italia y rogué porque lo fuera ahora.

No me importaba que hubiera llegado a tener relaciones con un “humano”. Ni si quiera eso era relevante para mí. Nunca lo fue, ni lo era aún habiéndolo escuchado de su boca. Ella en su sola forma era pura, y ninguna sombra ni un eclipse mismo podrían mancharla. Además su inocencia, como ella se había referido, continuaba intacta en su corazón, me lo demostraba su rubor en las mejillas, sus caricias tímidas y sus besos audaces. Bella no poseía esa malicia de los que han permitido a sus instintos sobrepasar la brecha del amor. Ni tampoco parecía experta en conjugar ambas energías en un mismo lugar. Lo que invariablemente me ponía bastante furioso, ¡sólo un maldito adolescente podía ser tan estúpido para no darse cuenta qué emociones se están jugando en un acto tan simbólico!

¿Cuántas razones más encontraría para odiar al mal nacido de Jacob Black? ¡Cuántas!

Un solo motivo me bastaría para acabar con su detestable existencia canina. Rogaba a Lucifer que lo enviara pronto. Sí él pregonaba sus ansias de matarme, no tenía idea de cuánto mi deseo era por descuartizarlo, desmembrarlo y sacarle los malditos ojos que habían visto a Mi Bella.

Todavía, hace unas horas me encontraba particularmente feliz por imaginar el sufrimiento por el que pasaba en su inmadura borrachera; había que reconocerle que fuera intuitivo, sobre todo si eso me proporcionaba, a mí, puntos a favor para regodearme con su dolor. Se lo merecía; no sé cómo, pero lograría que mi sufrimiento fuera cobrado con intereses.

Lo más irónico es que en todo este tiempo, el muy imbécil, ni siquiera había conseguido enamorar a Bella. Sólo la asustó y sí… la protegió, pero eso yo también lo hubiera hecho estando a su lado.

Imaginé la batalla con los neófitos que Bella me contó y congelé el minuto donde el perro era lacerado por los vampiros. Como un regalo de mi inconsciente recordé lo bien que se oían los chillidos de los licántropos cuando suplicaban clemencia.

La primera decisión estaba concluida.

Afortunadamente el aroma de mi amada Bella llegó a mi nariz para sanarme de los pensamientos insanos. Tragué el veneno que ya se hallaba en mi boca y noté que cada vez era menos dura y más agradable su fragancia. La volteé a ver por el rabillo del ojo. Tan linda como siempre aún continuaba esperándome. Me sentí afortunado e indiscutiblemente atado a su presencia.

Ahora los cordeles del deseo me arraigaban a ella. Tenía algo singular en sus movimientos, en su aroma, en sus pupilas que aún no lo descubría.

Entre el peligro que constituía estar juntos, desenmascaré, dentro de este desbarajuste de emociones, que ya no era más mi marca de heroína, no la necesitaba de la manera en que un drogadicto busca masoquista su narcótico. Ya no. En este momento Bella era parte de mí, sonaba ilógico siendo un vampiro, lo sabía, sin embargo se había convertido en la antimateria de mi cosmos interno, así de pequeña pero con la fuerza suficiente para destruirme si ella lo quería. Era extraño, indescriptible, pero así era, sentía a MI Vida adentro como un pensamiento constante, como una neurona en mi cerebro y no afuera como una droga.

Mis deseos estaban íntimamente ligados a los de su humanidad, bastante peculiar el asunto, porque podía percibirle con fineza sus estados de ánimo, tal como si tuviera el don de Jasper; era muy extravagante y más contando cuando su mirada que me insinuaba ese halo de pasión al cual me encontraba sometido cuan esclavo.

Tras una deducción meticulosa de que mis emociones, deduje que éstas estaban siendo mutables por sus caprichos y estados de ánimo. Ahora el acertijo en puerta era: ¿saber por qué y cómo paso?

Otra observación se basaba en que yo no era el único con cambios inusuales; dentro de los dos se gestaba algo divergente y eso era justamente también lo que me alteraba, pues una de las razones supremas por las que me intrigaba su curación, exageradamente veloz, era porque nosotros, los vampiros, la teníamos como un don extra en la genética de nuestros sistemas.

¿Lo sabrá? ¿Existirían otras cosas que no me ha dicho?

Sus ojos perdidos en el inmenso manto estelar, aguardándome tan quieta, tan indefensa, me dieron la impresión de ver a mi Bella, la pequeña jovencita que fue mi novia, hace dos años. Me colmo de ternura su lenguaje corporal.

¿Y si le hago daño? Era una posibilidad con alto índice de probabilidad. El tener relaciones con una humana no estaba estipulado para los de nuestra raza, sin embargo el Clan de Denali gozaba de esos privilegios, por tal no debía ser imposible ni mortalmente dañino para el sujeto, sino ellas no seguirían recurriendo a humanos para saciar su sed sexual.

Esta sin duda era la decisión más compleja, porque por una parte no tenía idea de cómo se sentiría y eso tal vez entorpecería mi control –por ende su seguridad— y por otra me aterraba imaginar que tarde o temprano ocurriría sin tomar las precauciones debidas, como podría hacerlo en estos días. La única opción viable, y sensata, era drogarla un poco con algún sedante; eso nos ayudaría a ambos: a mí a no dañarla demasiado, y a ella a no mandarme esas intensas oleadas de pasión que me nublaban el cerebro.

Desperdicié el tiempo en el pasado y no dejaré que se me escapé todavía más de las manos.

Lo iba a intentar, estaba siendo ciegamente convencido, y no sólo por esto tan grande que se acumulaba entre nosotros, sino porque sería el pacto irreversible con el cual le juraría y demostraría a Mi Vida una lealtad eterna.

Si mi alma le iba a pertenecer a alguien, ese alguien tenía que ser ella: Mi ángel.

Miré al cielo nocturnoy envié una súplica al poder supremo que regía el mundo de Bella: Si yo no pudiese, protégela una vez más, por favor.

Respiré con fuerza y pasé el fuego del infierno que vino en respuesta, pagando el tributo de dolor a quien resguardaría a mi dulce ángel. Ahora estaba listo.

Decisión final, concluida.

Bella POV

El frío tacto de sus labios en mi mejilla alegró a mi paciencia. Edward, quien tenía sus brazos alrededor de sus piernas, me miraba intrigado por mi expresión. Maldije a mis pensamientos ensimismados y a mi intolerable culpa.

--Ya no sufras mi dulce Bella –dijo suavemente—Todo va a salir bien –esa aseveración había sonado más para él que para mí.

Le sonreí de todos modos, era el gesto indicado para agradecerle su preocupación. Era la segunda ocasión que un vampiro me decía “Todo va a salir bien” en este día, qué ironía. Suspiré.

--No te preocupes, es sólo que por veces la culpa no me deja en paz –aguardé un minuto para deshacerme de la nostalgia.

Con el buen humor con el que había recibido su beso inocente tenía que contraatacar para quitarle esa melancolía que se le empezaba asomar por los ojos a mi… “algo más”.

--¡Vámonos al infierno Edward! ¡Qué más da que estemos expulsados del paraíso! ¿No? Si lo verdaderamente relevante es que estemos unidos hasta el fin de nuestras existencias. ¿O es que tú quieres estar ahí sin mí? –dije juguetona.

--¿Tú que piensas? –preguntó pícaro.

--Pues no lo sé, que tal si allá hay vampiresas hermosas que te inciten a pecar –guardé silencio y fruncí el seño—si es que se puede pecar en el infierno –dije recelosa.

--Pues si las hubiera, señorita Swan, no lo lograrían. Esta comprobado que tú eres la única capaz de hacerme pecar… Eva.

El rojo carmesí era un buen color para describir que tan colorada me había puesto después de su declaración. Las reacciones que tuvo mi cuerpo se describirían a partir de que hiperventile, luego el corazón palpitaba como si fuera el del un ratón y para finalizar el pulso se me salió de órbita.

Estaba destinada a que Edward me hiciera pasar vergüenza tras vergüenza este día.

--¿Bella estás bien? Perdón. No lo volveré a hacer –dijo arrepentido y me pasó su brazo derecho por detrás de mi cuello – Pensé que estábamos bromeando.

--Sí, eso hacíamos. Lo que pasa es que tú siempre haces quedar mal a los demás –murmuré.

--Sigues con eso –recriminó—. Discúlpame, no sé qué dije mal.

--No dijiste nada malo, más bien exageraste. Es decir, Rosalie, Alice, Esme, todas ellas son increíblemente bellas, y no me cabe la menor duda que la mayoría de las de tu especie son preciosas –dije terriblemente avergonzada— ¡Cómo no alterarme con semejante halago!

--Ay Bella –suspiró— ¿Cómo te hago entender?—ladeó su cabeza y la apoyó en la mía.

--Te amo Edward –musité y mi pecho se llenó de mariposas al expresarlo.

Incliné un poco el rostro para verle, sus ojos estaban cerrados y su sonrisa se extendía a todo lo ancho de su cara; respiraba hondamente y parecía que gozaba de algo.

--¿Qué se siente tan bien? ¿Es por mi corazón que se calmó por fin?

--No Mi Amor –susurró sensualmente y levantó su cabeza— Tengo que confesarte que literalmente jamás había sentido cuánto me amabas, hasta el día de hoy.

--¡Genial! –reflexioné un poco y reaccioné a sus palabras-- ¿Cómo?

--No te alarmes, ni yo mismo lo sé con certeza, pero he sentido de una manera inexplicable tus emociones –se tocó el pecho— ¿Recuerdas cómo funcionaba el don de Jasper? –Asentí con un movimiento de mi cabeza—Creo que tú haces algo parecido conmigo; me trasfieres TODAS –enfatizó—tus sensaciones, la única variante es que yo las decodifico.

“Mitad y mitad de su don” –dijo intentando sonar tranquilo.

--¡Eso no es tan genial!

--Lo sé.

--¡Claro! ¡Por eso querías saber lo de mi mano!

--Efectivamente y también necesitaba preguntarte si tú percibías algún otro cambio.

--No –moví mi cabeza de un lado a otro— ¡Rayos! ¡Comunícame con Jasper! –dije jugando mientras acuné mi diestra en representación de que me pasara su celular.

--No te angusties Bella.

--¡Edward! –Chillé— ¡No es justo! tú ya eras muy inteligente y perceptivo, por qué tenías que aventajarte más. Me caes mal –hice un puchero y me levanté del suelo.

Se rió con bastante alegría. No era exactamente la emoción que corría por mis venas, pero también empecé a carcajearme de mi comportamiento.

--¡Bella cálmate! –Dijo entre risas.

Terminé retorciéndome y pataleando en el suelo por el ataque de risa que se me había subido gracias a la los nervios, después por Edward que me contagiaba aún más de esa tonta reacción.

No podía parar y mi estómago comenzaba a dolerme de tanto esfuerzo.

Mi cuerpo se hallaba convulsionándose de la risa debajo del barandal de piedra que tenía el balcón. Edward se me fue acercando a gatas como pudo, pues él representaba al máximo su teoría de las emociones; parecíamos dos locos riéndonos de la Nada.

--¡Ya basta Bella… contrólate! –decía con la risa entre las palabras.

Me abrazó muy fuerte y como mi cuerpo bajaba y subía al reír, el roce con el suyo cambió exorbitantemente mi estado de ánimo. Me callé de un minuto a otro, suspirando e inhalando aire, sin embargo con cada respiro olía su fragancia hipnotizadora y sin remedio, ni control, mi deseo creció.

Pasé mis manos a través de su espalda hasta sujetarme de sus hombros y entonces me empujé hacía arriba.

Sin darle espacio, ni momento para registrarlo, lo besé con toda la furia que antes era alegría y ahora se convertía en peligrosa pasión.

En una fusión aparentemente inocente grabamos nuestros nombres con aureolas sobre un crepúsculo de infinito amor. Pero este beso no se parecía en nada a ése.

Tal vez era la noche con su manto estelar, con un cielo por destino y con una luna como eslabón que desencadenaba inmensa pasión.

Era melodía el acercamiento; compases intensos y con mayor resonancia surgían de las manos de Edward cuando llegaba a tocar las notas prohibidas de mi cuerpo. El ritmo perturbador que mi corazón le mandaba no parecía detenerlo.

¿Se dejaría tentar por su inmadura Eva?

Mis manos se escabulleron dentro de su ropa y su torso se arqueó al contacto de mi piel con la suya, sin embargo no las detuvo.

La manzana fue entregada a Eva.

El miedo nos tolero y la complicidad nos ahogo en besos. ¿Acaso Adán quería ser tentado en este instante? Y la respuesta divina se hizo presente.

--Bella ¿harías algo por mí? –susurró mientras continuaba besándome.

--Pídeme lo que sea –dije en un suspiro.

--Permíteme llevarte adentro… tranquiliza un poco tu deseo…

Retiré mis manos de su cuerpo y cerré los ojos, para no darme cuenta de que habría un espacio vacio sin sus besos, importunando a mi respiración.

Un aire frío acarició mis pómulos y después una sensación de calidez envolvió mi cuerpo. Abrí mis ojos y me hallé en la recamara, justo en la nube blanca que acunó mis sueños y que posiblemente los haría realidad esta noche. Pero mi amado no estaba alrededor.

--¿Edward? –mascullé.

Nadie respondió. ¿A dónde habrá ido?

Pase mi mano por mi cara para quitarme los mechones de cabello que me molestaban. Me incorporé un poco con el propósito de buscar el interruptor de la lámpara.

Una vez iluminada la habitación, me tendí sobre la cama nuevamente para entrar en un ensueño fenomenal. En mi boca los besos de Edward eran como chocolate, la mordía una y otra vez para saborearlos; las cargas eléctricas que cosquilleaban en mi piel debido a sus caricias tan atinadas eran celestiales. Las mariposas que se aglutinaron en mi estómago me llevaron a acurrucarme a un costado de la cama con una sonrisa infantil y entonces lo vi. Edward estaba arrodillado al borde del lecho, donde mi cara había quedado después de mi último movimiento, con sus codos recargados en el colchón y sus manos sosteniendo su cabeza. Se veía realmente contento de haber observado mi cursi reacción, por mi parte yo sólo lo miré desconcertada.

--Eres fascinante –dijo quedo – ¿Cómo un cuerpo tan pequeñito puede sentir todo eso?

Solté una risa sarcástica.

—No lo soy… se llama cursilería, y sólo lo hago cuando “se supone” que no hay público –dije molesta y me senté al instante con las piernas cruzadas –Y ¿se puede saber dónde andabas?

--Consiguiendo esto en la recepción – abrió su mano y me mostró una pequeña pastilla amarilla.

--¿Qué es?

--Es un calmante.

--Y ¿para qué quieres un calmante? –mi intuición respondió a mi pregunta—¡Ah no Edward Anthony Cullen! No, no, no. No me voy a tomar nada. No quiero estar sedada. Prometo portarme bien, pero no me obligues a tomarme eso… por favor.

--Bella, no te asustes. No te voy a forzar a tomar la pastilla para que te tranquilices. Es para… otro fin… Si todavía quieres…

--¿Otro fin? No te entiendo.

--Por eso no me molesté contigo hace rato –murmuró—Aún eres muy inocente –me sonrió pero no se reflejó en sus ojos.

--Edward ¿para qué quieres que me tome la pastilla?

--Para que no te duela nada… de momento –dijo triste—. ¿Sabes? puede que mi fuerza –me acarició con sus dedos una pierna—no la logre controlar al cien por ciento.

--Oh… así que para eso quieres la pastilla –me mordí el labio -- ¿por qué no te relajas tú y dejas que las cosas pasen?

--¡Ayúdame un poco! –Suplicó y levantó el rostro—No puedo solo. No puedo ser una persona insensible contigo y menos después de lo que nos está pasando. No quiero verte sufrir… si te lastimo o te trato con la fuerza real de un vampiro te dolerá y... –se estremeció—No sé, ni me interesa –dijo frustrado— la experiencia del perro, pero conmigo las cosas son distintas, yo desconozco que pueda pasar.

Hice un sonido sordo.

De las cosas menos creíbles en este universo la castidad de Edward perfilaba en los primeros lugares de la lista; parecía siempre tan seguro de sus movimientos, de sus conocimientos, de sus experiencias, que jamás imaginé que él no hubiera tenido sexo con una mujer antes y después de ser vampiro, pues era demasiado atractivo como para tener cien años y sin ningún acercamiento físico con una fémina. ¿Podría ser más perfecto Edward?

--Mi Vida ¿Qué estas pensando? Me siento un poco sorprendido y creo que nervioso.

--Edward si te tranquiliza esa pastilla, yo no tengo objeción. Quiero que disfrutes sin miedo esto, y si estás al pendiente de mi seguridad no lo harás –le quité la pastilla de las manos y me la tragué.

“En lo que hace efecto, necesito confesarte algo muy grave –puso rostro serio y asintió para que continuara—El día en que Jacob…” –me interrumpió estrepitosamente.

--¡Ash no! Espera Bella, te ruego que… –ahora yo lo interrumpí.

--¡Edward, escúchame! –puse cara de sufrimiento y con eso basto para ablandar su carácter.

--No me chantajees nunca más Bella. No es necesario –resopló—. Te escucho, pero no te aseguro poner el debido esmero.

--Con eso me conformo –tomé sus manos y entrelacé mis dedos con los suyos—. No tiene mucho que tuve… ¡Qué vergüenza!, ni siquiera lo puedo pronunciar… Bueno, que fue mi primera vez.

“He querido reprimir el recuerdo que me llevo a… esa “actividad”. ¡Qué Dios me perdone!, pero la verdad detrás de todo lo que ocurrió ese día fue que –recordé la gélida y oscura agua empapándome y el recuerdo de él atenazando mis sentidos—… lo permití porque te recordé –las lágrimas comenzaron a caer por mis mejillas—, no quería extrañarte… dolías muchísimo, parecía que me quedaba sin aire y mi primer impulso fue —sollocé tres veces sin poder dejar de llorar—… Sólo deseaba que hubieras sido tú”.

--Bella… -dijo ensimismado por mi melancolía.

--No es una mentira, TE LO JURO. Sé que fui una tonta. Lo sé –mis lágrimas empañaban mi visión – Sólo empeoré las cosas, hubiera esperado a que… SOY UNA ESTÚPIDA.

--Mi Cielo, cálmate. Ya pasó –se levantó y se subió a la cama para estrecharme entre sus brazos—. Ya pasó. Me siento terriblemente mal, debía de haber estado contigo. Nunca me perdonaré haber sido tan cobarde, ¡mira lo que hice! Ya no llores más Mi Vida –dijo tierno y me besó la frente – El destino nos unió y jamás te volveré a dejar.

“Te propongo otro trato ¿si? –Dijo viéndome a los ojos y observé en sus pupilas el martirio por el que atravesaba—Olvidemos este año y todo lo que pasó; creemos en esta noche lo que debió de ser, porque ¡ASÍ DEBIÓ DE SER!

Limpió con sus heladas manos todo rastro de tristeza en mi cara.

--¿Aceptas el trato?

--Así debió de ser –utilicé sus palabras para decirle: acepto y el sonrió.

La cómoda nube volvía a estar al nivel de mi cara. El efecto de la pastilla dichosa debía estar haciendo de las suyas porque me sentí sumamente imprudente con mis movimientos, casi o más desatinados que de costumbre.

La lámpara dejó de estar encendida y la oscuridad reino a lo ancho de la habitación, mis débiles ojos sólo podían ver como una sombra corría de un lugar a otro. Y de repente, las largas cortinas que cubrían la ventana del cuarto se movieron y dieron permiso a que el brillo de la luna se colara. La nube relució todavía más.

--Bella ¿cómo te sientes?

--Más torpe que de costumbre, pero bien –le atrapé su cara entre mis manos—Te amo Peter Pan… ¿entendiste el chiste? –comencé a reír nuevamente como estúpida.

--Bella, no otra vez, por favor –dijo conteniendo la risa.

--¡Es que tú no creces y Peter Pan tampoco! –me retorcí de la risa.

--Bella ¡ya cállate! –dijo riéndose.

--Si pudieras volar… ¡Imagínate! –Palmeé el colchón del ataque de risa.

--Eso… eso es… Eso es estúpido –se tocó la frente mientras se reía frenético.

--Sí, lo sé, pero igual es muy gracioso. Tú… tú entrabas por mi ventana… y Peter Pan… también–solté una carcajada—A la mía no ¡eh! A la de Wendy –volví a carcajearme.

--Ya… Ya Bella… ¡CONTROLATE! –dijo con un montón de dificultad.

Ladeando su cuerpo, de tal suerte que quedó enfrente de mí su pecho y su cara encima de mi cabeza. Con una de sus manos tapó mi boca.

--Bella… creo que… la pastilla fue mala idea... –aún contenía algunas risitas en su declaración.

Y como si un switch de alto voltaje hubiera sido encendido, mi fuego interno estalló al escuchar “pastilla”. Me traté de reclinar un poco para alcanzarle, pero fue un fracaso por lo cual le jalé su camisa y eso lo agarró desprevenido, así que vino con todo y su escultural cuerpo a apagar el incendio de mis hormonas.

--Edward enséñame el país de nunca jamás, ¿sí? --susurré y le besé su cuello.

--Lo haré si dejas de referirte a mí como al personaje de Disney.

--De acuerdo, Edward Cullen… hazme tuya entonces.

Escuché como tragó el veneno que seguramente destiló con mi contacto. Yo sinceramente estaba loca y perdidamente enamorada de él como para importarme lo que fuera a pasar. Lo deseaba más que a vivir.

Edward me estrechó entre sus brazos, y como el caballero que seguía siendo respetó mi condición de "casi comprometida" y esperó a mi respuesta y yo sin dudarlo lo besé.

Concéntrate Bella, basta de tonterías, ha llegado el momento.

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