jueves, 31 de diciembre de 2009

capitulo 22 "Cicatrices"

Nota 22: Es un capítulo muy corto así que con O Fortuna de Carmina Burana es más que perfecto.

¡QUÉ COMIENCE LA ATERRADORA MAGIA!


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22. Cicatrices


"Las heridas lastiman, pero las cicatrices son el eterno recuerdo del dolor"

Elizabeth Fuentes

Bella Swan Pictures, Images and Photos

Bella POV

¿Bella?... Bella –dijo una voz femenina a lo lejos.

Poco a poco fui recobrando el sentido, percibiéndome por demás extenuada y adolorida. No abría mis ojos, o quizá aún no podía; mi cerebro comenzaba a carburar lenta y pausadamente, como si fuera un lunes por la mañana, en esos lapsos en que el deber y el placer se discuten a muerte al ritmo del despertador y la suavidad de la cama, asimismo sentía el jalón de la realidad.

Los primeros horrorosos minutos en que me obligué a regresar al mundo la incomodidad me atenazó por completo, porque para empezar mi cabeza me punzó y en mis oídos escuchaban un zumbido parecido al de un centenar de enjambres y como era de esperarse mi cuerpo mandó miles de descargas dolorosas a mis terminales nerviosas cuando intenté moverme.

--Bella, no te agites. Tranquila, estás a salvo –declaró la voz.

¿A salvo?, pensé y, como si una ráfaga de luz cruzara por mi cerebro, todas las imágenes de mi último minuto de consciencia golpearon mi pasividad.

¡El lobo!, grité al borde de la histeria en mis adentros. MI pulso indiscutiblemente se alteró y algo muy cercano a mí comenzó a emanar ruidos cada vez más constantes.

Como si pesaran diez mil kilos mis parpados y sólo tuviera una oportunidad para lograr abrirlos me forcé a que sucediera el acto, además el miedo en mi interior inyectó la fuerza suficiente.

Al principio la reacción inmediata que tuvo dicha acción fue mandar más y más punzadas estremecedoras a mis sienes, la luz era insoportable. Aunque no lo hubiese querido tuve que achicar los ojos y mover mi cabeza para intentar deshacerme de la molestia, en seguida el cuello me ardió y me quejé en voz alta.

--¡Hija, no te muevas! –contestó la voz e inmediatamente supe que era Renee.

--Mamá… ¿dónde estoy?, ¡¿qué haces aquí?! –enuncié con una voz demasiado ronca, mas mi angustia se pudo percibir.

--Calma cariño, estás en el hospital de Forks, a salvo.

--¿Cómo me encontraron? ¿Quién me encontró? –cuestioné alarmada sin detenerme a pensar en el orden de las preguntas.

--Bella, tranquilízate. Iré por una enfermera.

Renee se separó de mí y con la impotencia y la curiosidad recorriendo mis venas la seguí con la escaza mirada que tenía en lo que ella caminó hacia la salida del cuarto.

--¡Mamá dime qué pasó! –exigí con severidad y la interpelada pareció ignorarme.

Sin importarme cuánto me doliera mi cuerpo, cuánto me ardieran las posibles heridas del ataque, me incorporé agresivamente quitándome de encima las sábanas que me cubrían el cuerpo y con ello también zafando lo que con seguridad sería el suero intravenoso acomodado en mi brazo; al salir la aguja de mi vena me causó una dolencia insoportable, tan intolerante que desvié mi atención por segundos para examinar el daño.

Jamás lo hubiera hecho.

--AAAAAAAAAAAAAAAAAh –grité, pero no del dolor, no del malestar, sino de algo mucho peor.

Cuando mis ojos observaron lo que parecía pertenecerle a mi cuerpo la verdadera desesperación invadió mi ser.

Puse inmediatamente mis dos brazos frente a mí para percatarme del monstruo en que me había convertido.

--AAAAAAAAAAAAAAAAAAh –grité con más fuerza, las lágrimas causadas por el horror se desbordaron.

Toda mi piel, o lo que era eso, estaba en color púrpura y negro con pedazos más sobresaltados que otros y con puntos por doquier; como Frankestein.

Mis brazos no eran mis brazos, sino una especie de extremidades deformes, llenas de manchas oscuras y de abultamientos asquerosos, con pedazos amorfos y rasguños profundos. Mis manos asemejaban un color rosado, ya que estaban libres de cualquier indicio de maldad, pero con la piel pudriéndose en el resto del brazo esas manos parecían estar cosidas en vez de haberme pertenecido desde siempre.

Con una fuerza descomunal extraída desde el interior de mi infierno, desgarré la bata azul que tapaba el resto de mi cuerpo. Cuando el ligero telón descubrió por completo el repugnante espectáculo, el grito se prolongo más agudo y más estremecedor.

Eso era yo, un adefesio.

Me había convertido en lo más espantoso del mundo, mi cuerpo no tenía forma, era piel sobrepuesta, rasguños, mordidas, huecos, manchas, cardenales… y toda en colores inhumanos.

La realidad comenzó a caer vertiginosamente en mi vida. Repasé, como si lo estuviera volviendo a vivir los hirientes recuerdos del lobo cortando y desgarrando mi piel…

Mis manos se fueron a estampar tras el horror, y al unísono de mi grito, contra mi cara; éstas buscaron morbosamente el irreversible daño en ella para completar el círculo del pánico.

No, no, no, no, no, esto no puede estar sucediendo, me dije a mí misma mientras hurgaba con ansiedad mi cara.

--¡UN ESPEJO! ¡Quiero un espejo! –gritaba frenética mientras dos enfermeras y un médico entraban a la habitación.

Me fui corriendo al fondo del cuarto para que no me tocaran; bastante repugnancia me causaba yo misma para ver que otros sintieran el aborrecimiento al tocar mi piel. Toda mi fisonomía, o al menos del cuello para abajo, era una asco.

Hallé, en mi huida, la ventana y antes de que me atraparan, retiré las cortinas blancas para que los cristales me permitieran observar qué había sido de mi rostro, sólo eso pedía… verme antes de ser sedada.

La imagen de la ventana no fue muy nítida, mas con la oscuridad reinando en el exterior y la luz de adentro el reflejo se ocasionó automático.

--Mi cara… –toqué lo más que pude de ella para verificar la veracidad de la imagen.

Un malestar extravagante se acunó en mi interior conforme iba descendiendo mi mano; tenía ganas morir, de nunca haber recobrado el conocimiento, de que ésa no fuera yo. Me odié, me detesté, sentí aversión por lo que la ventana reflejaba. Allí enfrente de mí, estaba mi cara, mis ojos, mi boca, mis pómulos, mi nariz, todos intactos y tan pálidos como siempre, sin embargo desde el final del cuello hasta donde alcanzaba a dibujar la ventana sólo encontré destrucción.

Supongo que mi mente se colapsó al decodificar las sensaciones que mi mano le enviaba con cada cicatriz y herida que pasaba, sí, quizá fue eso… ya que lo último que mis ojos divisaron, antes de caer rendidos en un nuevo letargo, del cual no quería volver a despertar si me era posible, fue a mi madre llorando desconsolada mientras las enfermeras me inyectaban el tan esperado sedante.


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1 comentario:

Beth Randall dijo...

wow esta genial
este capitulo
pero nunk pense ke jake fuera tan salvaje
me encanta hahahahahaha